| un fantasma y una discusión

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—Hacia mucho tiempo que no tomaba Oolong

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—Hacia mucho tiempo que no tomaba Oolong.—dijo Claire, mientras que Caroline atacaba con hambre los panecillos con crema que había preparado la señora Graham.

La castaña miró el té, estaba caliente y desprendía un aroma exquisito, tenía trocitos de hebras que flotaban en el líquido.

—Si, no podía conseguirlo durante la Guerra. Es el mejor para leer las hojas. Con otras hojas de té me costaba mucho. Las hebras se deshacen tan deprisa que no se puede ver nada.

—¿Lee usted las hojas del té?—preguntó Caroline con diversión. La señora Graham, con su cabello corto gris y su gargantilla de tres vueltas de perlas, no tenía nada de gitana adivina.

—Pues claro, querida. Como mi abuela y su abuela antes de ella. Beba su té y le diré lo que veo.

Caroline miró unos instantes a Claire quien se encogió de hombros. El gesto le decía que era su decisión hacerlo o no. Sintiendo la curiosidad picarle, la menor de las hermanas bebió el té y le dio la taza a la mujer. Ella permaneció en silencio un largo rato. A cada instante, ladeaba la taza para aprovechar la luz o la hacia girar para obtener un ángulo diferente.

Luego, la bajó con cuidado, como si temiera que le fuera a estallar en la cara. Su rostro estaba en una mueca de confusión.

—Bueno —se aventuró por fin—. Es una de las más extrañas que he visto.

—¿Sí?—cuestionó con diversión—¿Acaso voy a conocer a un extraño alto y musculoso o a viajar al otro lado del océano? Si es así, ¿Lo haré con mi hermana.

—Puede que si.—la señora Graham imitó el tono irónico de Caroline y la castaña se hecho a reír—Y puede que no. Eso es lo raro, querida. Todo es contradictorio. Está la hoja torcida que indica un viaje, sola, pero cruzada por la hoja rota que significa no moverse. Por cierto que hay desconocidos, varios. Y uno de ellos es su cuñado, si es que leo correctamente.

La diversión se esfumó del rostro de Caroline, mientras que en el de Claire se formó la curiosidad.

—¿A qué se refiere?—preguntó Claire.

La señora Graham siguió con el entrecejo fruncido.

—Déjame ver su mano, querida.—pidió, ignorando la pregunta de su hermana mayor.

Caroline vaciló unos momentos antes de finalmente se la entregara. La mano de la señora Graham era huesuda pero cálida. Una fragancia a lavanda emanaba de la cabeza entrecana que se inclinaba sobre la palma de Caroline. La mujer la observó durante un buen rato. En ocasiones, deslizaba un dedo por las líneas, como siguiendo un mapa en el que todos los caminos acababan en desiertos y páramos.

—Bueno, ¿qué hay?—preguntó Claire—¿Puede ver si mi hermana por fin sentará cabeza?

–¡Claire!—gruñó Caroline.

Limerence // Outlander Donde viven las historias. Descúbrelo ahora