El que debió convertirse en uno de los mejores días de mi vida se volvió en mi contra y en la de Angie y viéndolo con la perspectiva que da el tiempo a toda situación, me atrevería a admitir que infravaloré el poder que la sociedad ejerce sobre la forma de vida de cada persona. Pero antes de cerrar este capítulo de mi vida, considero que os debo un final por haberme acompañado en este camino tan rocambolesco. El verdadero desenlace de esta historia de amor prohibido.
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–Zoe, enhorabuena. Me alegra poder darte el boletín de notas finales lleno de aprobados. ¿Has pensado a qué universidad irás?.– (Preguntó mi tutor haciéndome entrega de la hoja).
–A principio de curso lo habría apostado todo a estudiar cine, pero creo que mi lugar está ayudando de otra forma. Creo que seré policía.–
El profesor se sorprendió y me animó a luchar por mi futuro. La banda del instituto entonó el inicio de la canción que daba paso a los estudiantes de último año para que subiesen por orden de lista a recoger sus diplomas. Me recoloqué el tacón derecho, tragué en seco y subí las escaleras del escenario situado en el patio central del edificio. Desde arriba observé a mis amigos, mi familia y el resto de asistentes aplaudiéndonos con orgullo. De la cuarta fila se levantó la esbelta figura de Angie que me clavó la mirada y me regaló una sonrisa cómplice mientras aplaudía.
Muchos pensaréis que alcancé el diez en Griego, pero Angie me puso un nueve por faltar a un examen meses atrás para quedarme en su casa terminando uno de los cuadros de la exposición. Aquella mujer había sido la mayor motivación de aquel año desde el momento que atravesó la puerta del Aula C. Pero lo que me hizo estar en ese escenario fue la capacidad de Angie para enseñarme a confiar en mí misma y aprender de mis errores sin rendirme.
Al finalizar la entrega de diplomas, las familias y alumnos se fueron yendo del instituto y le pedí a la mía que se adelantase saliendo porque iba al baño.
Allí estaba ella, frente a nuestro departamento, como si supiese que iba a ir en su busca. Y del mismo modo, yo también sabía que estaría ahí. No dijimos nada. No hacía falta. Nos fundimos en un largo abrazo y abrí la cámara del móvil para inmortalizar aquel momento. Estaba deseando terminar aquella etapa de instituto pero él me regaló a esta profesora.
Esas paredes fueron partícipes del beso más sincero y bello que jamás sucedió.
El último.
Desde ese instante dejamos de pertenecer a aquel lugar. Éramos libres, y eso fue justo lo que decidimos escoger; nuestra libertad.
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2023. Seis años después.
Recuerdo aquel 24 de junio como si fuese ayer. Muchas querréis escuchar que fuimos felices y continuamos disfrutando de nuestras habituales copas de vino tras la cristalera que nos regaló tantos atardeceres de película.
25 de junio 2017.
Escuché el tono de llamada de mi móvil aunque siempre lo tengo en silencio. Pero esa llamada era demasiado importante y el destino se encargó de que la atendiese a toda costa.
–Rubita, soy yo. ¿Has hablado con Gil?.–
–Hola Ang. Sí. ¿Por?.–
–Enhorabuena por ese éxito. Lo mereces.–
–Gracias...nunca hubiese pensado que me llamarían de Londres para exponer junto a esos nombres.–
–Todo esfuerzo y talento tienen su recompensa.–
Un largo silencio se adueñó de la llamada. No sabía si seguía al otro lado.
–Zoe, escucha.–
*Aquí viene. Es aquí cuando pasa.*
–Angie...–
–Escúchame. Mi antiguo profesor de teatro, Lorenzo, va a empezar los ensayos de una obra que quiere presentar por toda Europa en estos próximos dos años. No sé qué contes...–
–No hay nada que pensar Angie". (La interrumpí). Estaré bien. Y tú lo estarás también.–
Sentí cómo su voz se entrecortaba al otro lado de la línea y se forzó para contener unas evidentes lágrimas. Y yo tuve que tragar en seco para lograr lo mismo.
–En ese caso pasado mañana cojo un barco.–
–Puedo...–
–No sé si voy a ser capaz de despedirme de ti.–
-No lo hagamos.-
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Hacía un día espectacular de verano. Las gaviotas y la brisa con aroma a sal rodeaban el puerto. Me sentía ansiosa. Fingí tranquilidad apoyada en una de las columnas blancas que daban paso al embarcadero, hasta que noté la presencia de Angie escondida bajo unas gafas de sol. Se levantó de una de las sillas en la monumental sala de espera rodeada de inmensas cristaleras que dejaban traspasar la cálida luz de aquella mañana y me acerqué con pericia por detrás.
–Disculpe.–
Angie se giró bruscamente y quedó inmóvil.
–Se le ha caído esto.– (Alargué mi brazo mostrándole un paquete envuelto en papel de regalo).
Ella se quitó las gafas para mirarme una última vez a los ojos con el mismo fuego de siempre y desenvolvió el regalo siguiéndome el juego en silencio. Tragó en seco.
–Gracias.–
Me enfoqué en su mirada infinita y turquesa y sonreímos. Mi profesora se dio la vuelta de nuevo rumbo a su barco y se colocó las gafas. Yo sabía lo que eso significaba.
Miré el reloj. Eran las 11:37am, qué irónico.
No pude mirarla hasta que traspasase la puerta del barco. Quise quedarme con la imagen de su figura atravesando el cegador resplandor blanco que entraba por la puerta.
2023.
A mis veinticinco años sé que me queda mucho por vivir y sí, mi vida ha tomado un rumbo muy distinto al que pensaba que tendría a los diecinueve. Sé que tomé la decisión correcta convirtiéndome en policía y sé que un 27 de junio vi marcharse al amor de mi vida. Pero como os dije, escogimos la libertad. Comprendimos que hay sentimientos que perduran en la distancia y en el tiempo. Y solo al final de nuestras vidas sabremos si tomamos la decisión correcta aquel día.
No puedo estar triste. Cada vez que Angie actúa, me planto en el teatro de esa ciudad y tras la oscuridad de los focos que la deslumbran al acabar una función, aplaudo como su fan número uno. Y la veo feliz.
Sé que me ha visto alguna vez porque aún reconozco sus gestos. También que ella aparece en el último día de mis inauguraciones anuales para evitar que la vea, pero yo siempre dejo colgado el mismo cuadro, nuestro cuadro. Y cuando lo recojo encuentro una letra nueva tallada en griego en el marco de madera aunque aún no puedo descifrar lo que pone.
Quizás nuestra historia siga siendo prohibida o imposible para siempre, pero hemos creado nuestro propio código secreto, como hacen todas las parejas. Porque así es y será nuestro amor. Secreto.
No hay un final para esta historia, porque lo crean los demás o no, siempre encontraremos algo que nos mantenga unidas.
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El amor no entiende de números
Romance¿Qué ocurriría si un día descubres que lo que entendías por amor se ve reflejado en alguien que te dobla la edad?. ¿Y si además es mujer, como tú, y algo extraño a ojos del resto?. Puede que esta historia sea el espejo que hay o ha habido frente a...