Capitulo 3

43 6 0
                                    


Capitulo Segundo (del libro)

....

 — El ceño que exhibes podría asustar al mismo Satanás.

Inuyasha partó la vista del paisaje que pasaba junto a la ventanilla del carruaje y miró a
su tía.
— ¿Perdón? —Comprendió que lo habían descubierto soñando despierto.                                      Lady Irasue De Faye le sonrió.

Su tía, que contaba con poco más cuarenta años, había roto muchos corazones en su época y aún resultaba una tentación encantadora para la mayoría de los caballeros maduros que cruzaban en su camino.
Cabello rubio claro, ojos color miel Irazue retenía la esencia de la juventud.
Inuyasha se preguntó fugazmente si su propia madre retendría aún dicha esencia. Llevaba
sin verla quince años, pero por las venas
Irazue y ella corría la sangre de los St. Aubyn. Mentalmente solo podía imaginarla
como la última vez que la vio; el paso de los años era incapaz de poner arrugas en su
cara o de ensanchar su cintura.
Siempre sería la mujer hermosa y joven que lo había enviado lejos.
—¿Has sabido algo de tu madre últimamente? —preguntó el Duque como si hubiera
leído los pensamientos de Inuyasha.
—Si, tanto ella como mi hermano se encuentran bien.
—No entiendo por qué tu madre eligió quedarse en Estambul cuando podría haber
regresado a Inglaterra —comentó Irazue—. Después de todo, tu padre está muerto.
Inuyasha suspiró. Le había explicado la situación de su familia al los cien ocasiones, pero
su tía se negaba a entender.
—La corte de mi hermano en Estambul, mi madre es la sultana
—Valide la mujer más poderosa del Imperio - le dijo con voz paciente,
Como si Fuera la primera vez que le relataba la historia.
—Pero te envió a ti, un príncipe en su propia tierra, a vivir...
—Mi madre me mandó a Inglaterra en secreto —interrumpió, sabiendo muy bien cuáles
iban a ser las siguientes palabras de su tía—. Mis compatriotas creen que he muerto, de
lo contrario mi hermano se habría visto obligado a encerrarme, tal como demanda la
costumbre en mi tierra. En tiempos antiguos, se le habría exigido que me ejecutara al
fallecer mi padre. Solo puede haber un sultán. Eliminar a todos los rivales políticos
potenciales ha evitado durante siglos que el reino se sumiera en una guerra civil.
Lady DeFaye tembló con delicadeza y sonrió.
—Ahora lo comprendo.
Hasta la próxima, pensó Inuyasha.
—Lo que no entenderé es por qué tu madre decidió quedarse con tu padre después de
que este le hubiera asegurado la promesa de su liberación —exteriorizó Irazue.
—Quizá amaba a su marido —intervino el Duque—. En contra de tu propia experiencia,
algunas mujeres aman a sus esposos.
—Oh vamos, Bankotsu —reprochó poco divertida—. Valoré a Francis hasta el mismo día
de su muerte —exhibió una sonrisa felina al añadir—. Por fortuna, su fallecimiento se

produjo más pronto que tarde. Lo que no consigo comprender es cómo una mujer puede
amar a su secuestrador.
—Mi padre no secuestró a mi madre —la corrigió Inuyasha.
—Sus secuaces la secuestraron del barco que la llevaba a Francia — le recordó
Irazue.
—Al parecer el amor se puede encontrar en los sitios más insospechados —se encogió
de hombros—. Ser secuestrada y entregada al sultán como regalo era su destino, al igual
que enamorarse de él. — Entonces giró la cabeza para mirar por la ventanilla. Se
preguntó dónde iba a encontrar él su propio amor. ¿Lo estaría esperando en la Mansión
Abingdon?
—Vuelves a fruncir el ceño —indicó su tía—. ¿Cómo vas a conseguir una esposa si vas
por la vida con el ceño fruncido?
—A la mayoría de las mujeres le atraen más las finanzas de un hombre que su sonrisa
—replicó Inuyasha—. Además, pensaba, no fruncía el ceño.
— ¿En qué?
—Asuntos de negocios.
¿Te he contado lo deliciosas que son las hijas de Takeo Higurashi, en especial Kagome? —
le preguntó el Duque a su hermana.
—Varias veces.
Al mirar por la ventanilla Inuyasha recordó a Kagome Higurashi. Era una criatura rara y
maravillosa. Invocó su expresión dulce, sus rasgos delicados que resaltaban sus ojos
Chocolate y el pelo del color de la noche.
El temperamento de la dama era tan encendido como su belleza. Recordó el modo en
que había desafiado al vicario y replicado al Barón. Admiró su lealtad hacia su padre y
tuvo ganas de aplaudir su espíritu intrépido. Siempre y cuando no lo dirigiera contra él,
se llevarían con armonía.
Qué afortunado había sido el difundo conde de Abingdon al tener una hija que le
demostraba su amor y lealtad incluso al borde de la tumba. Solo deseó tener algún día
una esposa e hijos que lo honraran y amaran tanto como para desafiar al mundo por él.
Con sarcasmo pensó que si los deseos fueran caballos, los mendigos cabalgarían.
Kagome Higurashi era una aberración en un mundo plagado de mujeres de poco fiar.
—Bueno Inuyasha, ¿qué piensas? —Preguntó su tío interrumpiendo sus pensamientos—.
¿Debo destruir estos documentos?
—Kagome Higurashi me gusta —respondió con sencillez, sin apartar la vista del paisaje—.
Solo espero que yo le guste. A diferencia de mi padre, jamás obligaré a una mujer a
meterse en mi lecho.
—Acepta el consejo de un viejo —dijo su tío—. Ve despacio y con cuidado.
—Claro que le gustarás. Eres rico, ¿no? — Irazue rió con gusto y agregó—. En ese
linaje corre un temperamento encendido.
—Kagome es adoptada —explicó Inuyasha, mirándola.
—Sí, lo sé —replicó ella con sonrisa felina.
¿Lo sabe? —Inuyasha se volvió hacia su tío.
—Irazue lo sabe desde hace años —el Duque se encogió de hombros.
— ¿Lo sabes desde hace años y no has hecho circular ese delicioso rumor? —Escudriñó
Inuyasha con una sonrisa—. Vaya, tía, estoy orgulloso de ti.
—No ha sido fácil —se quejó Irazue—. El conocimiento y mi auto impuesto
silencio me han atormentado.
—Puedo imaginarme todo ese horror. —Inuyasha fingió un escalofrío de temor. Irazue estalló en una carcajada.

El caballero indecenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora