Capítulo 8.- Elyanna Martell.

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Habían pasado ya seis meses desde que Aemond y Elyanna se habían casado. Y desde aquella única noche que ambos pasaron juntos. Desde entonces, el matrimonio solo se había visto unido cuando así lo requería el protocolo. Delante de recepciones oficiales y cuando su presencia lo requería. Pero cuando las puertas se cerraban, ambos tomaban caminos separados.

Sin embargo, Elyanna batallaba cada día por ocasionar un encuentro fortuito con su marido. En el fondo, aquel día y aquella noche la había marcado y ahora lo buscaba. Cuando entrenaba cada mañana con sus serpientes, esperaba verlo en el campo de entrenamiento. Al verlo, su corazón latía más rápido y sabía, muy en el fondo, aunque le costara admitirlo, que podía estar empezando a sentir algo por su marido.

Pero solo lo observaba de lejos. Cuando entrenaba con Sir Criston y veía su rostro, su concentración y recordaba cada segundo de aquella noche. Entonces se ponía nerviosa, desviaba su mirada y se marchaba a llevar a cabo sus quehaceres en la corte.

Muchos días, salía con Helaena, Nymeria y uno de los hermanos Arena, junto con dos guardias más, a la ciudad, encandilando así al pueblo, que solo tenía buenas palabras hacia la princesa dorniense. Los niños se acercaban a ambos mujeres, buscando mostrarles lo que estaban haciendo. Ellas les regalaban su tiempo y cariño. Elyanna se había encargado de un pequeño orfanato que estaba en la ruina, un hecho que todos los habitantes de Desembarco agradecieron.

Había mejorado su relación con su cuñado Aegon, a quien visitaba en algunas ocasiones e incluso compartían alguna copa. Había llegado a llevarlo a sus aposentos cuando el alcohol había hecho estragos en su organismo.

Lo que más había cambiado en su vida era la relación con su suegro, Viserys. Ella lo visitaba cada día, cuando ambas agendas lo permitían y hablaba con él. El rey le contaba sobre su vida pasada, sobre sus pensamientos, sus preocupaciones, sus alegrías, su familia... Y Elyanna recordaba estar viendo a su padre. Cuando comenzó a enfermar y demacrarse, la dorniense estaba pendiente del monarca a cada segundo, siendo informada por los médicos reales y por el suyo propio.

Aquella situación del monarca le preocupaba, aunque le costara admitirlo. Un día, la fiebre era demasiado alta y él estuvo delirando. Ella se encargó toda la noche de él. Le escuchó hablar sobre Rhaenyra, mencionar a Aemma, su mujer fallecida....

-¿Sabes la historia de cómo Aemond perdió su ojo, Elyanna?

-No mi rey. No la conozco. Mi marido no me la ha contado.- decir aquellas palabras le costó, porque aunque era verdad que estaban casados, ella no lo sentía así. Sabía que aquello sería de esa manera porque él jamás se enamoraría de ella, como le había dicho.

-Aquello fue un juicio... peculiar. Lucerys, el hijo menor de mi hija, le arrancó el ojo...- escuchó pacientemente mientras cambiaba los paños al rey y entendió la sed de venganza de su marido, aunque no la compartía. Entendía porque el hecho de que fueran a visitarlos, como había oído en la corte, lo había enervado.

-Elyanna...

-Dígame majestad.

-Llámame Viserys por favor.

-Viserys. Dime.

-Cuida a Aemond. No dejes que comete una locura. Los dragones pierden el control fácilmente, es difícil domarlos. Pero las serpientes tenéis una extraña forma de encandilar a las personas.- explicó el rey mientras le sonreía. Luego, los médicos entraron para revisar su estado y ella se tuvo que marchar, pues debía prepararse para lo que se avecinaba.

Fue en busca de Nymeria que, según le había comentado Harlik, estaba con Helaena en sus aposentos. Así que se marchó hacia la habitación de su cuñada. Le extrañó no ver a dos guardias apostados en la puerta de la Targaryen, así que al llegar, abrió las puertas de par y lo que vio hizo que abriera sorprendida los ojos.

The serpent and the dragon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora