Capítulo III

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Capítulo III:

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MUÑECAS ROTAS

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¿Por cuánto te vendes?

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Sakura.

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Me desperté cuando el sol dio de lleno en mi rostro y sentí esos brazos musculosos en mi cintura. Abrí primero un ojo. Bien, no estaba en mi departamento sino en uno mil veces mejor y definitivamente no dormía sola. Las imágenes de la noche anterior llegaron a mi cabeza y recordé.

Estaba trabajando.

Me levanté despacio, sin hacer ruido, evitando despertarlo. Había olvidado preguntar su nombre. Bien, si era sobrino de Madara Uchiha debe apellidarse igual ¿No?

Me vestí de prisa y él  se removió entre las sábanas. No quería despertarlo, su tío ya me había pagado la noche anterior asique podía irme tranquila.

Salí despacio del dormitorio camino a la sala, ubiqué mi abrigo y mis zapatos en el suelo, su camisa estaba sobre mí abrigo y lo dejo impregnado en su perfume. La llevé a mi nariz sintiendo su aroma y me la coloque sobre la ropa interior, me coloque el abrigo y los zapatos y me marche de aquel elegante departamento.

¿Por qué le regalarían una prostituta a un hombre así?

Seguro estaba casado o con novia. Un hombre así no estaría soltero. De seguro quería escapar de la monotonía y a su tío le pareció divertido contratarle una prostituta.

Su perfume se impregno en mi piel. Salí del edificio y tome el primer taxi que encontré.

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―¿Qué hora de llegar son estás?Chillo Temari en cuanto entré a nuestro modesto departamento.

Yo sonreí encaminándome al sillón y me desplome a su lado quitándome los zapatos y el abrigo.

―¿Te robaste su camisa? Pregunto divertida 

Subí las piernas al sillón y las tape con mi abrigo mientras me acurrucaba en la camisa del señor Uchiha.

―Debe tener miles― Susurre y le quite la taza de café de las manos a la rubia.

― ¿Y cómo era? ― Pregunto curiosa ―Porque para necesitar una prostituta con veintitrés años debe tener mañas muy extrañas Dijo divertida.

―Pues no Le respondí y recordé la forma en que me cogió toda la noche, la piel se me erizo de solo pensar en él ―Era guapísimo― La rubia se acercó para que siguiera contándole ―Y cogía como los dioses―

―Ay, no te creo― Chillo volviendo a su lugar y se preparo una tostada con mermelada.

―Lo juro― Comenté con una sonrisa y tome una tostada de la mesa ratona frente a nosotras ―Era alto, musculoso. La piel muy blanca. Los ojos negros― Comenté soñadora untando la mermelada en la tostada ―Tenía un rostro. Hermoso Le dije Pero seguro era casadoAsegure llevándome la tostada a la boca.

―¿Cómo sabes? ¿Tenía anillo?

―Seguro se lo quito Mencioné mientras negaba con la cabeza.

Muñecas rotas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora