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Jeon Soyeon sabía que estaba mal cruzar las puertas de aquel restaurante de sushi, que tal vez no sería lo más adecuado o algo propio de ella, pero aún así lo hizo.

Quería hablar con Song Yuqi, la curiosidad fue aquello que la llevó a abrir las puertas de aquel conocido restaurante.

Tenía un sentido del humor extraño y hablaba de vaginas como si fuese un típico tema de conversación entre desconocidas, pero se sentía cautivada por su belleza y por su forma de ser. Jamás había conocido a una persona tan llena de confianza, con movimientos tan elegantes y sentimientos tan enigmáticos.

Buscó a la chica con la mirada y no tardó en encontrarla, sentada justo en el centro del lugar, apoyando los codos sobre la mesa y colocando su rostro sobre sus manos, manteniendo la mirada en uno de los bonitos cuadros de la pared con las facciones completamente inexpresivas.

Soyeon sintió un leve apretón en su corazón al darse cuenta de que no era la única que notaba la presencia de Yuqi en aquel lugar. Había más de diez hombres fijando la mirada de forma disimulada en ella y esto la hacía arder en su interior, aunque las razones de aquel incendio eran claramente desconocidas.

¿Tanto llamaba la atención aquella mujer en el centro del concurrido restaurante?

La tatuadora por fin logró llegar al lugar que Yuqi ocupaba y se sentó frente a ella. De inmediato notó que los ojos de los hombres también comenzaban a recorrer su cuerpo. Fue cuando Soyeon comprendió que Yuqi había elegido aquella mesa justamente por aquel motivo.

Le gustaba que la admiraran. Le gustaba que los demás se dieran cuenta de su incomparable belleza que incluso bajo aquellos lentes de sol y beanie color negro, resplandecia y atraía todos los ojos ajenos. En cambio, Soyeon, siempre elegía la mesa del rincón.

—Sabía que vendrías. — exclamó con lo que podía ser cierto aburrimiento en su voz. La estaba observando con sus penetrantes ojos, ahora los lentes de sol colgando del bolsillo de su chaqueta de cuero luego de haberlos quitado ante la presencia de la coreana. —Por eso me ocupé de ordenar por ambas, espero que no te moleste. — avisó.

—No me molesta. — confirmó, y era cierto. Le gustaba el atrevimiento de Yuqi. Le gustaba saber que no estaba intentando impresionarla cambiando su forma de ser, le gustaba saber que solo estaba siendo ella misma y solo eso era capaz de atraer toda la atención de Soyeon.

Prefería estar con Yuqi siendo Yuqi, que con alguien intentando comportarse como un ángel cuando fácilmente puede ser un demonio oculto bajo una cara bonita.

—Bien. — dijo con una sonrisa antes de mover su cabeza levemente a la derecha, despegando sus ojos de los de Soyeon y concentrándose en algo detrás de ella. Cuando Soyeon buscó con su mirada lo que Yuqi estaba viendo, se encontró con un hermoso panda deslizándose por los árboles de bambú perfectamente pintado sobre un lienzo, el fondo verdoso representaba aquel bosque y los colores negros y blancos del panda resaltaban con el fondo. Era el cuadro que la chica había estado admirando antes de su llegada.  —Yo lo pinté. — reconoció con orgullo y cuando Soyeon se giró para verla, la descubrió sonriendo, lo mejor de todo es que aquella era una sonrisa de verdad.

—No pensé que te dedicaras a la pintura.  — reconoció con una sonrisa mientras se fijaba en los dedos de la chica, los cuales seguían sirviendo de apoyo para su cabeza. Pensó en cuántos cuadros habían pintado aquellas manos, en cuántas veces aquellos dedos habían trabajado horas y horas para hacer obras como aquel panda que apenas recibía atención de los clientes que se concentraban más en su comida que en el cuadro. —Pensé que eras una mujer con otro tipo de, no sé, ¿Negocios? — explicó.

Por supuesto, Soyeon había pensado que sería una empresaria, trabajadora de un bar nocturno, sicaria, jefa de una pandilla, narcotraficante o líder de una secta satánica...

𝐋𝐚 𝐓𝐚𝐭𝐮𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐋𝐢𝐛é𝐥𝐮𝐥𝐚𝐬 » ʏᴜʏᴇᴏɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora