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Yuqi y ella caminaron silenciosamente hasta el auto de la pintora.

No podía saberlo con exactitud, pues solo iluminaba al vehículo la luz de las farolas, pero creyó ver que ya no había abolladuras o desperfectos en la pintura. Yuqi no le abrió la puerta, pero aun así Soyeon se deslizó dentro sin reclamar nada.

No podía pedirle nada después de todo. Estaba destrozada y cuando las personas están así, olvidan abrir las puertas.

Le sorprendió ver que el interior del auto estaba completamente limpio, sin restos de pintura ni envoltorios de comida chatarra, jamás en su vida había visto un auto tan impecable.

—¿Es un auto nuevo? — preguntó a Yuqi mientras detallaba todo a su alrededor. No era por exagerar, pero ni siquiera recordaba el color de la tapicería del auto.

Yuqi solo la miró con la sonrisa más falsa jamás vista en el mundo y negó lentamente con su cabeza.

La tatuadora asintió lentamente y de esta forma empezó un viaje silencioso que las llevó al restaurante de siempre.

Ya ninguna tenía nada que decir.

No se sentaron en la mesa del centro, ni aquella que usaban con Yuqi o en esa a los cercanos alrededores, se sentaron en la mesa del fondo, allí donde eran completamente invisibles, casi hasta para los meseros.

Fue sugerencia de Yuqi, por cierto, y no parecía querer ocupar ese lugar para hacer cosas "malas".

—No tolero que me miren. — soltó con un débil susurro.

Y a Soyeon se le destrozó el ya roto corazón, pues la Yuqi que había conocido en el pasado jamás habría dicho algo así. Pidieron la misma comida de siempre, pero no a Juwon el mesero, pues seguramente su turno había terminado.

Yuqi ya no comía lentamente ni tragaba como si la comida hubiese sido hecha por los mismísimos dioses. Ahora masticaba muy rápido y tragaba de igual forma, y ni siquiera terminó una tercera parte de lo que pidió.

—Come un poco más. — suplicó, pero Yuqi se cruzó de brazos y se negó.

No importó cuántas veces más suplicó Soyeon, Yuqi no obedeció.

Soyeon simplemente hizo el resto de su propia comida a un lado, pidió la cuenta y se marchó junto a Yuqi.

—Debiste comerte eso, te enfermarás. — exclamó la pintora.

—Tú también.

—Yo ya no importo, solo quería probar ese sushi una vez más.

Soyeon quiso gritarle en ese mismo instante que a ella si le importaba.

Pero no lo hizo.

Como Soyeon había accedido a pasar el resto de la noche con ella, Yuqi decidió llevarla al departamento. Durante el viaje ambas se permitieron hablar.

—¿Hubo otras? — preguntó suavemente mientras el semáforo se ponía en rojo.

—No... — la tatuadora se extrañó de que Yuqi se viera decepcionada.

—Tú mereces ser feliz, Soyeon. — le dijo tristemente.  —Olvídame para siempre. Por favor.

—¿Por qué pides lo imposible? — lo era porque ella seguiría apareciendo, en su mente, en su corazón y en las exposiciones de arte.

—Porque me dijeron que sería imposible encontrar al amor de mi vida, pero de repente apareciste tú. — contestó.  —Nada es imposible excepto lo imposible.

Soyeon hizo silencio unos minutos y luego suspiró.

¡Qué frustrante es estar enamorado!

—¿Hubo otras? — y entendió por qué Yuqi había deseado un sí.

𝐋𝐚 𝐓𝐚𝐭𝐮𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐋𝐢𝐛é𝐥𝐮𝐥𝐚𝐬 » ʏᴜʏᴇᴏɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora