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Soyeon pensó que no volvería a ver a Song Yuqi luego de aquella noche en su departamento. La pintora se lo había prometido después de todo, y aunque le doliera, había comenzado a aceptar el hecho de que sus vidas iban en dos direcciones completamente opuestas.

Pero la vida las obligó a reencontrarse una vez más.

La tatuadora estaba diseñando un nuevo tatuaje para un cliente de bastante dinero cuando escuchó las campanillas de la puerta de entrada sonar. No se giró a ver, pues había perdido la costumbre, ya no tenía a nadie a quien esperar.

Fue entonces que escuchó unos pasos acercándose y se encontró con la mirada entristecida de Yoon.

Y con los ojos marrones y sin brillo de Song Yuqi, así como su cabello que había dejado completamente atrás el brilloso y lindo rosa, siendo reemplazado por aquel castaño oscuro.

—Vas a tatuarla. — murmuró con melancolía.

Ella también notaba el cambio de Yuqi. Ella también veía su piel enfermiza, también veía la oscura ropa holgada que tiempo antes le había quedado fenomenal. Ella también notaba su mirada baja.

—Yo... — tartamudeó la recepcionista.  —Es tiempo de que me vaya.

Y la chica se fue y aunque Yuqi estaba allí, se sintió sola.

—Sé que prometí que no volverías a verme. — susurró mientras daba pequeños pasos en dirección a la pared repleta de grafitis y dibujos.  —Pero necesito un tatuaje y tú los has hecho todos, Soyeon. No confío en nadie más.

Y aunque aquel no era el momento, Yuqi dejó escapar un par de lágrimas.

—¿Por qué lloras?

—El dragón y el unicornio siguen allí. — sollozó mirando el dibujo que Soyeon había hecho en representación a su relación antes de que todo terminara.

—El dragón y el unicornio jamás se irán.

—Eso es lo que crees, Soyeon.

Y quien dejó escapar una lágrima en ese momento fue la tatuadora.

Soyeon le pidió a Yuqi que se quitara la chaqueta y la camiseta para que tatuar se le hiciera más fácil. La pintora obedeció sin decir nada.

No le dirigió comentarios seductores ni se halagó a sí misma. No hizo nada que le hiciera creer a Soyeon que la vieja Yuqi seguía allí.

La tatuadora se cubrió la boca e intentó no llorar cuando la vió. Podía notar los bordes de sus costillas claramente, y su piel era incluso de un tono más enfermizo en el área que el sol no golpeaba con frecuencia. También podía notar sus clavículas sobresaliendo.

Y ambos brazos, desde la muñeca hasta los hombros, tenían cortes de todo tipo de tamaño y profundidad. Unas viejas, otras nuevas, pero heridas en fin.

—¿Por qué te haces esto, Yuqi?

Pero la pintora no respondió.

El último espacio en aquella larga columna de libélulas terminaba en el hueso de su coxis. Los tatuajes no se veían tan lindos como antes, la piel enfermiza se había robado los colores brillantes de aquellos tatuajes. Soyeon palmeó aquel hueso del coxis suavemente y sintió que estaba más prominente de lo normal. También sintió la necesidad de tocar sus costillas, pero eso habría sido grosero considerando que ya no eran nada.

Necesitaba saber si estaba tan mal como se veía.

—¿Te doy asco? — preguntó entristecida la pintora.

Soyeon negó dulcemente y comenzó a tatuar la última libélula de Song Yuqi.

Tenía que ser muy negra y también pequeña, tenía que ser una libélula solitaria, tenía que ser una libélula triste.

𝐋𝐚 𝐓𝐚𝐭𝐮𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐋𝐢𝐛é𝐥𝐮𝐥𝐚𝐬 » ʏᴜʏᴇᴏɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora