Capítulo 5: El Tlalocan

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Mientras Draven avanzaba por el camino hacia el Tlalocan, sus ojos se abrían asombrados ante la magnificencia de este reino divino. La vista se llenaba de maravillas y su mente se sumergía en una experiencia mística y trascendental. A medida que avanzaba, la atmósfera a su alrededor se volvía más densa y cargada de energía divina. Draven sentía un cosquilleo en la piel y una sensación de paz y reverencia que lo envolvía por completo.

Los colores del entorno se intensificaban, adquiriendo una luminosidad sobrenatural. Los tonos azules y verdes se volvían más vivos, mientras que los púrpuras y dorados resplandecían con un brillo místico. Draven se encontraba rodeado de una vegetación exuberante y exótica que parecía cobrar vida propia. Los árboles altos y frondosos se balanceaban suavemente en la brisa celestial, mientras las flores desplegaban sus pétalos en una sinfonía de colores y aromas embriagadores.

A medida que caminaba, Draven notaba la presencia de arroyos y cascadas que fluían con aguas cristalinas y puras. La música suave y relajante del agua llenaba el aire, creando una melodía celestial que lo envolvía. Las cascadas se deslizaban por las rocas con una gracia celestial, esparciendo gotas de rocío que brillaban como diamantes al ser acariciadas por los rayos de luz divina.

El suelo por donde caminaba Draven estaba hecho de una combinación de piedras preciosas y cristales resplandecientes. Cada paso que daba provocaba destellos y chispas de luz, como si el mismo suelo estuviera imbuido de poder divino. Draven podía sentir la energía sagrada que emanaba de estas piedras, alimentando su propio ser y fortaleciendo su conexión con lo divino.

En este entorno mágico y sagrado, Draven experimentaba una profunda sensación de asombro y gratitud. Sus ojos se llenaban de lágrimas de alegría mientras absorbía la belleza y la majestuosidad del Tlalocan, consciente de que había ingresado a un reino de los dioses donde su entrenamiento alcanzaría un nivel superior.

Mientras Draven observaba la gran belleza, sonó una voz familiar detrás de él diciendo: "¿Estás listo?" Draven, sorprendido, dijo: "¡Oh, Tlaloc, eres tú! Este lugar es increíble". Tlaloc respondió: "Aquí será donde aprenderás todo lo necesario para ser un dios. Creo que ya estás sintiendo algo de poder divino dentro de ti". Draven asintió con la cabeza.

Tlaloc dijo: "Ya aprendiste habilidades físicas, ahora te enseñaré habilidades elementales". En ese momento, apareció un rayo en la mano de Tlaloc con un sonido imponente. Draven observó que ahora Tlaloc tenía un hacha que se veía forjada en un metal brillante y reluciente, con un tono azulado que evocaba la frescura y la pureza del agua. Su superficie estaba adornada con grabados intrincados que representaban tormentas, nubes y rayos. Estos grabados parecían cobrar vida a medida que la luz se reflejaba en ellos, creando un efecto de movimiento y energía constante.

Tlaloc respondió: "Esta es mi tlāhuiztli teōtl (arma divina)". Draven, emocionado, respondió: "¿Cuándo tendré la mía?" Tlaloc riéndose, respondió: "Ya tienes una". Draven se rebuscó pero no encontró nada, pero luego recordó la espada que le dio Tzilacatzin. Draven dijo: "¿Esto?" Tlaloc contestó: "Sí, esa es tu arma divina. Era del antiguo dios de la guerra".

Draven, un poco decepcionado, preguntó: "¿Por qué no se ve igual de genial como la tuya?" Tlaloc riéndose, dijo: "Falta que la cargues con tu energía divina". Draven, dudoso, preguntó: "¿Cómo se supone que lo haga?" Tlaloc contestó: "Esa respuesta no te la puedo dar. Cada dios maneja su energía de forma distinta". Draven, un poco decepcionado, preguntó: "Entonces, ¿dónde empezamos?" Tlaloc lo guió a un templo de Tlalocan y le dijo: "Siéntate".

Draven se sentó, pero al pasar unos minutos, Tlaloc no había dicho ni una sola palabra. Draven, impaciente, le preguntó qué debían hacer. Tlaloc, sereno, no dijo ni una sola palabra. Pasaron los minutos, las horas, un par de días, y Tlaloc finalmente decidió abrir los ojos y preguntarle a Draven cómo se sentía.

Draven, con una indignación increíble, le gritó a Tlaloc preguntándole qué estaba pasando y por qué se habían sentado dos días enteros sin hacer nada. En ese momento, Tlaloc sonrió y le dijo: "Este templo emana la gran energía que hay en Tlalocan. Ahora debes estar cargado de energía divina". Tlaloc señaló el brazo de Draven y le dijo: "Mira, tu marca divina está cargada y emanando tu aura".

Draven, sorprendido, vio que su marca volvía a emanar la luz del primer día que llegó aquí. Draven le preguntó a Tlaloc qué debían hacer, y Tlaloc explicó que sus magias eran distintas. Él era el dios del trueno, las tormentas y la lluvia, mientras que Draven era el dios de la guerra y el sol. Tlaloc dijo que la mejor maga de la energía solar era Quetzalcoatl.

Draven, indignado, preguntó por qué Quetzalcoatl no me entrenó. Tlaloc, con vergüenza, respondió que Quetzalcoatl tenía métodos poco convencionales y podría incluso destruir el Tamoanchan, así que decidieron que él sería el encargado del entrenamiento divino. Draven, un poco más centrado, respondió: "Bueno, entonces empecemos".

En ese momento, Tlaloc explicó que con la energía divina podría hacer cosas que Draven no se imaginaba. Tlaloc le mostró su marca y Draven observó que tenía forma de una gota de agua. Tlaloc explicó que la marca de Draven simbolizaba el sol y que debía buscar la forma de moldear la energía para poder utilizar la magia del sol. Tlaloc dijo: "La única forma de que aprendas es viendo, así que vamos a hacer una pelea de calentamiento".

Draven se puso en guardia y comenzó la pelea. Tlaloc, al usar su arma, comenzó a invocar nubes en el cielo. En el momento en que Draven miró hacia arriba, vio cómo una nube emanaba una luz azul. Su instinto le hizo dar un salto hacia atrás, y en menos de un segundo, un rayo impactó frente a él.

Draven, sorprendido, decidió tomar el combate más en serio y empezó a atacar a Tlaloc. En ese momento, Tlaloc vio el potencial que tenía Draven, pero comenzó a lanzar rayos sin parar, y a Draven le costaba esquivar cada uno. Draven decidió recordar el sentimiento que tenía cuando usaba su habilidad Tlatoani y sintió un punto en el que podía ver la energía de su cuerpo.

Observó que cada parte de su cuerpo estaba repleta de esa energía y, en ese momento, Tlaloc abrió los ojos sorprendido al ver que Draven aprendió tan rápido. Draven se le ocurrió recubrir toda su espada con esa energía. Al hacerlo, su espada se envolvió en un color rojo como si se tratara de fuego. Draven, confiado, intentó atacar a Tlaloc, pero Tlaloc, de un solo golpe, desmayó a Draven.

El impacto del golpe fue fuerte, y Draven cayó al suelo. Al recobrar la conciencia, se encontró en una habitación desconocida. El lugar estaba lleno de estatuas de dioses antiguos y libros sagrados. Draven se puso de pie y miró a su alrededor, tratando de entender dónde se encontraba y cómo llegó allí.

Tiempos de Atlan: El Renacer del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora