PRÓLOGO

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Eran mediados del siglo XVII, la economía del país no era la mejor, las calles se poblaban con personas vendiendo cabezas malolientes de pescado, niños jugando y corriendo ignorando todo su alrededor, mujeres en las esquinas vendiéndose por un poco de monedas y alcohol.

Exceptuando la clase alta, la clase de la realeza y sus subsiguientes. Algunas familias adineradas vivían en palacios, comiendo con cubiertos de oro y las mujeres portaban toda clase de joyas y perlas alrededor de sus cuellos y manos, sus vestidos eran pomposos y llamativos, los hombres vestían con elegantes trajes hechos de la tela más fina y cara que existía en el mercado.

La necesidad y la carencia gobernaban sobre los lujos.

Más allá del centro de las ciudades y pueblos, en las orillas junto a los desembarcaderos, algunos hombres pensaron que la mejor forma de sobrevivir era robando, y los mares parecían ser el mejor aliado para todos aquellos que buscaban una vida fácil de riquezas, poder y libertad. Con el paso del tiempo, cada vez más gente los conocía y se les unía, comenzando a ser el temor y la repudia de los pueblerinos indefensos y la realeza bañada de oro y riqueza.

La primera generación de éstos navegantes dio paso a muchas más, sabiéndose que éstos habían dejado en algún lugar remoto, escondidas todas sus riquezas reunidas tras una larga vida de hurtos y engaños. Las siguientes generaciones comenzaron a rivalizarse, en busca de todos esos tesoros escondidos por todo el mundo.

Las mismas personas comenzaron a llamarles piratas, aquellos hombres que navegaban por las aguas profundas de los mares, cargando monedas de oro y joyas brillantes en sus viajes, aquellos hombres que tomaban a la fuerza lo que querían. Eran, quizá, la esperanza de algunos, y el temor de otros, pero lo que era seguro, es que los reyes alrededor de todo el mundo tenían un solo objetivo: eliminarlos.

~ * ~

El barco de Wang Yibo no era como cualquier otro, empezando por el hecho de que no tenía un solo capitán a cargo que lo dirigiera. Dylan Wang cruzaba los mares al lado de Yibo, y ambos se denominaban el uno al otro capitán. Tampoco su tripulación era igual a las demás, siendo unos pocos en comparación, Exodus era un barco tallado y construido a mano, con el sudor y el esfuerzo de todos y cada uno de los que ahora mismo viajaban en él.

Dylan solía llamarle "bebé" mientras acariciaba una de las tablas que sostenía el timón. Ahora mismo navegaban hacia el Este, con el aire soplando en favor para ellos. Yibo había escuchado, de una de las veces que habían desembarcado hace unas semanas, sobre un tesoro inusual y, por palabras de Dylan, mágico. Le llamaban El Perla Negra, y tal parecía que era el más buscado desde hacía años por todos los piratas alrededor del mundo.

El alto le había denominado mágico, porque entre las leyendas, se cuenta que el tesoro está en una isla que sólo aparece a la vista ante aquellos que son elegidos. Era evidente, que tras buscarlo durante siglos sin que nadie lo encontrase, la mayoría de los piratas habían comenzado a divulgar sobre que ese lugar sólo se mostraba si llevabas entre tu tripulación algún ser místico jamás visto anteriormente, tampoco. Muchos otros piratas sólo reían, sin creer la leyenda de El Perla Negra.

Yibo en realidad no lo había contemplado como un tesoro el cual buscar, siendo de los fieles creyentes que la existencia de éste era sólo una historia que se contaba entre los piratas año tras año, pero hace exactamente dos semanas, había escuchado en una cantina, a un pirata hablando sobre cómo en la zona más al Este del océano, había visto un ser extraño entre las frías y fuertes aguas.

Mientras contaba, Dylan y Yibo estaban seguros que se refería a sirenas. Eran otras de las historias que también se escuchaban mucho y no solo entre piratas. Mujeres con rasgos faciales sin iguales, con una voz encantadora y seductora, pero que en vez de piernas poseían una cola como un pescado o quizá una ballena, con escamas de colores y llamativas. Las sirenas, según era contado, cantaban para los hombres que se acercaban lo suficiente y los hipnotizaban en sus dulces melodías para arrastrarlos con ellas bajo el mar y así ser devorados.

Casi no había persona en la tierra que hablara sobre un encuentro con ellas, y si la había, se podía notar a leguas que ese hombre padecía bastante de sus facultades mentales, por lo que casi nadie les creía. Pero Yibo lo había visto, ese brillo en los ojos de aquel viejo pirata mientras relataba lo hermoso de su canto, el largo de su pelo y lo profundo de voz. Había detallado a una sirena de una forma tan honesta y precisa que Yibo estaba seguro que ese hombre no podía estar mintiendo, por lo que ahora mismo se dirigía hacia el Este del océano, en busca de esas sirenas y, por ende, de El Perla Negra.

𝑬𝒍 𝑷𝒆𝒓𝒍𝒂 𝒏𝒆𝒈𝒓𝒂 [𝒀𝒊𝒛𝒉𝒂𝒏]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora