Al ordenar los recuerdos que conservé de mi madre, lloré como no lo hacía en años. El peso del pasado era agotador, lo peor era que jamás se hacía ligero. Eso de que el tiempo cura era una farsa. En mi experiencia, sólo agravaba las heridas.
La carga me pisaba los talones, a ratos saltaba sobre mis hombros y siempre se las arreglaba para aplastarme cuando llegaba la hora de dormir. Creí que aprendí a vivir con ella, y me engañé con eso.
Cuando pensé que tenía todo en orden recordé que jamás fue así. Un pequeño conflicto, la ligera exposición y fue suficiente para recordarme lo que era.
Pasé horas sola en mi habitación, funcionando ocasionalmente para mis mascotas. Apagué el celular y no moví las cortinas, sólo me dejé envolver en la oscuridad y en los ecos de un accidente de auto tan rápido que parecía ridículo que llevara más de una década repitiéndose como un disco roto.
No recordaba mi infancia antes del dolor de la perdida y la culpa. Me veía llorando y terminando de hacerlo sólo para murmurar disculpas y pedirle a cualquier ser superior escuchando que simplemente detuviera todo, que me rendía.
Luego me dormía para caer en pesadillas y despertar con la misma sensación, el mismo peso subiendo sobre mí, cada día y cada noche durante los últimos trece años.
No sabía que necesitaba estar tan hundida para darme cuenta de que lo que sentía por Katherine era más grande de lo que quería admitir. Se sentía como un faro en la oscuridad, una brillante y nueva oportunidad para que yo también lo fuera.
Pero no podía. Ella sólo era una chica, no una salvadora. Era tanto o más humana que yo, demasiado perspicaz respecto a mis emociones y cuan genuinas eran.
Quería conocerme de la misma forma en que yo quería conocerla a ella. Quería todo, incluso lo feo y triste. Sin embargo, yo dudaba que pudiera con eso.
Yo podía con su dolor por las presiones familiares y la temible aventura de hacerse adulta. Ella no podría con mis fantasmas, mi desapego, la hipocresía, la pena y mi soledad.
Ni siquiera yo podía con todo eso.
—Hueles a muerte—dijo Joe cuando se asomó por el pequeño espacio que le permití entre la puerta y el marco—. En serio. Sé a qué me refiero.
—¿Es algo de los Harris siempre ser tan toscos respecto a las apariencias y aromas de los demás? —mantuve la puerta entrecerrada mientras él intentaba entrar a la fuerza—. ¿Puedes darme lo que Rita envió? Sé que era un pastel porque vi al repartidor desde la ventana.
—¿Qué pasa? —preguntó, ya serio y atento ante el menor detalle que pudiera responder por mí—. Rita dice que no te ha visto salir en dos días.
—Normal, es mi semana libre. La única del año que puedo pedir. No me envidies.
Volvió a intentar abrir, pero mantuve mi cuerpo contra la puerta. Cruzamos miradas, la mía rogando que no lo hiciera, la suya cuestionándome si realmente creía que él no lo haría.
De un solo empujón, me recordó que no tenía sentido que me resistiera a su intrusiva presencia.
Le conté lo que había pasado con Katherine y, en muy resumidas cuentas, lo que provocó: crisis existencial. Él asintió en cada oración, no mantuvo el contacto visual y sólo se sentó en el sofá a verme deambular sin sentido por la sala.
—Pobre Katherine—suspiró en su gran deducción—. Creí que era la indicada.
—No existe algo así, Joe—alcancé mi cerveza y negué con la cabeza—. No para mí al menos.
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Caminos Cruzados (D&K1)
RomanceKatherine acaba de cumplir veinte y está decidida a empezar a vivir de verdad. Para eso, debe dar un paso fuera del armario. Literal y metafóricamente hablando. ¿La mejor forma de hacerlo? Fácil: contárselo a Theresa, su mejor amiga. Por otra parte...