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No debes subestimar al fuego

—Vosotros nada, no me habléis, no me miréis y no invadais mi espacio personal con vuestras miserables presencias—les dije desde el odio más profundo de mi corazón.

Así que con las esposas me adentré de nuevo en ese edificio con todos esos perros falderos tras de mí.

Esto situación era estúpidamente absurda.

Estaba en una habitación de cristal en donde ellos me podían ver pero yo no a ellos, me habían dejado aqui por dos días siempre venían la señora que me trajo al mundo a traerme mis comidas e intentar conversar conmigo pero siempre la sacaba de aquí su presencia hacia que la comida me causara náuseas.

Era tarde en la noche cuando la puerta se abrió dejando ver una cabellera castaña, y unos ojos avellanas que me miraban con curiosidad.

—Hola ardillita—dije con gracia al ver su reacción al verme.

—¡Adele!—grito viniendo a abrazarme con fuera, y escuchaba sus sollozos en mi hombro.

—Estas hecha toda una jovencita—dije acariciando su cabeza con cariño, ella era lo único que me quedaba de familia, mi pequeña hermanita.

—Te he echado muchísimo de menos—dijo con los ojos rojos e hinchados y aferrándose a mi cuello como una garrapata.

—Yo, puede ser que un poco lo haya hecho también—dije con gracia al ver su cara roja cual tomate—Bri necesito que me ayudes—dije y ella seco sus lágrimas y asintió—¿Sabes donde se han llevado mi coche?—pregunte y ella parecía pensarlo.

—Lo tiene papa pero le pusieron una cosa en una de sus ruedas y la llave nose donde la llevó—dijo y yo asentí con pesadez.

—Pues sabes que vamos a hacer—dije en un susurro y me acerqué a ella haciéndole cosquillas, era un artimañas que siempre hacíamos para contarnos secretos ya que Brisa no tiene en verdad cosquillas y le conte el plan. Ella comenzó a reír y antes de marcharse donde le esperaba uno de los que vigilaban la puerta se giro en mi dirección.

—Hasta mañana hermana—dijo con una sonrisa, esa pequeña demonio era maravillosa justo como su hermana.

...
Al día siguiente me trajo la señora mi desayuno y la saque de la habitación, estuve hablando con uni de los guardaespaldas que para mi suerte era nuevo en el lugar, era decente para entablar una conversación al menos.

En ma tarde noche vino Bri, y a partir de ahí comenzó el plan.

—Hermana tienes que hablar con ellos y decirles lo que sepas, hazlo por mí—dijo en voz alta con súplica.

—Bri, te quiero pero es difícil para mí, no puedo hacerlo—dije y ella comenzó a llorar llamando la atención de los vigilantes que entraron en cuanto la escucharon.

—¡Señorita Brisa esta bien!—grito uno de ellos y Bri no paraba de llorar.

—¿Que ha sucedido?—dijo  el otro quien se encontraba en la puerta impidiendo que se cerrara.

—Nosotras solo conversábamos y empezó a llorar—dije impactada.

—Hector te puedes agachar por favor—dijo Bri con voz rota y suplicante, el tipo con cara de mala ostia se agachó ante ella con preocupación—Hector.

—Dígame señorita—preguntó con impaciencia.

—Lo siento—dijo con una sonrisa torcida y le pego una patada en sus zonas bajas, haciendo que se retorciera de dolor, yo en un momento rápido noquee al otro guardia y los dejamos adentro.

Salimos de la habitación y ella me guió hasta el despacho de uno de sus padres donde me tomé el atrevimiento de tomar una de sus llaves de sus coches.

Bri estaba delante de mi cuando abrió la puerta y se encontró de frente con él.

—¡Papá!—dijo con sorpesa.

—Bri, hija, ¿que haces aquí necesitas algo?—dijo en pregunta.

Yo estaba detrás de la puerta escuchando su conversación.

—Si, yo quería papel pa dibujar pero en tu despacho no hay nada para dibujar—dijo Bri con voz aniñada, me burlaría de ella mas tarde.

—¿Y para que quieres tú eso?–pregunto, intentando pasar a su despacho y ella lo detuvo tomándole del brazo.

—Quiero hacerle un dibujo a Adele de nuestra familia, para que ella no me vuelva a dejar—dijo y pude notar un ápice de verdad en su voz.

—Esta bien vayamos con tu madre para que te de papel seguro que le hará ilusión hacerlo contigo—dijo y yo solo me quede seria mirando hacia el frente.

Que asco.

Una vez se fueron y me dejaron el camino despejado tome una gorra que había en el perchero de su despacho y una de sus chaquetas, y me hice una coleta.

Caminé por los pasillos con confianza hasta llegar al aparcamiento donde estaban los coches de los altos cargos de la organización, de frente me encontré con dos soldados que patrullaban la zona.

Iban a pasar de largo por mi zona pero uno de ellos se detuvo a mirarme yo solo chasquee la lengua con molestia. Esto se iba a poner interesante.

—¿Quién es usted?—pregunto con desconfianza apuntándome con su arma.

—Oh vaya caballeros disculpen mis modales—dije con falsa sorpresa pasando mi dedo por el filo de la gorra regalándoles una sonrisa torcida—Adele Leone, para servirles—dije levantando mi gorra sonriendo.

—Mierda, avisa a los generales—le dijo uno a su otro compañero mientras el se dedicaba a apuntarme—¡Corre!

—Oh, y yo que tenía ganas de portarme bien por esta ocasión—suspire con cansancio—Acaso no se va a despedir de mi soldado es de muy mala educación por su parte—dije llamando la atención de ambos que se encontraban mirándome con desconfianza—Les doy dos opciones, la primera me dejan irme y cada uno sigue su camino como si nada, la segunda opción y más divertida a mi parecer yo tomo su pistola—dije mirando al que me apuntaba fijamente sonriéndole—Y les disparo a cada uno a ti en la pierna para que no vuelvas a intentar correr y a ti en el brazo para que no vuelvas a apuntar a una bella dama como yo—dije y ellos se miraron entre ellos uno con cara asustada y el otro iba a valiente.

—No me hagas reír—dijo con suficiencia el que me apuntaba.

—Uy querido ni debiste decir eso—dije con un a risa.

Terminando como el Fénix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora