Capítulo 4

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Al salir de la escuela, nuestro pobre diablo camino lenta y pesadamente a su hogar.

Otro día más de lluvia. El aroma a humedad y frescura en el ambiente anunciaba la llegada de una fuerte lluvia, más que la de ayer.

Esto lejos de apresurar al infeliz, no le importo. Su andar no aumento ni disminuyó.

A pesar de las enormes, imponentes y oscuras nubes que amenazaban desde el cielo, el chico jamás se detuvo a buscar refugio, quería esa sensación en su rostro.

En el momento en que él llego nuevamente a ese desvío, un trueno rugió con gran intensidad. La última advertencia para todo aquel viajero que seguía en las calles. Una señal de la brutal fuerza que estaba apunto de azotar contra el pequeño pueblo.

Lincoln, quien seguía en medio de la calle, casi se queda sordo temporalmente. Desorientado y con miedo, ahora si apresuró su paso.
Muy tarde, la lluvia golpeó el suelo con furia. Las gotas parecían pequeñas piedras, el albino comenzaba a quejarse por el dolor que le producían. Esas no eran caricias, eran cachetadas. La vista y su audición se complicaban. No había de otra, al primer refugio que encontrara era en el que iba a estar hasta que cesara la rabieta del cielo.

Con dificultad pero cierta claridad, vio una casa con la puerta entre abierta. Él entro lo más rápido posible y, adelantándose a la reacción que tendrían los dueños de la casa, comenzó a disculparse por la intromisión tan descarada.

Haiku: *sorprendida* Descuida.

Lincoln: - Esa voz... -

Hace años que él no escuchaba esa voz. Una voz que lo llevo por un instante al pasado, cuando tenía 11 años y su vida no era tan patética.

El desganado chico se quedo unos minutos más así, parado, mirando al vacío, recordando su niñez.

La desconcertada joven no supo que hacer. Ese raro y a la vez lindo chico que entro de la nada a su santuario, estaba parado, congelado. Tratando de romper el hielo, la joven albina empezó a caminar hacia él, despacio y con cautela.
Mientras más y más se le acercaba, unos lejanos y casi olvidados recuerdos aparecían.

Ese rostro adornado con pecas, el cabello plateado, eran muy familiares, incluso los ojos vacíos.

Haiku: - ¿Cuál era su nombre? -

Lo tenia en la punta de la lengua, pero no era del todo claro. Intento familiarizarlo con algo, el nombre de un presidente, una marca de vehículos...

Haiku: - chasqueando los dedos - ¡Lincoln!

Haiku: *feliz* ¡Lincoln! - abrazándolo repentinamente -

El calor que desprendía la ahora feliz albina, hizo volver al joven a la tierra.

Lincoln: Haiku. *susurrando*

Con gentileza la chica corto el abrazo, feliz de volver a ver al chico tan carismático que alguna vez robo su corazón cuando eran niños.

Haiku: Por un momento pensé que eras algún rarito por como te quédaste viendo a la nada. *leve risa*

Lincoln: Perdon por eso, pero... No te esperaba ver aquí. De hecho, no esperaba volver a verte. Creí que te habías mudado.

Haiku:... Sí. Las cosas han cambiado mucho desde que salimos de la primaria.

Y vaya que cambiaron no solo las cosas, sino también ellos. La joven gótica ahora era toda una hermosa dama. A simple vista, lo único que parecia haber cambiado en ella era su vestimenta, estatura y un rostro mejor definido. Su estilo paso de ser un color morado ciruela a un tono oscuro como la noche. Una elegante y fina gabardina que le quedaba como anillo al dedo, pantimedias perfectamente escondidas por la larga gabardina y unas robustas e igual de largas botas. Guantes que protegían sus manos, pero dejando expuestos los dedos. Su ya característico cabello negro y largo que cubrian uno de sus lindos y profundos ojos de diferente color cada uno. Y unas poco largas y bien definidas pestañas, que solo resaltaban aun más sus bellos ojos, al menos el que ella dejaba ver.

Mi Otra Mitad Lúgubre - Lincoln x HaikuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora