Quinze

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Imitateur

Se podría decir que su tierna edad era comparable con las frutas, amargas cuando aún no es su temporada, dejando un mal sabor de boca.

Con catorce años de vida comenzó su etapa de pesadillas terroríficas con una diferencia enorme a las pesadillas de otros pequeños. Los monstruos del pequeño niño eran criaturas hermosas y atractivas, excepto cuando los brazos de pulpo aparecían y recorrían su cuerpo junto a la saliva que se volvía un tipo de ácido que irritaba su joven piel, terroríficos porque cuando hablaban todos caían en un embrujo los hacía ver como personas preciosas. Sin embargo, como en toda pesadilla, sus padres aparecían y evitaban que el monstruo se saliese con la suya, desgraciadamente, eso no quitaba su castigo por traerlos.

Era su pubertad y adolescencia la mandarina que todo el mundo recolectó antes de temporada, amarga y acida. Y a pesar del color anaranjado que comenzaban a adornar su interior y exterior, todos decidieron que si aquel color ya lo adornaba un poco entonces por dentro debería estar jugosa y dulce. No fue así, solo cortaron su crecimiento y la pasaron a manos ajenas.

Mallugado.

En ese momento se encontraba en las manos de un monstruo aún más terrorífico que los anteriores, mentiría si no dijera que él estaba tan asustado que después de tantos años, por fin un monstruo le alcanzase a triturar el corazón.

—Me alegra que Takami y tú comiencen a salir juntos, ese pequeño empujoncito ha servido, ¿no es así Takami? —Los ojos azules en él provocaron que el miedo subiese por su garganta.

Escondido detrás del hombre del que no confiaba para protegerse de otro hombre en el que no confiaba. No solo él estaba perdiendo la razón, también su alrededor dejaba de tener sentido. Si has visto a un animal asustado, puedes imaginar perfectamente los ojos dorados y grandes que Keigo fijaba en el hombre de aguda vista, atento y esperando responder si alzaban la mano o le tiraban la piedra. Alerta y asustado, hambriento y molesto, un animal cualquiera que ha sido acorralado por comer de la mano del hombre.

—No he de preocuparme más, excepto que la descendencia siga posponiendo entonces tendré que ayudarlos nuevamente... —La voz ronca y profunda podía compararse con un rugido de los animales cuando advierten la fuerza de su mordida.

Los oídos del omega dejaron de hacer su función y su cuerpo dejó de reaccionar. Se transportó a esos tiempos, cuando esos hombres le atrapaban en lugares oscuros y estrechos, poniéndolo en un estado de shock, donde su mente iba a mil por hora y su cuerpo se mantenía estático.

—Embarazarlo antes de la boda sería una mala portada para nosotros, ¿no crees? —Touya a veces de verdad parecía conocer a su padre y en otras parecía un niño tratando de defender a todos del monstruo del armario.

Los cabellos de fuego se colocaron a su altura como las flamas azules que le derretían las pupilas. El proceso de combustión comenzó en su rostro y se expandió a todo su cuerpo, su desayuno se deshizo y su boca lo dejó ir. La imaginación del omega estaba comenzando a deshilachar. Ambos hombres lo observaban, podía sentir la mirada de ambos y su calor insoportable, ni una tormenta de meses apagaría el coraje de Touya o la soberbia de Enji Todoroki, y el pequeño Keigo se encontraba en todo eso.

—Hay más que suficiente dinero en mi bolsillo para callar revistas amarillistas —comentó con postura ya firme y ojos en el vómito que se presentaba para malinterpretaciones—. Considéralo, entre más rápido te veas como un verdadero hombre, más rápido los socios nos lloverán. —No era una consideración, era una orden.

El peso cayó en Keigo, tenía que cumplir con todo lo que se le ordenaba o lo obligarían a hacerlo por las malas.

Estaba hecho para ello y se educó para eso, pero, siendo sincero consigo mismo, la paternidad y el embarazo le aterraban de sobremanera. Podía ser el esposo trofeo, ese papel era mucho más fácil de interpretar engañando a todos y continuar con la facha superficial; no obstante, el papel de padre era aterrador, los hijos sabían y observaban todo de sus padres y exigían como si fuese fácil el darlo todo, como si fuese fácil amar. Keigo no sabía amar, ni siquiera podía amar a Shoto como Touya lo hacía.

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