Quatre

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Dabi est Lucifer, et Touya est un simple démon

Blancas y necesarias mentiras habían salido de su boca esa mañana, y es que sólo con mentiras conseguiría aquel permiso para estar ausente en casa una noche completa, porque el señor Todoroki no lo dejaría salir con una alfa mucho menos a algún lugar de mala muerte donde de seguro te matan y no entierran. Obviamente, Touya le había dicho que a él no tenía que pedirle permiso, pero Enji había preguntado tantas cosas para al final decir que a las nueve de la mañana debía estar en casa, y que le mandará mensaje cuando ya viniera en camino.

Mientras Keigo pensaba en millones de escenarios donde el Señor Todoroki lo descubría, Rumi le repasaba las precauciones que debía llevar acabo una vez dentro del local. El lugar donde se localizaba West Coast no era el más seguro, aunque muchos aseguraban que el dueño tenía el dinero y las influencias para que el lugar no fuese atacado o algo así, igual, Rumi quería asegurarse del bienestar de su pequeño y deslumbrante amigo.

—¿Me estás escuchando? —Preguntó algo molesta la chica.

El omega asintió y sus rubios cabellos se movieron con él.

—Todo va a estar bien, pasaremos por la información, beberemos un poco y saldremos —dijo con el entusiasmo que la caracterizaba.

Keigo confiaba fielmente en su mejor amiga. Rumi y Keigo se hicieron amigos en la secundaria y de ahí su amistad floreció bellamente, siempre juntos y disponibles para el otro, y el omega estaba más que agradecido con ello después de todo los omegas como él no tenían amigos o compañía, pero Rumi seguía con él, le apoyaba en todo siempre, y justo lo demostraba en aquella ocasión, le había llevado a ese lugar sólo para que él consiguiera esa información que tanto necesitaba.

—Bien, Hawks, bienvenido, nuevamente, al paraíso del infierno.

Las calles eran oscuras y llenas de personas extrañas que se movían como muertos en la triste ciudad, pero a pesar de ello, le daban ese toque gótico que normalmente embellecía la tristeza. El camino al paraíso de monstruos y dioses eran como siempre se lo imagino, y a medida que sus pies avanzaban, sus ojos giraban en todas direcciones como si se fuese a perder algo emocionante o como si esperase algo así. Emocionado y extasiado, como cuando Lucifer cayó al infierno.

El nombre del Bar estaba en letras neón, alumbrando a los pobres demonios que necesitaban un descanso de la vida, trayéndolos a gozar la compañía de los ángeles. Todos se movían hacía el letrero cambiando las caras largas por sonrisas coquetas o juguetonas, los pesares caían de sus hombros para darles la libertad que tanto ansiaban.

El oro brillo más que cuando era sometido al sol.

West Coast había sido diseñado para que los dioses y los monstruos pudiesen convivir, donde el cielo y el infierno se daban un beso creando el mejor de los paraísos, donde la libertad no tenía límites y podías huir de la horrible realidad, y es que al abrir la puerta podías ver a los ángeles cantar mientras los demonios los instrumentos hacían tocar, realmente era un lugar increíble para perderse en la mala vida mientras el tiempo dejaba de importar.

Keigo solo estuvo una vez ahí, fue tanto su éxtasis que termino en cama por días creyendo que todo había sido una dulce pesadilla. Ahora, nuevamente, frente al paraíso de sus pesadillas, podía sentir que esta vez podría hacerle frente y gozar como era debido.

Para un omega como Keigo, que no conocía la mala vida, los placeres prohibidos o mínimo la felicidad, era lógico que ese lugar lo eclipsaría con todas esas luces parpadeantes, con esas bebidas de sabor amargo, con todos eso olores de cosas no sanas, con todas esas almas perdidas dando sus mejores rostros, con toda esa música sonando tan fuerte que le gritaba "libertad", con todo eso que sus padres le prohibían. Keigo quería comerse el mundo de lo prohibido, era normal, completamente normal que un ángel caído le viera lo hermoso al infierno cuando había visto lo malo del cielo.

EstragoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora