Cinq

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Joies et peines


La voz de mando causaba una completa sumisión en los omegas, betas o alfas menores, pero, en Keigo, causaba más que sumisión, causaba miedo y reproducción de recuerdos dolorosos, así que procuraba que los alfas a su alrededor no lo usasen o desprendía su olor cuando parecía que alguien la usaría, todas las medidas necesarias para evitar el miedo y malas memorias.

Desgraciadamente, esta vez no había hecho ninguna de las medidas, de hecho, no supo en qué momento el miedo lo había consumido reproduciendo los golpes, humillaciones y malos tratos de su padre a su persona. Keigo estaba viendo una y otra vez la película de su triste y lastimera vida.

La violencia era el pan de cada día en aquella casa para criar omegas; todo eran golpes o humillaciones, por cualquier cosa, tal vez de ahí se derivaba el que Keigo tuviera desarrollados sus sentidos e instintos, debía protegerse. Las humillaciones no eran cosas sencillas o fáciles de olvidar, eran humillaciones públicas ante los invitados o gente de servicio; los golpes dejaban su pequeño y frágil cuerpo en cama por días e incluso semanas, pero su madre no dejaba que las heridas sanaran porque un omega no tiene que perder el tiempo en cama, la casa y la familia ocupan de él. La violencia y Keigo se conocían tan bien, que asombraba de sobremanera que aún siguiera en pie.

Cuando niño, Keigo fantaseaba con una casa cerca de la costa, con un alfa amoroso y cariñoso con el que criaba a un perro Golden; en aquel tiempo era un lindo sueño y una pequeña posibilidad, pero, ahora, se veía como lo que era, una patética fantasía ¿Cuándo podría tener algo así algún día? Tal vez nunca, y pensar eso le dolió, porque nunca viviría la felicidad de la que hablaba el mundo y la televisión.

Algo rompiéndose en el piso le trajo a la realidad. Sus ojos dorados trataban de buscar el objeto roto y estrellado, pero se encontró con el cuerpo de Touya tapando su vista, tapando a Enji, mejor dicho.

—No te compares, está hecho un manojo de miedo y nervios —Su voz ronca y profunda sonaba alejada, como si él estuviera bajo el agua y ambos alfas afuera.

Ahogado. Así se sentía siempre.

—Desobedeció las reglas, hay que corregirlo —¿Enji siempre lucía tenebroso? Porque ahora mismo el rubio no sentía sus piernas, y su instinto animal le pedía protegerse en Touya.

Vio la taza bajo sus pies, y la cabeza le dolió de sobremanera, como cuando los recuerdos olvidados, casi inexistentes, azotan las puertas para poder salir.

Enji lo iba a golpear, como su padre cuando no hacía algo bien.

Los ojos dorados y miedosos giraron en todas direcciones, admirando el desastre. Los papeles y libros yacían en el suelo junto a par de lápices y plumas, el escritorio estaba desacomodado y no estaba en su lugar, ¿cuándo paso?

—Lo lamento —dijo bajo, casi no se escuchó—, juro que nunca volverá a pasar, señor Todoroki, por favor, otórgueme su perdón.

Cayó de rodillas, justo donde los trozos de taza estaban.

"Humíllate y ruega por un perdón que nunca has necesitado."

La voz de su madre era ese fantasma en penitencia que siempre le seguiría, robándole el alma y el sueño, privándolo cada vez más del aire en los pulmones.

Humillado y avergonzado. Así había terminado cuando Enji le tomó del mentón y le hizo jurarle que jamás en su vida le volvería a desobedecer, si se negaba entonces un par de golpes le pintarían el rostro o el cuerpo de tonos rojizos que cambiarían a morado con el tiempo.

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