Douze

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J'ai entendu dire que vous aimez les mauvais garçons 


¿Ebrio?

El bosque de pinos junto a los arbustos de gardenias era una mezcla de aromas que ciertamente le nublaban los sentidos, sacaban lo más primitivo de su persona, lo adormecían después del golpe de euforia, lo hacían sentir tan fuerte y poderoso. Borracho de poder y gloria.

¿Extasiado?

El golpe de emociones que le azotaba cuando el omega actuaba tan impredecible, cuando le hacía creer que estaba a su poder y misericordia, cuando se portaba tan necesitado y sumiso, cuando lo veía con esos ojos brillosos e inocentes para después golpearlo fuerte en la cara, robar sus cartas, voltear todo a su favor en miseros segundos, rebelando sus planes justo cuando todo lo ha derribado. Sólo podía sentir éxtasis puro cuando el omega, la representación de la sumisión, lo tomaba de la correa de oro para solo darle pequeños tirones, pero, Touya, oh, él sabía que, si Keigo Takami quisiera, tomaría la correa y no solo para dar simples tirones, ¿acaso Touya quería llegar a eso? ¿Podría llegar Keigo Takami a ese punto?

¿Embelesado?

Eso sería motivo de horca en su mundo, ¿cómo alguien como él quedaría eclipsado de un simple omega? Ah, es que aún no aprendía, que el omega que se regocijaba entre sus brazos, no era un simple omega, pudo sentirlo con sólo verle los iris dorados, llenos de ambición y anhelantes de poder, lo querían a él, sólo a él. Que alguien le diera un respiro, porque no podía pensar con claridad cuando el omega lo miraba fijamente después de una gran jugada, no podía pensar cuando se encontraba en la trampa, quería llegar al límite con él, explotarlo hasta que entre jadeos y suplicas se confiese como siervo a su Dios.

¿Pasmado?

No había otra palabra para definir el momento en blanco que provocó el saber que su alfa se había encaprichado del aroma del omega, había sido una jugada sucia, y eso no quitó lo sorpresiva y eficaz que fue. Si no hubiera sido un experto en reprimir sus expresiones y emociones, las llamas en sus ojos hubieran bajado la intensidad y su boca hubiera boqueado como la de un pez, aunque hubieran sido solo segundos.

¿Maravillado?

Por supuesto. Keigo Takami había hecho que su vida aburrida y monótona se quebrara de poco a poco, le había hecho sentir, ahora se encontraba abrumado de tan solo imaginar que pasaba por aquella cabecita rubia e impredecible. Lo impredecible lo maravillaba, avivaba las llamas en sus ojos, se ahogaba en la ansiedad de saber de qué era capaz aquel ángel caído.

¿Un omega que no era puro, uno simple, le hacía sentir todas esas cosas? Era tan graciosa la situación. No, era ridícula, y él sólo quería reír a carcajadas, grandes y sonoras, hasta que todo el mundo se preguntara ¿qué es tan gracioso como para que el diablo llorase de la risa? Entonces, él se giraría, observaría a todos con su mirada electrizante, y diría, con la voz coqueta, el nombre del omega de cabellos rubios.

Acarició la mejilla del rubio con tanta delicadeza, como si de un objeto de porcelana se tratase.

Realmente no se reiría del omega en sí, se reiría de cómo aquel pequeño rubio le había leído los movimientos y había apostado todo por todo, y lo peor del caso, él, Touya Todoroki, se había visto venir todo aquello, pero, por cuestiones de orgullo, lo había ignorado, porque en su mente ningún omega se prendería fuego a sí mismo para llamar su atención, y, Dios mío, el omega ardía con esa mirada dorada confirmándole que había perdido ante un simple omega.

Sus dedos se enroscaban con los mechones traviesos del omega para luego colocarlos detrás de la oreja. No pudo evitar la fascinación de ver su rostro de cerca, con las venas visibles en el párpado, las pestañas rubias y delgadas, las mejillas sonrosadas por el pequeño subidón de temperatura, los labios delgados y rosados, era como un ángel.

EstragoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora