Capítulo 7

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Luz Meyer

—¡Tráeme una cerveza! —vocifera enfadado. 

Mis pies, inconscientemente, se mueven en dirección al refrigerador. Cruzo los dedos y pido a Dios que la bebida esté helada. La nevera está mala, y a ratos no enfría. 

Si la cerveza está tibia, es culpa mía. No importa que él se haya gastado el sueldo en cosas de las que no tengo idea, la culpa siempre será mía.

Si se acabó el confort, la culpa es mía, si se olvidó de llamar a un socio, la culpa es mía, si se atrasó con el pago de la luz, la culpa es mía.

Así podría seguir con una larga lista de cosas en las que yo mágicamente tengo que ver.

Abro la puerta con las manos temblorosas, el sudor me corre por la frente, y no precisamente por la alta temperatura, pues la casa cuenta con aire acondicionado.

Suelto el aire que no sabía que había retenido. ¡La cerveza está helada!. Creo que hoy Dios está de mi lado. Espero que así permanezca hasta que llegue la noche, y Rick no se emborrache. 

Aún no he podido ocultar el morado de mi ojo, pese a que el corrector de ojeras es uno de los más caros de la tienda de cosméticos.

Camino lentamente hasta el sillón, extiendo la mano que sostiene la lata.

Tómalo pronto, tómalo pronto —ruego dentro mío. En ocasiones, me deja con la mano estirada, como si fuese una pieza de un maldito juego. 

Voltea y me mira con desdén. Desprecio puro es lo que veo en sus ojos. Tal vez, en otro tiempo aquella fría mirada me hubiese dolido en el corazón, más ahora, solo quiero que vuelva su rostro a la televisión y olvide que existo. 

No soy más que un alma en pena. Un alma que deambula entre estas cuatro paredes, sin emociones, sin amor, sin vida. Incluso respirar se ha vuelto algo monótono, una acción que me obliga a mantenerme con vida, sin embargo esto no es vivir. Esto no es vivir.

—¡Esta sopa está helada! ¡Calientala! —menciona exasperado, la vena de su frente sobresale, se que si no se come pronto este plato de comida, la tercera guerra mundial estallará. 

Quiero negarme, escupirlo y maldecirlo, pero si lo hago, de una sola bofetada me callará. 

Hago lo que estoy acostumbrada, hago lo que debo hacer para sobrevivir a este infierno; asiento con la cabeza, tomo el plato, y voy a la cocina. 

Vuelco toda la sopa dentro de la olla, y giro la perilla del gas a fuego medio, ni más ni menos. 

Mientras espero, me asomo solo un poco a la sala de estar. El carcajeo de Rick me llama la atención.

—Eso le pasa por imbécil, ni todo el dinero del mundo lo ha salvado —grita emocionado. 

¿De qué está hablando? 

Entorno los ojos y leo el enunciado de la pantalla.

El heredero del imperio Anderson ha perdido la vista producto de una brutal golpiza. 


Jadeo perpleja. ¡Dios mío!, mis ojos se llenan de lágrimas. 

Una tristeza llena mi corazón y el pecho se me estruja preparado para romperse en mil pedazos.

No debo ver este tipo de noticias, no debo verlas —me repito una y otra vez. 

Soy demasiado sentimental. Sufro cuando pasa algo así. Aún sin conocer a la persona, la desgracia ajena me pega directo en el corazón.

Te encontré en la oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora