Prólogo

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Ghaidal

Apenas fui consciente de cuándo cruzamos la frontera con Azdemar y me despedí definitivamente de mi antiguo hogar.

El viaje desde Mydga era largo, pero tan solo nos llevó un par de horas gracias a las veloces criaturas que tiraban del carruaje. Había oído hablar de ellas en muchas leyendas, pero jamás había visto ninguna. De por lo menos dos metros de altura, todo en ellas eran plumas de color azul cian, salvo por su pico y sus cuernos ocre decorados con zafiros que se enroscaban por encima de su cabeza y desprendían destellos azulados. Tatuado en sus frentes lucía el blasón de los Oztana: dos espadas cruzadas sobre una flor de diez pétalos.

Atravesamos cientos de aldeas, bosques y prados sin detenernos hasta que por fin la vi. Era todavía más majestuosa que como la describían en los libros de historia.

Ante mí se alzaba imponente una enorme ciudad, protegida por una cúpula de cristal tan fino que parecía inexistente. Incluso desde la lejanía, se apreciaba que todos sus edificios eran de oro y mármol, con calles adoquinadas con terracota rodeadas de árboles y flores resplandecientes que no reconocía.

No tuve mucho tiempo para quedarme embelesado con aquella ciudad de ensueño, porque el carruaje frenó con una fuerte sacudida, y tuve que agarrarme a mi asiento para no salir disparado.

Un guardia de armadura dorada y con el emblema de los Oztana me abrió la puerta.

Al tocar tierra, elevé la vista hacia arriba y me encontré cara a cara con la descomunal estructura.

Los guardias me condujeron a la entrada de aquella fortaleza. Dos enormes puertas doradas me recibieron con un sonoro chirrido cuando mis adjudicados guardaespaldas las abrieron. Los relieves plateados y con incrustaciones de piedras preciosas que se podían ver en ellas eran una evidencia de dónde me encontraba y por qué. En ellos se mostraban decenas de Oztana luchando contra los monstruos que asolaban las murallas de los ocho reinos.

Y ahora yo formaba parte de ese mundo.

Entregarse al entrenamiento, luchar por tu pueblo y morir con honor. Ese era el destino de los Oztana. Un destino que no podías elegir. Nacías y morías con él.

Había algo en este lugar que me atraía. Cuando descubrí mis poderes, sentí que una fuerza misteriosa me llamaba, y ahora comprendí que se trataba de esta ciudad. Una parte de mí sabía que aquel era mi sitio. Sin embargo, una mayor no cesaba de repetirme lo contrario. Pero, ¿acaso tenía otra alternativa?

Recordé la promesa que le hice a Kinam, y ahora me preguntaba si podría cumplirla.

Todavía podía sentir su rostro enterrado en mi pecho y lo amargos que sonaban sus sollozos cuando nos despedimos.

Fue junto al árbol de Cyderia, donde tantas veces habíamos reído, llorado y jugado a ser guerreros. Pero aquello ya no era un juego.

-No puedes irte... - me había dicho mientras trataba sin éxito de limpiar sus lágrimas.

-Kinam, ¿dónde está ese guerrero que llevas dentro? ¿El que se enfrentó a aquel yefuk?

-Pero yo no quiero luchar sin ti...

-Vale, haremos una cosa. - dije intentando que no se notara que estaba evitando llorar - Haremos un juramento de guerreros: si juras que te mantendrás firme y lucharás con valor contra todos los monstruos que te encuentres mientras yo no esté, volveré, y jamás me apartaré de tu lado. Estaremos siempre juntos. ¿Lo juras?

Lágrimas calientes empapaban su rostro, pero pudo asentir y apenas le tembló la voz cuando dijo:

-Lo juro.

Le agarré fuertemente de la mano, y así permanecimos hasta que los guardias me apremiaron a subir al carruaje y le dediqué un último saludo.

La voz de una mujer me sacó de mis ensoñaciones. Bueno, "mujer" no era la palabra correcta. Podría ser más joven que yo.

Sin darme cuenta, había caminado a través de un largo pasillo iluminado por lámparas de araña hasta una especie de coliseo circular, con dos puertas con barrotes en extremos opuestos. La arena enmudecía mis pasos, y era tan blanca que parecía nieve. Sin embargo, el lugar carecía de gradas. Únicamente divisé un palco en el que se hallaba un espectacular trono, enjoyado con todo lujo de piedras preciosas, donde se encontraba la mujer que había hablado, flanqueada por dos soldados.

Sus largos cabellos rubios brillaban con luz propia, como si de oro se trataran, y le caían por la espalda en una preciosa trenza. Sus ojos azules me miraban con intriga. Iba ataviada con una túnica tan blanca como su piel, adornada con ribetes plateados y perlas, a juego con la tiara que portaba, resaltando su lustrosa melena. Engalanando su cuello, lucía un collar de cuentas con cuatro gemas: tres de plata con forma de lágrima y, a la altura de su corazón, un gigantesco diamante.

-Ghaidal Lafhar- dijo la joven, con una voz más dulce que sus rasgos - tienes el poder necesario para formar parte de los guerreros Oztana. Sin embargo, deberás demostrar que eres digno portador de esos poderes y de entrar en este linaje de guerreros. Para ello, serás sometido a una prueba. Si vences, te habrás ganado un lugar entre nosotros. ¿Afrontarás el desafío?

Traté de ignorar el hecho de que no había mencionado que ocurriría si fracasaba. Transmití toda la seguridad que pude reunir cuando dije:

-Lo haré.

Tan rápido como pronuncié esas palabras, el suelo comenzó a temblar, y tuve que hacer aspavientos para no caer sobre la arena.

-Que así sea - dijo la mujer.

La puerta por la que había entrado se cerró detrás de mí, levantando una neblina de arena, mientras que la que se encontraba de frente produjo un desagradable sonido al abrirse. Los barrotes de hierro dejaron paso a una oscuridad que se extendía más allá de donde podía atisbar. Pero, en medio de esa oscuridad, se oían pasos.

Pasos gigantescos. Y se acercaban.

Entre las miles de ideas de criaturas que pasaron por mi cabeza, ninguna sería capaz de emitir el aterrador rugido que vino a continuación.

Si tenía que superar una prueba para demostrar ser digno, no podía ser otra que aquella. Y, sin duda, si fracasaba, no viviría para contarlo. ¿En qué momento se habían torcido tanto las cosas?

Pero no pensaba echarme atrás. Oztana o no, sobreviviría a aquel combate.

Para dejar atrás este mundo al que no pertenecía.

Para volver a casa.

Para volver con Kinam.

Para cumplir ese juramento de guerreros.

Lucharía por él. Ahora y siempre.

Con ese pensamiento en mente, alcé la vista ante la monstruosidad que se hallaba frente a mí.

No titubeé, ni siquiera cuando la bestia se abalanzó sobre mí.

El juramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora