Capítulo 13

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Podía entender algunas cosas.

Por ejemplo, podía entender que la gente se sorprendiera al oír que era un Oztana, en vista de mi aspecto demacrado; podía entender que quizás luchar no fuera mi mayor destreza; incluso podía llegar a entender la obsesión de Lhaura con que no queden arrugas en mi ropa; pero lo que no alcanzaba a entender era de dónde sacaba Selenne la energía para seguir correteando de un lado a otro de Fennetya tras horas explorando la enorme ciudad.

Se notaba que quería aprovechar el día, aunque no parecía pensar que había otras muchas formas de hacerlo, que incluían quedarse echado toda la tarde, mirar al reloj hasta la hora de cenar, o cualquier cosa que no implicara desplazarse más de dos metros de la cama.

Se ve que estaba perezoso aquel día, pero teniendo en cuenta que el máximo ejercicio que hacía antes diariamente era ir de casa al colegio y del colegio a casa, no iba a resultarme fácil acostumbrarme a vencer el cansancio.

De todas formas, sabiendo que Selenne tenía exactamente los mismos horarios que yo, te entraban ganas de llorar al verla dando brincos como si tal cosa.

De seguir así, al final del día me conocería Fennetya como si fuera la palma de mi mano.

Tras abandonar la biblioteca, Selenne decidió improvisar una ruta para visitar otros lugares interesantes.

Primero llegamos a una especie de museo, ya que había expuestos armas, joyas y otros objetos que, según las breves inscripciones que los señalizaban, en su día pertenecieron a guerreros legendarios o fueron partícipes de importantes victorias. Además, decorando las paredes, numerosas ilustraciones hacían el lugar más vistoso. Y, al parecer, no éramos los únicos interesados. Tanto Oztana como sirvientes estaban presentes, admirando cada detalle. Allí mismo habría permanecido Selenne toda la tarde, estudiando cada trazo, cada busto, cada marca en cualquiera de las armas, si no le hubiera apremiado a irnos.

Lo cual, en vista de la situación, fue una mala idea.

Luego caminamos hasta lo que parecía un redil, donde los sirvientes (algunos equipados con armaduras) cuidaban a las criaturas que eran destinadas al combate. Me sorprendió comprobar que no conocía a la gran mayoría. Las había de todo tipo: enormes y dóciles, a juzgar por cómo se dejaban acariciar, y pequeñas pero peligrosas, ya que sus cuidadores iban equipados con armaduras y otros artilugios. También insté a Selenne a marcharnos cuando me pareció distinguir la palabra "yefuk" en una de las jaulas.

Incluso, en algún momento, alcanzamos el límite de Fennetya y nos hallamos frente al fino cristal que la aislaba del mundo exterior. Las pocas gotas de una lluvia que comenzaba a amainar se deslizaban perezosamente frente a nuestros ojos. Briznas de hierba de allá afuera se mecían con el viento, pero a nosotros no llegaba a revolvernos el pelo. Invye, la urbe que colindaba por el norte con la capital de Azdemar, nos proporcionaba una vista de picudos tejados que sobresalían y ocultaban el horizonte. No había nada en especial que ver allí, comparado con los lugares anteriores, pero nos quedamos mucho más tiempo, mirando el mundo ligeramente opacado que se extendía a nuestro alrededor. Sumidos en nuestros propios pensamientos, que seguramente tendrían que ver con la frontera que nos separaba de la brisa exterior.

Ahora, la lluvia ya había cesado, pero el sol comenzaba a esconderse y las estrellas ya acechaban.

Aunque nada de eso disuadía a Selenne. Yo, en cambio, no era capaz de seguir andando. No me sorprendería que hubiéramos hecho más ejercicio que en los entrenamientos. Sin embargo, estaba demasiado cansado hasta para articular un "estoy cansado" y, aún si lo hubiera hecho, el ímpetu de Selenne por seguir investigando superaría a su compasión por mí y mis doloridas piernas.

Las calles, si bien con diferentes edificios, presentaban un aspecto similar al de las zonas que conocía. Las edificaciones de oro y mármol, los radiantes árboles y los caminos de terracota eran un evidente sello de Fennetya. Y el silencio, alterado por nuestras pisadas. Selenne miraba a ambos lados, en busca de su próximo destino y completamente ajena a que comenzaba a quedarme rezagado.

Cuando creía que iba a perderla de vista, discerní entre la semioscuridad una figura alta y que permanecía quieta. Probablemente habría pasado de largo de no ser porque era:

- ¿Viktorya? - dije perplejo.

Selenne se dio la vuelta.

- ¿Con quién hablas? - tuvo que chillar un poco, ya que nos habíamos estado alejando progresivamente.

En lugar de responder a su pregunta, me acerqué al lugar donde estaba. Ella miraba a través del ventanal de un edificio, con una sonrisa en sus labios.

Se la veía contenta.

-Hola, Viktorya - le saludé tímidamente.

Sus ojos marrones se posaron sobre mí de forma sobresaltada. Entre tanto, Selenne ya se encontraba a mi lado.

-Kinam... - miró a Selenne - y Samay.

No sé si era cosa mía, pero su expresión se tornó más seria al ver a mi amiga. Y a ella no pareció molestarle que se le dirigiera como Samay.

- ¿Qué haces aquí? - inquirí.

Por toda respuesta, volvió a dirigir su mirada a lo que el cristal de la ventana frente a nosotros permitiera ver. Hice lo mismo, con Selenne a mi espalda.

Lo que vi era lo último que esperaba ver, aunque ya había dicho eso varias veces.

Una sala muy luminosa, cuyas paredes estaban decoradas con patrones de flores y repletas de estantes, con una enorme alfombra ocupando casi todo el suelo. A lo largo del habitáculo, se distribuían juguetes, como figuras o armas de madera. Y, poblando el lugar y llenándolo de ruido, conté que diez niños correteaban de un lado a otro, persiguiéndose entre ellos o jugando con alguna de las figuras. Y todos ellos parecían humanos, al menos físicamente, porque la forma en que un niño hizo volar a otro no tenía nada de normal.

Instantes después, una chica con la túnica distintiva de los sirvientes apareció y se sentó en una mecedora, observando los movimientos de cada uno de los traviesos.

-Este - empezó a decir Viktorya de repente - es el lugar donde cuidan de quienes manifiestan sus poderes antes incluso que su conciencia. Son casos muy contados, pero los hay.

Entonces todos aquellos niños eran Oztana, aunque aún no habían superado la prueba ni se habían sometido a la transformación.

No quería ni pensar en lo que habrían sufrido sus familias, viendo que muchos de ellos apenas sabían andar. Me imaginé los rostros de padres que ni siquiera pudieron ver como su hijo aprendía a caminar. Ni siquiera llegaron a conocerle lo suficiente.

Traté de serenarme, inspirando profundo para no delatar el nudo en mi garganta. Selenne tampoco se veía mucho mejor que yo. Ella sufrió algo parecido, pero a la inversa. Lo cual no hacía que doliera menos.

Ver a unos seres tan vulnerables, separados de sus padres y utilizados como armas...

-Son criados como si hubieran nacido aquí. Y entrenados para que estén preparados a la hora de superar la prueba que les convertirá en lo que son desde que nacieron. Ni siquiera tienen derecho a saber que tienen padres, supongo que lo considerarán una debilidad para luchar - Viktorya hablaba más para sí misma que para nosotros.

Aquello podía parecer un gesto piadoso, que les ahorraría el sufrimiento de saber que ni ellos ni sus padres pudieron elegir, pero no creo que ocultarle su propia identidad a alguien sea lo más adecuado. ¿Esos niños se preguntarían alguna vez de dónde son realmente?

Hace una semana, a mi edad se me antojaba un suplicio aspirar a formar parte de los Oztana. Viendo esto, quizás doce años no sean tan descabellados.

Miré a mi amiga, cuyos ojos comenzaban a cristalizarse y cuyas manos tenían los nudillos blancos de tanto apretarlas. Puede que estuviera aquí, pero su mente estaba muy lejos, vagando entre tristes recuerdos de una infancia robada. Viktorya, sonriente pero con el rostro húmedo, levantó la mano y la apoyó contra el cristal. Recostó su frente también y su respiración formó vaho en la superficie cristalina.

-No es muy agradable venir aquí... - susurró -. Pero le hice una promesa a mi hermano.

Una promesa a su hermano... A veces te das cuenta de que lo que pasa a tu alrededor es un reflejo de tu propia situación. Como esa simple frase que no parece tener mucho significado, pero que deja una huella en mi corazón de un dolor imposible de describir. Una pequeña lágrima me recorrió la mejilla al recordar a mi hermano.

Selenne todavía no había derramado ninguna, pero sus ojos rojos indicaban que hacía gran esfuerzo por evitarlas.

-Le prometí que siempre que pudiera vendría a verle - finalizó Viktorya.

Simultáneamente, Selenne y yo nos giramos hacia ella al oír las últimas palabras.

No obstante, ella ya no nos miraba, sino que su mirada estaba puesta en uno de los niños, que se aproximaba a nosotros con una espada de madera en la mano.

Maldita sea. Quiero dejar de llorar.

Él era de cabello castaño oscuro, con ojos azules y despiertos, tez blanca como la nieve y una sonrisa de oreja a oreja, con las mejillas sonrosadas. Le estimaba unos tres años.

Se detuvo frente a Viktorya y puso su diminuta mano en el cristal, justo donde la tenía puesta Viktorya.

Ella suspiró, sollozando levemente.

-Chicos, os... os presento a mi sobrino Eytham - dijo casi escupiendo las palabras, para luego dejar que un mar de lágrimas surcara su faz.

Entonces, fue cuando Selenne dejó de luchar contra su tristeza y liberó a sus aprisionadas lágrimas. Mucho me temo que ahora tardaría tiempo en retenerlas.

Por mi parte, me quedé paralizado, gimoteando, mientras veía como Eytham hacía vanos intentos por tratar de atravesar el muro que lo separaba de Viktorya.

Aunque parecía poca, demasiada era la distancia que los separaba.

Hace apenas unos instantes, me pregunté por el sufrimiento de los padres de cualquiera de estos niños. Por lo visto, Viktorya lo sabía de primera mano. Debía de ser fuerte, porque yo no sería capaz de saber que algún familiar mío estuviera ahí atrapado y quedarme quieto, a pesar de ser la decisión más sensata.

No me había percatado de que la atención de Eytham estaba puesta sobre nosotros en ese momento. Caminó hacia donde nos situábamos y nos miró con inquisición.

Con manos temblorosas, Selenne se adelantó y colocó su mano en el cristal, como antes había hecho Viktorya. Por instinto hice lo mismo, y manché el cristal de la ventana con mi huella de vaho.

Eytham correspondió a nuestro "saludo" palmeando sus dos manos contra las nuestras, riendo alegremente y dando saltitos. Contrastaba bastante con nuestro humor.

Aun así, su súbita felicidad por un gesto tan simple como aquel nos llegó al corazón y nos hizo sonreír, olvidando por un momento nuestra pena. La inocencia de un niño es el bálsamo perfecto para la tristeza.

Mientras, Viktorya asistía a la escena con otra recién formada sonrisa. Y ahora ya no fulminaba a Selenne con la mirada.

-En fin... - dijo Viktorya secando sus lágrimas -. Deberíamos irnos.

Ciertamente deberíamos. Pero no me quería separar de ahí, ni mucho menos dejar a Viktorya en semejante estado. Pero, a juzgar por la mueca de extrañeza en el rostro de la mujer de la mecedora, ya había notado la ausencia de Eytham. Lo mejor sería no causar más problemas.

Con reticencias, Selenne y yo retiramos la mano de la de Eytham, que vio curioso como desaparecían sus marcas del cristal. Con algo de resignación en su expresión, elevó su mano y nos despidió con un gesto.

Muy simpático.

- ¿Queréis saber cuál es su poder? - preguntó Viktorya.

Un asentimiento bastó para que continuara hablando:

-Detecta si la gente tiene buenas o malas intenciones contra su persona. A las últimas no las deja acercarse, así que tenéis suerte.

Aquello era lo único que me faltaba para derretirme del todo.

-Es una ricura - manifestó Selenne en nombre de todos.

Viktorya la miró, sonrojándose ligeramente.

Entre tanto, Eytham acudió con pasos tambaleantes a la llamada de su niñera.

Recé una y mil veces para que ese niño nunca tuviera que pasar por un dolor semejante al mío. Que creciera feliz, aunque fuera en este sitio.

-Bueno, yo me voy - concluyó Viktorya.

Por fin habíamos conseguido dejar de llorar, aunque nuestros ojos rojos eran una evidencia de ello. Demasiadas emociones para un solo día.

-Adiós - me despedí.

Me sonrió.

-Ah, y disculpad por haberos fastidiado la cita - dijo antes de marcharse.

Se fue tan rápido que no tuve tiempo para aclarar que no era una cita. Selenne riéndose a mi lado bastó para que supiera que me había puesto rojo.


El juramentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora