Capítulo 11

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Terminé mi comida aún con rubor en mis mejillas. No era algo de lo que debiera avergonzarme, pero toda la sala enmudecía cada vez que me sentaba en la silla y muchos todavía me miraban con extrañeza. Habían pasado cinco días y nadie se acostumbraba a que compartiera mesa con él.

Cuando Viktorya, como se llama la curandera, se enteró de mi situación, informó a la emperatriz Dayla, a la que solo se le ocurrió que participara del festín de los sirvientes para matar el hambre que no debería tener. Yo no me quejaría (los platos están deliciosos) si la gente no me juzgara constantemente con la mirada. Y no solo los sirvientes que me veían cada día en el comedor, sino también mis compañeros Oztana, que no habían probado bocado en todo este tiempo y no parecía que fueran a hacerlo. Algunos me ignoraban y cuchicheaban cuando aparecía; otros, como cierto lobo, no tenían ningún problema en lanzarme pullitas y meterse conmigo (ganándose siempre algún que otro golpe cortesía de Selenne); y Norian y Selenne eran los únicos que hablaban conmigo, evitando a toda costa mencionar el tema.

En cuanto a mi compañía durante las comidas, Viktorya y Lhaura, la indecisa de las espadas, hacían todo lo posible para que me sintiera cómodo, a pesar de la incapacidad de algunas personas para disimular su curiosidad. Eran muy buenas conmigo. Y ya empezaba a conocerlas mejor.

Sin duda eran polos opuestos.

Viktorya era tímida y callada y, aunque no era gruñona, pocas veces le había visto sonreír. A pesar de ser tan reservada, siempre intentaba trabar conversación conmigo, cosa que se agradecía. Parecía una persona sabia, además, y me contaba, entre otras cosas, historias sobre los Oztana que no había escuchado antes.

Lhaura era... era... parlanchina. Muy parlanchina. Lo poco que hablaba Viktorya puede que se debiera también a la gran cantidad de cosas que Lhaura tenía que contar. Lo que más me gustaba de ella es que decía lo que pensaba sin amedrentarse. Su tema favorito, como no, eran los atuendos de los Oztana. No tardaba mucho en encontrar algo por lo que debatir y, por su elevado tono de voz, toda la sala se enteraba.

Pero no solo las veía en la comida. Lhaura se aseguraba cada mañana de llevarme ropa nueva al Bastión mientras que, de vez en cuando, Viktorya era quien curaba las heridas tras los entrenamientos. No obstante, cualquier pequeño cruce por las calles de Fennetya era motivo suficiente para charlar con ellas.

Eran de las pocas personas que me hacían sentir bien en aquel lugar.

-Las pulseras lumínicas de Melanya están bien, pero aprovecharía más su poder si... - comentaba Lhaura.

Me levanté de mi asiento, que chirrió contra las baldosas del suelo, lo que me granjeó la mirada de casi todos los presentes.

Me ponían de los nervios.

¿Es que uno ya no puede ni comer en paz?

- ¿Ya te vas? - preguntó Viktorya.

La pregunta se oyó prácticamente por todo el lugar, tan silencioso como se encontraba.

-Sí, llegaré tarde al entreno si no.

Lhaura se llevó una gamba a la boca.

-Pes bena serte - dijo con la boca llena masticando con ganas.

Reprimí las ganas de reírme de la escena. Literalmente no callaría ni debajo del agua. Me despedí también de Viktorya, que ya empezaba a sonrojarse por todos los ojos puestos sobre ella.

Justo cuando iba a salir, un chillido me detuvo:

- ¡Espera! - exclamó Lhaura.

Me giré sobresaltado.

- ¿Qué ocurre? - ahora sí que nos miraban todos.

Llegó hasta mí sin aliento y se paró con las manos en las rodillas. Cuando recuperó el aire, extendió su mano y me alisó la capa, aquel día de color carmesí.

- ¿Pretendías ir así a entrenar? - inquirió indignada.

-Será una broma - me quejé -. No soy un niño pequeño.

Su cara adoptó la más profunda expresión de indignación, tanto que empecé incluso a sentirme culpable. Volvió a sentarse murmurando:

-Estas generaciones... Luego se quejarán de mí.

Salí del comedor con los ojos en blanco.

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Enfilé los ahora más conocidos caminos de terracota hacia el campo de entrenamiento. Muy a mi pesar, sin embargo, jamás me acostumbraría a aquello. Seguía añorando Mydga: su frondoso bosque, sus serpenteantes y angostas calles, sus pequeños riachuelos... Soy consciente de que lo mejor es pasar página, pero una parte dentro de mí sabe que eso es imposible. Me pregunto si el resto de los Oztana habrán logrado olvidar su pasado.

No acostumbro a mostrar mis sentimientos delante de los demás, así que ahí, en la soledad, una lágrima se me escapó al observarme a mí, a mi nuevo yo, en el estanque. Sabía que no debía demorarme mucho, pero me quedé ahí, a solas con mi reflejo, soltando las lágrimas que hasta entonces me había esforzado por retener.

Es realmente triste como un fugaz momento puede cambiarlo absolutamente todo. Ya lo viví cuando Ghaidal se marchó; ahora lo vivo de nuevo, atrapado con estos poderes que no me pertenecían. Y no sé si algún día lo harán del todo.

Observé mis manos con los ojos todavía llorosos y maldije que no me hubieran devorado los lobos aquella noche.

Fue entonces cuando escuché algunas voces cercanas y me pasé la manga por la cara para secar mis lágrimas. Traté de adoptar un gesto lo más calmado posible mientras me aproximaba al lugar de donde procedían. Espero que no se me notara...

-...tan valiente, ¿eh? - alcancé a entender.

Ese tono me resultaba muy familiar. Confirmé mis sospechas al observar a los que rompían la quietud a la sombra de un cedro.

Loic, y no estaba solo.

Parece que los entrenamientos no habían comenzado... o a Loic le importaban poco, que era una opción a tener en cuenta.

Iba acompañado de sus colegas, que creo recordar que se llamaban Zenik y Golty. Ellos se situaban a su espalda, como si de sus guardianes se trataran. Parecían rodear a alguien contra el muro de una construcción, pero la cabeza peluda de Loic no me dejaba distinguir de quien se trataba.

Tras segundos de esperar a que apartara su cabezón, decidí que lo mejor sería acercarme un poco más. Con sigilo máximo, me oculté tras un cedro más cercano. Allí tuve una vista mejor de los presentes.

Y descubrí que la Oztana a la que estaban acorralando era de nuestro Bastión. Se llamaba... Yeran. Sí, Yeran. No había hablado con ella hasta entonces, simplemente la conocía de los entrenamientos. Una idea sospechosamente posible se me vino a la cabeza: el último combate de ayer. Si no recuerdo mal, ella había luchado contra Loic. Y no le había ganado. Le había machacado. Sin duda aquel fue un espectáculo digno de ver. De nada le sirvió su fuerza lobuna contra su piel de acero y su mangual.

Quizás por eso había ido a ajustar cuentas.

Aunque con refuerzos por si acaso...

Sin atreverme a respirar siquiera, permanecí cobijado bajo el árbol. Nadie reparó en mi presencia.

- ¿Y eres tú quien me habla de valor? Mírate. Has venido con tu séquito. - replicó Yeran.

Y tenía toda la razón, lo cual solo hizo cabrear a Loic todavía más.

-Te vas a arrepentir de llamarme cobarde. -dijo adelantándose a lo que seguramente estaba a punto de decir Yeran.

Sin necesidad de una señal por parte de Nyx, una batalla se inició. Total, ¿para qué estaban las normas? Si no me lo hubieran advertido el primer día, pensaría que aquello era parte de la rutina habitual.

Loic fue el primero en atacar con sus feroces colmillos. Sin duda el lobo siempre luchaba cegado por la ira porque quien más daño recibió tras ese golpe fue él al morder el cuerpo metálico de Yeran. Esta no tuvo ni que moverse para que su contrincante ya estuviera convaleciente.

-Eres tan fuerte como inteligente.

Loic le lanzó una de las miradas asesinas más estremecedoras de su arsenal y, sujetando su hocico del que brotaba un hilillo de sangre, miró a Golty y le hizo una señal con su cabeza.

Tras un asentimiento, se colocó al frente y desafió a Yeran con la mirada. Ella no se hizo de rogar y balanceó su arma pinchosa como si fuera un yoyó mientras acometía contra el guerrero. A juzgar por el estado en que había quedado la mandíbula de Loic, no quería ni imaginarme qué pasaría si el mangual alcanzaba su objetivo. Creí que iba a darle de lleno hasta que me acordé de cuál era su poder: teletransportación. Aunque no era tan efectivo como Selenne, que podía esquivar cualquier golpe aunque para el resto pareciera inesperado, era suficiente para sortear la embestida. Y eso sucedió: los pinchos del mangual de Yeran solo impactaron con la neblina azulada que dejaba Golty a su paso tras desvanecerse. Él apareció a su espalda y descargó una patada que la desequilibró. Pero no olvidemos que era de metal, de modo que se estabilizó rápidamente.

Sin embargo, el amigo de Loic no cesó en usar sus habilidades para teletransportarse a su espalda, a su izquierda, a su derecha... Si me estaba empezando a marear a mí, para Yeran el mundo estaría girando. Además de que le había robado su mangual y solo podía servirse de sus firmes puños para defenderse.

-Zenik - dijo Loic mirándole.

La mención de su nombre bastó para que se incorporara al combate.

¿Cuál era su poder...?

Yeran, ajena a ese detalle, siguió contratacando a su escurridizo enemigo. Su frente estaba perlada de sudor, incluso él comenzaba a cansarse.

Pero no hizo falta que esquivara más ataques, porque la guerrera de acero se elevó de improviso en el aire como si fuera una pluma y, considerando los aspavientos que hacía, no creo se tratara de uno de sus poderes.

Zenik tenía la capacidad de la levitación. Podía hacerse levitar a sí mismo y a todo cuanto quisiera. No importaba el peso ni la lejanía, tan solo el contacto visual con el objeto. O la persona.

Cuanta resistencia opuso Yeran fue inútil porque Zenik no remitió en su ofensiva. Yo solo podía mirar el combate anonadado.

Cuando ya estuvo elevada unos cuantos metros, la soltó súbitamente e impactó contra el suelo. El ruido que produjo la caída fue muy desagradable. La magnitud del golpe también lo delataba la mueca de dolor de Yeran, cuyo cuerpo presentaba magulladuras, o más bien abollones. Apenas se movía, parecía que le costaba incorporarse.

Loic se acercó a ella y la miró desde su indudable altura. Acto seguido, la tomó entre sus brazos (dejando entrever una herida muy fea en su hocico) y la levantó por encima de sus puntiagudas orejas, quién sabe cómo teniendo en cuenta su peso. Como si se tratara de un dardo, apuntó a la pared.

Yo ya no pude quedarme quieto.

No es que Yeran fuera mi amiga ni nada por el estilo, pero eso no importaba. Asimismo, ya era hora de bajarle los humos a Loic, que parecía ser el único al que no le habían avisado de que las peleas estaban prohibidas. No pensé mucho en cómo podría ganar contra él sin las habilidades de Selenne cuando arrojé una bola de fuego. Y, aunque pudiera parecer una idea descabellada, mi disparo iba dirigido hacia Yeran.

Las llamas la alcanzaron pero no le causaron daño alguno, justo como esperaba, gracias a la armadura que ella llamaba cuerpo. Esta adquirió un tono rojizo, como el metal incandescente. Por desgracia para Loic, su pelaje no estaba protegido. Es más, seguramente propiciaría la extensión del fuego. Movido por un acto reflejo, el lobo soltó a Yeran tan pronto como sus zarpas entraron en contacto con el calor abrasador mientras las sacudía para aliviar unas recientes quemaduras.

Yeran dejó la sorpresa a un lado y contratacó aprovechando la distracción de sus rivales. Con su puño de acero golpeó el rostro de Zenik, que profirió un alarido de dolor y cayó hacia atrás. Su ojo derecho lo adornaban tonalidades moradas. Tendría que tener mucha suerte para hacer levitar a Yeran y no a cualquiera de sus compañeros.

Golty, que había ido a socorrer a Loic, no se dio cuenta de que era su próximo objetivo. Un poderoso rodillazo impactó contra su mandíbula (que produjo un escalofriante crujido) y lo dejó semiinconsciente en el suelo. Advertí que rodaba por la terracota lo que me pareció un diente. Empezaba a compadecerme de ellos.

El único que quedaba en pie era Loic, que se lamía sus garras todavía por el fuego.

-Espero que te haya servido de advertencia - dijo Yeran solamente, para después dar media vuelta y marcharse como si nada hubiera pasado.

Pero tras de sí dejaba un campo de batalla con llamas por apagarse, pequeñas manchas rojas, algún que otro diente perdido, dos Oztana doliéndose y a un Loic muy pero que muy malhumorado.

El lobo levantó a sus compañeros caídos con una delicadeza que brillaba por su ausencia y con un gruñido les indicó que le siguieran, enfilando el camino al entreno.

Cuando estuve seguro de que no volverían, salí de mi escondite y exhalé un suspiro de alivio. Por fortuna no habían sospechado de la misteriosa bola de fuego que se presentó durante la lucha como una intrusa. Ni en el Oztana que les observaba encubierto por un cedro.

Ojalá pudiera decir que aquello me sorprendió, pero los combates inesperados se veían en Fennetya tanto como en La Frontera.

Una de las cosas que había aprendido en mi corta estancia en Fennetya es que, si de algo se alimentan los Oztana, es de los combates ganados, con su máxima competitividad como aliada.

Y que ni la fuerza lobuna puede con el acero incandescente...


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