Capítulo 10

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El Oztana que estaba sentado a mi lado se removía inquieto cada vez que uno de los fieros arañazos de Loic estaban a punto de pillar a Selenne. Pero ella siempre los esquivaba, dejándonos a todos asombrados. Bueno, no sé si a todos, porque Nyx mantenía la misma expresión en todo momento.

En la pequeña pelea de antes, Selenne se había limitado a esquivar los ataques enemigos, pero ahora repartía algún que otro golpe adivinando las intenciones de su oponente. ¿Cómo pretendía Nyx que el cánido ganara? Aunque Selenne no le tocara, seguramente acabaría muriéndose de cansancio o de pura frustración.

Me da que nadie sería capaz de pillarla por sorpresa.

Tras sortear una dentellada, se impulsó y le propinó una patada que hizo que Loic cayera sobre la arena con un golpe sordo. También tenía bastante fuerza.

El lobo iba a levantarse a trompicones de nuevo, pero Nyx alzó una mano, dando el combate por concluido. Unos cuantos Oztana salieron en su ayuda y lo depositaron sobre un asiento. Enseguida vino un hombre ataviado con la misma túnica que tantos otros y empezó a curar sus heridas. En cambio Selenne estaba radiante como si no hubiera luchado, quizás con un poco de arena en el vestido.

Nyx se levantó y en un salto ya estaba en el campo de batalla.

-Samay tiene unas habilidades que complican el combate, sin duda - incluso el malherido Loic prestaba atención -. Pero ninguna batalla es imposible.

Samay. Su nombre de Oztana.

-Si es capaz de ver el futuro, hagamos que sea inevitable.

Luego miró a Sa... Selenne y se preparó para combatir. Nyx iba a luchar contra ella. Antes dije que nadie podría pillarla por sorpresa, ahora no estoy tan seguro. Incluso desde allí, pude ver como Selenne se remueve inquieta.

Espero que sea tan frágil como la figurita...

Ninguno nos dimos cuenta cuando Nyx, con una velocidad impresionante, se lanzó contra Selenne cuchilla en mano. Poco faltó para que no fuera capaz de esquivarla y cualquiera que no tuviera su habilidad ya habría perdido.

No le dio tiempo a recomponerse, porque la guerrera ya volvía a la carga de nuevo. Apenas le daba tiempo a evitar sus embestidas. Mucho me temo que no encontraba el momento para arremeter contra ella.

"Hagamos que sea inevitable". Si seguía a esa velocidad, lo único que podría predecir Selenne sería su inminente derrota.

Entre tanto, la arena provocaba una pequeña neblina por la fuerza de los impactos y en la pared se apreciaban marcas de fuertes golpes. De vez en cuando, el edificio sufría ligeras sacudidas. Nyx no parecía mostrar piedad aunque se tratara de una aprendiz reciente. Y Selenne cada vez se encontraba más cansada.

Muchos de mis compañeros se aferraban a su asiento, en un intento de contener sus nervios mientras que otros directamente se mordían las uñas. Por mi parte, me estaban entrando unas ganas inmensas de cerrar los ojos. Pero aunque lo hiciera el estruendoso escándalo se aseguraría de que me enterara de todo lo que pasaba.

De repente, Selenne dejó de moverse. Al menos sus piernas lo hicieron. Por como apretaba los dientes se veía que lo intentaba pero sus miembros no respondían. Los ojos de Nyx emitían un resplandor dorado.

Como serpiente Nyx podía petrificar a sus adversarios. Como humana era capaz de paralizar partes del cuerpo, y eso era justo lo que había hecho. La capacidad de movimiento de Selenne ahora era nula.

La Oztana se abalanzó, esta vez con garantía de pillarla. Se detuvo abruptamente, levantando arena a su paso y colocó una de sus cuchillas a la altura de su corazón.

-Con la destreza adecuada, se puede vencer a cualquier enemigo. Simplemente hay que saber cómo lucha, para descubrir como vencerle.

Con un chasquido de dedos, descongeló a Selenne, que se desequilibró por la repentina recuperación de su movilidad. Ella miró enfurruñada a Loic, que le sonreía con arrogancia desde la comodidad de su asiento.

Nyx decidió darle un descanso y le apremió a sentarse con los demás. Se sentó a mi izquierda, justo en el lugar que antes ocupaba la guerrera y se cruzó de brazos.

-Venga ya. Como si él pudiera esquivarla siquiera - se quejó refiriéndose a Loic.

-Has estado genial - dije para tratar de animarla.

Se me quedó mirando. Después de pasar su mirada de arriba abajo, se acercó a mi oído y me susurró:

-Estás muy guapo, ¿eh?

-Eh... Yo... - me había vuelto a poner rojo.

Selenne hinchó las mejillas para evitar soltar una estruendosa carcajada ahí mismo.

-Mejor no te pongas rojo. No pega con el traje.

Justo cuando iba a responderle, la voz de Nyx me calló, al igual que a todos quienes murmuraban. ¿Tendría por casualidad el poder de silenciar a los demás? Empezaba a parecer una idea no tan descabellada.

-Que bajen a la arena Norian y Nadur.

Un Oztana se levantó y se fue caminando hacia nuestra instructora. Aunque quizás caminar no fuera el término correcto. Más bien parecía levitar y sus pies (si es que tenía) los ocultaban unas llamas azules de aspecto fantasmal. Tenía el pelo azul casi blanco y ojos del mismo color. Me preocuparía por su palidez si no supiera que era Oztana y aquel era su aspecto "normal". Iba ataviado con una toga y una banda celeste, además de dos pulseras sujetas a cada uno de sus brazos.

Selenne me dio un toque con el codo.

- ¿Qué? - pregunté.

-Te acaba de llamar. Venga.

Ah, ya. Me llamaba Nadur. Nunca me iba a acostumbrar... Espera, ¿me tocaba luchar? Genial, ya me había puesto de los nervios. Confiando en que la espada que quedaba fenomenal con mi traje fuera más útil que un adorno, me situé frente a mi contrincante.

Nyx no tardó en volver a las gradas y dejarme solo frente a él.

Lo único que me tranquilizaba era que mi rival se mostraba tan asustado como yo.

Con movimientos torpes, desenvainé mi arma y la aferré con las dos manos. No tenía ningún tipo de experiencia con la espada (más que con mi espada de madera), así que no cesaba de balancearse entre mis dedos.

Entonces, el tal Norian cerró los ojos y juntó las manos. Y desapareció. Se esfumó. ¿Y ahora... qué?

De repente, algo me empujó hacia atrás tan brusca y repentinamente que volé unos metros hasta aterrizar forzosamente en el suelo. Comprobé horrorizado que ese "algo" se acercaba de nuevo a juzgar por la arena que se levantaba a su paso. Y me llovieron tortas. Seguro que verme retorciéndome de dolor sin motivo aparente era un espectáculo muy entretenido para los de arriba, pero a mí no me hacía nada de gracia.

Con mis poderes (y algo de suerte) elevé un muro de fuego que nos separó y pude respirar por fin.

Vale, captado. Norian podía volverse invisible y pegaba muy fuerte.

A duras penas conseguí levantarme a tiempo para ver (más o menos) como volvía a la carga.

Invoqué el viento como lo hice con los lobos. Se formó un tornando potente y arrasador a mi alrededor. La hoja de mi espada se encendió y ardió al mismo tiempo que lancé esferas de fuego abrasador en todas las direcciones. Estas, unidas al huracán, formaron un vórtice ardiente que se expandió por todo el terreno de combate. Puede que fuera invisible, pero no incorpóreo.

Cuando el remolino cesó, distinguí unas llamas adheridas al mismísimo aire. Así mi espada cubierta de flamas y me lancé contra ellas. Pero Norian debía ser rápido también (o yo lento) porque no llegué a tocarle.

Al menos ahora podía saber dónde estaba, así que seguí arremetiendo levantando mi mandoble con esfuerzo sobrehumano.

También elevé la tierra bajo sus pies, pero se deslizaba velozmente y no era capaz de lanzarlo por los aires.

Estuvimos un buen rato así. No cesé en mi empeño de atacarlo de todas las maneras posibles, pero la espada cada vez se hacía más pesada en mis manos. Recé para que él estuviera igualmente cansado.

Me percaté en ese momento de que ya no le veía.

Fantástico...

Miré en todas direcciones pero nada.

Y Norian, oculto a mis ojos, me agarró de la capa y caí en la arena. Intenté incorporarme pero me inmovilizó y lo impidió. Dejé de intentar zafarme de su agarre cuando Nyx puso fin al combate con mi evidente derrota. Estampé mi cabeza contra el suelo, exhausto.

Mi oponente se hizo visible entonces y me permitió moverme. Me senté en la arena mientras guardaba mi arma.

Gran comienzo, cómo no. Era mucho más fácil luchar con la de madera...

-Ey - alguien llamó mi atención.

Alcé la vista y me encontré cara a cara con Norian. Su voz apenas era un susurro, como si la hubiera escuchado a través de una pared.

-Bien luchado - dijo tendiéndome la mano.

Acepté su ayuda y me puse en pie. Su tacto era frío pero sólido, por lo que no era del todo un fantasma. Él miraba algún punto fijo a mi derecha perplejo. Seguí su mirada pero no vi nada más que el muro que nos separaba de las gradas.

-Igualmente - respondí para sacarlo de sus ensoñaciones.

Por fin pareció reparar en mí y me sonrío genuinamente. Me alegré de que no todos mis nuevos compañeros fueran engreídos.



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De vuelta en nuestro Bastión (que mágicamente volvió a estar como antes) todos charlaban sobre lo acontecido hoy. Norian, que ahora se mostraba menos tímido, compartía algunas palabras con Selenne. Pero lo único en lo que podía pensar en ese momento era en el hambre que tenía. Mis tripas habían estado rugiendo desde que los entrenos finalizaron, y no parecía que fueran a traer comida pronto. Sin embargo, nadie se veía preocupado.

Con todas las fuerzas que pude reunir por la fatiga y la carencia de alimento, abandoné mi asiento y salí del Bastión. Tan entretenidos como estaban, nadie se dio cuenta de mi fuga.

No sabía muy bien a dónde se supone que iba, pero mi estómago vacío ya no me dejaba pensar con claridad. Quizás estuviera prohibido, pero atravesé la bóveda que daba entrada al patio sagrado para salir al exterior.

Aun siendo casi de noche, la ciudad brillaba tanto como por el día. La luna se reflejaba en los estanques y la luz de las estrellas del cielo traspasaba el cristal que protegía el lugar.

Con pasos pesados, recorrí los caminos de terracota, confiando no solo en encontrar algo que llevarme a la boca, sino también en recordar cómo se volvía.

Un olor llegó a mi nariz y, como si de un imán se tratase, me atrajo al sitio del que emanaba. Un edificio dorado de dos pisos y que mantenía sus luces encendidas, además de mucha gente a juzgar por el alboroto producido. Puede ser que estuviera incumpliendo mil normas, pero abrí las puertas y me colé sin ser visto.

El pasillo en el que me encontré estaba desierto, pero se distinguía ruido más adelante. Caminé por el nacarado corredor hasta que una luz me indicó que había llegado al origen del tumulto. Me asomé con precaución y me hallé ante un comedor.

Un comedor lleno de gente que comía lo que en ese momento se me antojaba el mayor manjar que existía. Bajo la lámpara de araña que colgaba del techo y daba luminosidad a la estancia, se distribuía una larguísima mesa con sillas dispuestas a su alrededor. Un amplio ventanal daba al exterior y ofrecía una vista magnífica de toda la ciudad. Pero yo solo podía mirar con recelo la comida y luchar contra el impulso de lanzarme sobre ella. Quizás no hubiera tardado mucho en hacerlo de no ser por la voz que me sobresaltó a mi espalda.

- ¿Tú? ¿Qué haces aquí?

Reconocí aquel habla y antes de darme la vuelta ya sabía que era la curandera de antes quien me miraba pasmada.

Ya la lie...

-Es que... Tenía hambre y... ¿No piensan darnos nada de comer? - espeté al borde de un ataque.

Si ya me miraba antes con extrañeza, ahora me miraba como si me hubiera salido otra cabeza (o quizás aquí eso era normal).

- ¿He... dicho algo malo? - repuse.

- ¡No! Pero... - no parecía saber explicarse.

La miré inquisitivamente hasta que se decidió a hablar:

-Se... supone que... solo los sirvientes comen.

- ¿Cómo?

-Se ha... demostrado que los Oztana no tienen desarrollado el sentido del hambre.

Caí en la cuenta de la verdad de sus palabras. Y, sin embargo, un nuevo clamor de mis tripas me hizo saber que no eran imaginaciones mías.


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