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El zumbido incesante de tu teléfono te despierta.
Completamente dormida, desorientada y bastante irritada, lo buscas entre las sábanas. Deslizas el botón verde hacia un lado, atendiendo la llamada sin molestarte en ver quién es.
—¿Qué?—
—¿Perdón?—Una voz suave y divertida dice desde el otro extremo de la línea. Tus ojos se abren en estado de shock, tus sentidos vuelven a la normalidad.
—Mierda. Lo siento, Lana—
Para tu alivio, ella se ríe. —Estás perdonada, pero solo esta vez—
Eso te provoca una media sonrisa mientras te frotas los ojos. ¿Cuánto has dormido? Parece que fue una eternidad. Y aún así no es suficiente. Porque un bostezo se escapa de tu boca, y tu deseo de cerrar los ojos de nuevo y apagar el mundo es inmenso.
Estás tan cansada, de todo. De todo.
—No me estaba divirtiendo—
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?—Preguntas confundida, pensando que no has oído nada de lo que Lana te ha dicho.
—No es divertido salir sin ti, ya sabes. Por cierto, ¿te sientes mejor?—
Esta es una de las cosas que odias, mentirle. Mentir a otras personas es fácil, no te afecta en absoluto, pero mentirle a Lana... La única persona con la que puedes ser tú misma, pero te niegas a abrirte.
"No creo que pueda salir contigo esta noche, tengo un fuerte dolor de cabeza", se lo dijiste hace unas horas. Claro, sufres de esas más veces de las que te gustaría, pero hoy fue una mentira.
Es tu corazón el que duele. O tu alma. O alguna como eso.
Y ella está en un lugar tan feliz últimamente, no quieres arruinar eso.
—Un poco. Pero lo estaré, no te preocupes—
—Ja, imposible. Siempre me preocupo, especialmente por ti—
Si pudieras llorar, probablemente ya estarías llorando. Pero el adormecimiento se ha convertido en tu mejor amigo, tu fiel aliado. Tal vez eso sea algo bueno. Sentir tanto duele.
Por tu falta de respuesta, Lana continúa.
—De todos modos, estoy en tu puerta. Traje pizza—
Antes de que puedas procesar lo que ella dice, tu timbre suena repetidamente.
De ninguna manera.
Hay una sonrisa grande y brillante en la cara de Lana tan pronto como abres la puerta. En sus ojos está ese destello de travesuras que la caracteriza cuando hace algo que no esperabas.
