Capítulo Uno. Duerme, duerme

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Trabajar los días de verano siempre se hacía duros para toda la oficina. Compañeros que se iban de vacaciones mientras los demás se quedaban supervisando pedidos, contactando proveedores o entregando albaranes; las horas puntas de calor insoportable en las que la mayoría se las pasaba mirando por la ventana soñando con la playa que habían elegido como destino vacacional o evocando en aquella en la que ya habían estado o la impotencia de sentirte atrapado en un bloque de edificios durante horas viendo cómo la temporada estival se te escapaba entre los dedos, como se desvanecía, como, poco a poco, el otoño empezaba a abrirse paso entre nosotros.

Trabajar los días de verano siempre se hacía duro para toda la oficina. Excepto para mí. Yo no pensaba en aguas cristalinas ni en playas vírgenes, sólo tenía un objetivo: que todo el trabajo saliese adelante y eso me dejaba muy poco tiempo para pensar. Algo que yo deseaba, algo que llevaba mucho tiempo haciendo, algo a lo que un desengaño me había llevado.

-Lucía, ¿No crees qué deberías descansar? Me refiero a qué es viernes, verano y tarde. ¿Te apetece venirte a cenar con nosotros? Lucas, el chico de contabilidad, coge hoy las vacaciones y quería invitarnos a cenar.

Era Lucas, el otro Lucas. El dueño de la empresa, cuyo apellido daba nombre a una de las marcas de zapatos de lujo más vendidas y reconocidas del país. Un hombre llano, al que el dinero y el lujo poco o nada le importaba. Prefería vivir una vida humilde disfrutando de lo que más le gustaba: diseñar. Lucas me gustaba. Era un buen jefe con el que mantenía una excelente relación que muchos confundían.

-No. Gracias- contesté sin levantar la vista del ordenador-

-Te importa demasiado lo que los demás piensan sobre nosotros.

-No te voy a negar que esos comentarios me molestan. Trabajo muy duro para que piensen que mi sueldo o mi reconocimiento es por causa de nuestro supuesto affaire pero tengo muchas cosas que hacer y de perder el tiempo, tendré que volver después. Cosa que no me apetece.

-Lucía-me cogió la mano-

Miré, en un primer instante, hacía nuestras manos juntas sintiendo una calidez muy agradable. Después, dirigí la mirada hacía él. Sus facciones eran dulces, atractivas. Sus ojos color oro, su pelo ondulado y rubio. Sin duda alguna, era bello. Por dentro y por fuera. Pero era Lucas.

-¿De qué tratas de convencerme?-pregunté-

-Han pasado dos años. Sé que te hizo daño. También a mí, a su propio hermano pero no por ello dejo de permitirme vivir. Sé que es difícil. Todos tenemos derecho a hundirnos en algún momento de nuestras vidas pero salir a flote también debería estar dentro del plan. Trabajas de sol a sol, sólo descansas los domingos y llevas sin tomarte vacaciones desde que la empresa abrió hace año y medio. ¿Crees qué es sano?

-Probablemente no-admití después de pensar un rato- Pero debes de entender que es lo único que me permite dejar de pensar en él y en todo el estropicio mental que me causó.

-¿Y seguirás así toda la vida? ¿ Desperdiciado tu juventud? ¿Esperando a darte cuenta cuando ya no haya vuelta atrás?

-¿Y qué si lo hago?- pregunté desafiante-

-Es tu vida, Lucía. No la mía. Puedo preocuparme por tí, intentar hacer que veas tus errores pero, si tú no eres capaz de verlo, nadie podrá ayudarte. Estaremos en el restaurante argentino de la esquina-añadió después de un tenso silencio- Serás bienvenida si así lo deseas.

Despegué su mano de la mía y baje la mirada. No me despedí de él. Tampoco Lucas lo hizo. ¿Debería tomar en consideración sus palabras? ¿ Acaso serían tan verdaderas qué no era capaz de asimilarlas? ¿Por eso dolían?

¿Quién eres tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora