Capítulo Nueve. Si ese es tu deseo

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Me giré y frente a mí, estaba mi compañero de escritorio, aquel al que Lucas tan amablemente había invitado a ser compañero mío.

-No tengo tiempo para tonterías.

-Yo creo que sí.

¿Yo creo que sí? ¿Qué piensa este hombre? Se acercó a mí y me asusté sabiendo lo que tenía en mente. Grité. Nadie me escuchó.

-¿Qué pretendes?-dije tratando de ocultar mi miedo-

-¿Qué pretendo? Pues ir a comer contigo pero te has negado y me ha sentado un poco mal.

-¿Crees qué se va a comer con alguien que no te gusta? ¿Así de sopetón? ¿Por qué te apetezca a tí? ¿Sin pensar en los demás?

-Sólo pienso en mí mismo-se acercó mucho más a mí -

-No tendrás cojones a dar un paso más-lo amenacé -

-A eso y más.

-Eres estúpido.

-¡Cállate!-me dió un bofetón que hizo que me temblaran las piernas. Quería caer, retorcerme de dolor pero no le iba a dar el gusto-

-¡Cállame! Antes me matas si es que puedes.

Le asesté un puñetazo en todo el ojo y, huyendo milagrosamente de su intento de captura que a poco me desestabiliza. empecé a correr por todo el garaje. Había estado pocas veces en él pero sabía, gracias a los planes de evacuación y sus correspondientes simulacros trimestrales, que al fondo, había una escalera de incendios. Tenía margen, podía hacerlo. No en vano había sido campeona de atletismo en el instituto. Mi padre siempre se había encargado de enseñar aquel trofeo a todos y cada una de las visitas que llegaban a su casa.

Mi visión era como un túnel, apenas veía periféricamente, centrada únicamente en visualizar la escalera que me llevaría hacia la salvación pero aún así, traté de pedir auxilio gritando por si mi plan fracasaba, por si alguien me escuchaba. Como ya había dicho, media oficina estaba comiendo y la otra mitad, cuchicheando por las esquinas pensando en qué nos había pasado a Lucas y a mí. ¡Maldita mierda de día! Y ¡Maldita mierda de planeta! Mientras unos disfrutaban, otros luchaban por su vida sin que los primeros se percataran de ello.

Una vez logré alcanzar la puerta de emergencia, la abrí y empecé a subir aquellas empinadas escaleras de metal. Escalón a escalón, paso a paso, librando los escollos y hasta permitiéndome el lujo de subir alguna de dos en dos. Mi cuerpo sudaba en frío de pura tensión y nerviosismo pero permitirme el lujo de pararme a quitarme el sudor , aún siendo consciente de que no escuchaba aún a mí atacante. Las escaleras rechinaban, me hubiese dado cuenta. De repente, escuché el sonido de la puerta y mis vellos se erizaron. Él subía también.

"Acelera el ritmo, Lucía. Sólo quedan tres plantas para salir a la calle"

Lo hice, lo estaba consiguiendo y todo iba perfecto hasta que me caí y rota de dolor me quedé tirada en el suelo. Ahora sí que dolía. Me arrastré escaleras arriba, siendo incapaz de poder mover el pie. Vi la salida, mi salida pero mi lentitud última, le dio el tiempo suficiente a mí asaltante para poder alcanzarme.

-¿Pensabas qué ibas a escapar?

-Tengo una duda. ¿Qué vas a hacer cuándo me mates y te descubran?

-¡Cállate!

Volvió a darme un golpe en la cara. Esta vez más fuerte. Con ansia, con maldad. Me resistí, pataleé con la única pierna que tenía sana. Fue en vano. Me arrastró, mientras yo gritaba de dolor hacia el cuarto de limpieza que estaba situado justo en el rellano entre escaleras ¿Qué pretendía? Yo lo sabía. Violarme y callarme. ¿Para qué sino todo esto? Me pregunté si después de todo el paripé, subiría a trabajar de nuevo. ¡Lucía! ¡Qué cosas piensas! ¡Céntrate en salvar tu vida! ¿Y cómo?

Me tiró en el suelo de aquella estancia que olía a humedad, lejía y desinfectante y se dispuso a bajarse los pantalones. Cerré los ojos. No quería ver el cuerpo que se disponía a ultrajar el mío. No podía permitirlo.

-Abre los ojos-gritó-

-¡No!

¡Piensa, Lucía! ¡Piensa! Me agarró el cuello dejándome sin respiración para que abriese los ojos. ¿Cómo iba a morir? ¿Cómo iba a morir a manos de ese hombre? ¿Cómo iba a morir en ese momento? ¡No! Me negaba. Pero me asfixiaba. Me asfixiaba tanto que por unos segundos, empecé a ver un cielo negro lleno de puntos blancos. Un cielo en el que llegué a perder la consciencia durante no sé cuánto tiempo pues parecía que en ese lugar, eso no era algo medible. Volví a la claridad y me vi de nuevo tirada en el suelo. Él ya no apretaba mi cuello pero vi sus ojos negros como el carbón muy próximos a los míos. Estaba a punto de atentar contra mi cuerpo y mi voluntad.

Puede que fuese fruto de la necesidad de salvarme, de ver la vida frente a mí o de observar cómo aquel hombre trataba de violarme pero, en aquel momento, recordé que guardaba un anzuelo en mi chaqueta Un anzuelo que había cogido como recuerdo para recordar a mi padre mientras estuviésemos lejos el uno del otro. Un anzuelo que yo sabía que servía para pescar peces grandes. Eché mano al bolsillo de forma sigilosa, lo palpé y justo cuando él trataba de entrar dentro de mí, saqué la mano para que se aferrase a su miembro. Era mi salvación pero una mano logró frenarme.

-No merece la pena manchar tus manos de sangre por una persona tan vulnerable de espíritu.

La voz, mi voz, la que le hacía que miles de mariposas flotaran en mi estómago , resonó detrás de mí. Después, separó de un puñetazo al violador y tras cogerlo por el cuello, dijo:

-¿Crees qué estas son formas de tratar a una señorita? ¿Crees qué está bien vulnerar su voluntad?

El hombre lo miraba con ojos de terror mientras contestaba negando con la cabeza a sus preguntas.

-Te mereces lo peor-dijo el dios de ojos azules mientras apretaba más su cuello-

-¿Qué haces?-grité mientras veía a mí captor con sus ojos rojos fruto de la asfixia-

-¿Continuo?-preguntó sin mirarme-

- ¡No! ¡Por Dios! ¿Cómo vas a hacer eso?

-Da gracias al buen corazón de esta mujer. Da gracias a que es pura porque, de lo contrario, tu vida acabaría aquí mismo. Mientras tanto...

Lo tocó en el cuello haciendo que esté cayese dormido. No lo dejó caer, sólo lo depositó sobre el suelo para después correr a mi lado.

-Estás herida-dijo mientras tapaba con su chaqueta mi cuerpo medio desnudo-

Veía preocupación verdadera en sus ojos y un atisbo de rabia fruto de la situación en la cual nos encontrábamos.

-¿De dónde sales?-pregunté sin saber muy bien qué decirle-

-Hay prioridades ahora. Sacarte de aquí y curarte es la principal.

-¿Vas a volver a dormirme y desaparecer?

-¿Es tu deseo?

-No quiero que desaparezcas otra vez.

-Que así sea si ese es tu deseo.

¿Quién eres tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora