Capítulo Once. Confesiones

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Me tendió la mano como si estuviésemos sellando un pacto. Estreché su mano en señal de enterrar el hacha de guerra.

-Kal  Georgiou. Encantado.

-Lucía Hevia. Encantada. Espera,Kal, entonces, ¿No fue un sueño?

-Ya casi nadie discierne de lo que es sueño o realidad, Lucía. Casi nadie....

Me quedé en la cocina rumiando la respuesta que Kal me había dado llegando a la conclusión de que, efectivamente, no había sido un sueño. El hecho hizo que me ruborizara como nunca antes lo había hecho pues sólo recordar que él me había visto desnuda cuando lo tenía justo a mí lado, me producía hasta vapores.

-Lucía -dijo mientras me cogía una mano que yo no paraba de mover-No te arrepientas de tus actos si han sido buenos actos.

A veces, parecía que tenía la habilidad de leerme la mente, era como un don o quizás afinidad no lo sé. Mi padre siempre me contaba que mi madre y él siempre se "leían "la mente sin querer pues muchas veces, uno decía lo que el otro estaba pensando. En cualquier caso, fuese lo que fuese, Kal también lo hacía conmigo. Evidentemente, su comentario me puso más nerviosa aún. Sí él consideraba aquello un buen acto es porque le había gustado, ¿no? ¡Señor!

-Están llamando a la puerta- me avisó Kal-

-¿Eh?

Aún estaba cogida de su mano y un poco cogida del coco también. Últimamente, me enfrascaba en mis asuntos y todo pasaba desapercibido para mí.

-Están llamando a la puerta, Lucía. ¿Estás bien?

-Sí, perdona. ¿Te importaría abrir?-le pedí señalando a mí pie- Seguramente será algún cartero.

Soltó mi mano para levantarse a abrir la puerta. No me lo había imaginado tan educado, sobretodo, después de haberme echado cojones la primera vez que lo había visto. Vale. Está bien. Nos estamos conociendo el uno al otro de nuevo. Se me había olvidado esa parte. Escuché voces en la entrada y me preocupé.

-¿Quién es?-grité desde la cocina-

-El idiota que se hizo pasar por tu marido en Grecia-gritó Kal desde el otro lado-¿Lo dejo pasar o lo mando lejos?

Lucas. No me apetecía nada verlo pero suponía que debería comunicarle que no estaba en condiciones de poder trabajar y, dado que no me apetecía llamarlo por teléfono, mejor que ese momento, no lo iba a encontrar.

-Hazlo pasar, Kal.

Kal volvió con Lucas a la cocina. Ambos venían con cara de malestar, con cara de no poder verse el uno al otro y eso que Kal no sabía que había sido precisamente Lucas el que me había llevado casi a la muerte sin saberlo.

-¿Qué quieres, Lucas? -le pregunté de mala gana-

-¿Qué te ha pasado?-estaba asustado- ¿Ha sido él?-miró a Kal con gesto de querer romperle la cara por cualquier motivo-

-Por lo menos yo estaba ahí para recogerla -rugió Kal- ¿Dónde estabas tú?

Ambos se enfrentaron y temiendo que mi cocina acabase convertida en un campo de batalla en el que Lucas tenía todas las de perder, hablé:

-¿Eres tonto, Lucas? ¿Iba a dejar que una persona que me golpea la cara y me rompe el tobillo estuviese en mi casa? ¿No me conoces ni un poco? Te he preguntado qué es lo que quieres. ¿Qué arregle papeles?

-Lucía, ten un poco de corazón. Me equivoqué, lo sé pero, ¿No podrías tener un poco de compasión por mí? He venido porque me preocupó no verte en la oficina esta mañana después de la discusión de ayer.

¿Quién eres tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora