El conejito x el hielito

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¡Yo soy un caballero de los hielos!, un caballero que siempre debe mostrarse frío como un témpano, con ojos y sonrisa heladas... un caballero que no debe dejar traslucir sus emociones... porque no debe tenerlas.

Esos eran los pensamientos de Camus de Acuario, el caballero de la onceava casa del Santuario. Y su carácter reflejaba esos pensamientos, siempre frío y eficiente, envuelto en una gélida coraza que nadie había logrado atravesar. Y ese nadie incluía a Milo el caballero de Escorpio y a su propio alumno Hyoga. Camus había rechazado sucesivamente a los dos caballeros... a Milo con cajas destempladas y a Hyoga con una larga y cariñosa charla. Los dos habían aceptado su rechazo de distintas maneras, Milo rompiendo su amistad y Hyoga aceptando ser simplemente su alumno y su amigo, sin volver nunca a insistir.

Por eso mismo, porque había rechazado a su propio alumno por considerarlo demasiado joven e inocente se sentía culpable por lo que estaba sintiendo por un pequeño caballero más joven aún que Hyoga. Se sentía culpable porque pese a su enorme coraza de hielo bastaba una sonrisa por parte de Shun para derretirlo y hacerlo quedar como un tonto.

Y por eso cada vez que el joven peliverde pasaba por el Templo de Acuario para ver a Hyoga se le colgaba una sonrisa idiota que le duraba todo el día y que pese a las burlas de su alumno no lograba sacárselas de encima.

Hyoga lo apartaba de Shun y no lo dejaba verlo más que unos pocos minutos, el cisne temía que Camus jugara con los sentimientos de su amigo... que Shun fuera uno más de los que se enamoraban del frío maestro de Acuario y terminara sufriendo al ser rechazado.

Y Camus no podía decirle a Hyoga que en realidad estaba enloquecido por el pequeño Andrómeda... porque sería lastimarlo de nuevo, después de rechazarlo por considerarlo demasiado joven. Hyoga no merecía ese dolor y temía perder su amistad al confesar sus sentimientos por el pequeño, que aparte era el mejor amigo de su alumno.

Los días transcurrían con calma en el Santuario y la presencia de Shun en el Templo de Acuario disminuyó cuando todos se enteraron de que el pequeño Andrómeda había comenzado a salir con Shura de Capricornio pese a la oposición abierta de Ikki.

La noticia de ese hecho destrozó al frío Camus, no podía creer que Shura se hubiera animado a seducir al peliverde antes de que él se animara a confesar sus propios sentimientos por el chiquillo. Se volvió aún más frío que antes al enterarse y se encerró en el Templo casi como si fuera una cárcel. Envió a Hyoga a Siberia para que entrenara y se quedó totalmente a solas.

Una de las pocas noches que se dignó a abandonar el Templo de Acuario lo hizo al sentir unos sollozos en las escaleras y cual no sería su sorpresa al ver al pequeño Shun llorando con la cabeza oculta entre sus manos.

-¿Qué sucede, Shun? - inquirió preocupado.

-¡Camus! - exclamó Shun sobresaltado e intentando irse sin que el acuariano lo viera.

Por impulso Camus detuvo su movimiento aferrándolo por el brazo. Los cabellos verdes de Shun se corrieron revelando el precioso rostro... y Camus se enfureció.

-¿Quién te pegó? - preguntó con voz helada al ver ese precioso rostro marcado por un bofetón.

-Nadie... me caí- susurró Shun apenado

-Y yo soy Afrodita de Piscis... ven - sin esperar respuesta Camus llevó a Shun al Templo de Acuario y lo hizo sentar en el sillón.

Camus se metió en la cocina y regresó con una bolsa de hielo que colocó en el rostro de Shun con mucho cuidado. El chiquillo se estremeció pero no dijo nada.

-Responde, Shun... quién te pegó...

-Nadie... me caí, Camus. Te lo digo en serio - murmuró Shun.

-¿Cómo te caíste?

Shun de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora