El día se le había hecho pesado y largo. Por lo general, estaba acostumbrado a lidiar constantemente con todo tipo de cosas en la cotidianidad de su vida. Y, aunque le parecía extraño, decidió ignorar el malestar que empezó a sentir en su pecho.
Como todas las noches, luego de cenar y preparar lo necesario para sobrellevar el siguiente día, se recostó en su cama e intentó conciliar el sueño lo más rápido posible. Solía ser muy estricto con los horarios que se ponía; ser muy organizado y meticuloso en ciertos ámbitos de su vida era algo que lo caracterizaba. Las horas de descanso, en especial, era el momento en el que llegaba a ser a un más cuidadoso con los horarios. Casi toda su vida creyó que un buen descanso volvía a las personas más productivas y útiles.
Por momentos, sus pensamientos lo traicionaban. Creía que iba a quedarse dormido y empezaba a pensar con fuerza sobre varios sucesos del día. Sin embargo, uno de aquellos sucesos que pasaba por su mente y perturbaba su ordenado horario era el que sucedió en la tarde, justo cuando volvía del trabajo...
Cuando se despidió de sus compañeros y se retiró de su turno laboral, en el camino a su casa, empezó a sentir una mirada sobre él. Poseía un sentido, como un instinto de supervivencia, que le permitía darse cuenta rápido cuando alguien lo miraba por mucho tiempo. Al principio, ignoró su alrededor y se puso a planear en su mente lo que realizaría en días posteriores. Y, a pesar de ello, la mirada solo empezó a hacerse más pesada e intensa, transmitiendo un aura altamente negativa. Sin importar cuánto caminara o qué tan lejos esté de donde empezó a sentir esos ojos en él, sentía que aquello que lo acosaba estaba más y más cerca.
Tuvo el valor de darse vuelta y enfrentar a quien sea que estuviera allí. Pero no contaba con que, al voltear, no habría absolutamente nadie tras él. La calle y ambas veredas se encontraban desoladas. Incluso era extraño, siendo una zona muy concurrida en ese momento del día, por personas regresando a sus hogares (como él). Una vez que llegó a su vivienda, cerró la puesta de la entrada y la molesta mirada sobre él desapareció. O al menos eso creía.
Ahora se encontraba en su recámara, con los ojos cerrados y el cuerpo hacia arriba. El malestar en el pecho, que se permitió ignorar desde que puso un pie en su vivienda, comenzó a volverse un poco más fuerte y se apoderó también de su garganta. Abrió los ojos con el entrecejo fruncido, demostrando una notable confusión al no entender que estaba pasando.
En el momento exacto que abrió sus ojos, sintió que la molestia en su pecho se convirtió en una presión. Como si algo pesado se hubiera posado sobre sí. La garganta se le cerró a tal punto que cada respiro le costaba una cantidad de esfuerzo exagerada, simplemente para ejercer la acción. Trató de mover sus brazos y piernas, en un intento de volver al estado normal de su cuerpo. Sin embargo, no pudo realizar ni un movimiento. Era como si sus extremidades no respondieran a las señales que enviaba con su cerebro. Estaba paralizado, sufría una parálisis del sueño.
Quiso poder decir, al menos, una palabra. Pero el esfuerzo por respirar era tan grande que no podía permitirse un espacio para hablar. Comenzó a desesperarse de a poco, sintiendo los latidos de su corazón en los oídos. Era la primera vez que experimentaba algo así. No estaba para nada acostumbrado a esos sentimientos, a esa horrible experiencia.
Casi dejó de respirar cuando, con su mirada, captó en un punto casi oscuro de la habitación una sombra, con dos ojos amarillos que lo observaban fijamente. Un sudor frío recorría su frente y espalda, tenía mucho miedo. Reconoció casi al instante la sensación de esa mirada, era la misma que lo había seguido en el trayecto del trabajo a su morada.
Logró parpadear y, aunque fue con velocidad y casi inconsciente del movimiento, al abrirlos (con la vista fija en el mismo lugar) se encontró con la pared de la habitación. La sombra había desaparecido, demostrando que, anteriormente, se hallaba del lado de una pared desnuda de muebles.
Poco a poco, pudo recuperar el control de su cuerpo y la molestia en su pecho y garganta bajó su intensidad, sin marcharse. Las manos le hormigueaban y, mientras reglaba su respiración, se masajeaba las palmas. Cubrió todo su cuerpo con la manta y se acurrucó a un lado, formando una sensación de seguridad otra vez.
Esa noche pudo conciliar el sueño en la madrugada. Su mente no dejaba de reproducir una y otra vez el recuerdo de lo que había pasado. Cuando se detenía a analizar mejor las imágenes, la molestia en su pecho se incrementaba y, por miedo, intentaba distraerse con otros pensamientos triviales.
Las noches transcurrieron y, al menos en un principio, la parálisis del sueño le afectaba unas pocas veces a la semana. Mientras más pasaba el tiempo, la mirada se hacía recurrente en el día y las parálisis eran más frecuentes cada vez. Como si alguien o algo estuviera provocando esos acontecimientos.
En una ocasión, el día transcurrió con más normalidad de la que le gustaría. La mirada detrás suyo no se manifestó en ningún momento. Aún así, temía que fuese una falsa calma y que, en la noche, esa sombra que lo atormentaba diario iba a hacerle algo malo. Y, de hecho, su intuición no estaba muy alejada de la realidad.
La misma noche de ese día tuvo, otra vez, la parálisis del sueño. Ya habían pasado un par de meses desde la primera que tuvo, realmente esto lo estaba volviendo loco. Ninguna ayuda externa pudo parar estos "malos sueños", ningún lugar en el cual buscara tenía la solución final a su problema.
Como en otros momentos, su cuerpo quedó inmóvil y una gran presión en su pecho se hizo presente. Todavía no podía acostumbrar su respiración a estos repentinos ataques, por ello, seguía esforzándose para que no le falte aire.
La sombra se manifestó una vez más, imponente y terrorífica. El ámbar penetrante de sus ojos no se apartaba de los suyos, generándole un mayor miedo del que estaba acostumbrado a tener. Como predijo, se sentía peor que en otras ocasiones. Notaba una extraña electricidad recorriendo sus piernas, espalda y terminando en sus hombros. Esos escalofríos empeoraban la situación, dándose cuenta del miedo que poseía.
La sombra comenzó a moverse hacia la cama, avanzando con lentitud y dejando un rastro de oscuridad a su paso. Él al alertarse de esto, comenzó a desesperarse como la primera vez. Su respiración se agitó y no la pudo controlar, provocando una sensación de ahogo terrible. Aquellos ojos amarillentos clavaban su mirar con más intensidad mientras avanzaba. Casi podía estar seguro de que esa mirada quería decirle algo. Algo muy malo.
Los latidos de su corazón se aceleraron al ver que la sombra elevó un brazo y lo apoyó sobre su pecho. La presión que ejercía sobre sí era tan grande que creía que le rompería las costillas. Quería llorar, se sentía impotente y desanimado. No podía moverse, no podía parar aquel sufrimiento, no era lo suficientemente fuerte.
La oscura mano se empezó a deslizar de su pecho a su garganta, trasladando la presión al lugar donde hacía contacto con su cuerpo. ya no podía respirar. La presión en su garganta le impedía el paso del aire por las vías respiratorias. Sin importar cuanto intentó, no pudo mover ni un musculo para detener lo que le pasaba.
Cerró sus ojos y recordó la primera vez que le pasó aquello, la primera parálisis. No podía creer como una mala noche había culminado en esto. Los latidos de su corazón se hicieron lentos, bajos y casi imperceptibles. Tal vez, si hubiera sabido que esa era la última vez que vería algo, no hubiese cerrado los ojos.