Amuleto de comunicación

20 4 1
                                    

Me disculpé con Shail y Alsan. Siendo sincera, me extrañó que no me regañaran por haber huido.

Shail me hizo una visita guiada por la pequeña casa. La sala que más llamó mi atención era de forma circular (como todas las habitaciones) de altas paredes cubiertas por estanterías llenas de libros antiquísimos y antorchas que se encendían solo con pedírselo. En el centro de la habitación había una gran mesa redonda de madera vieja, cuya superficie estaba grabada con extraños símbolos que se entrelazan con dibujos de animales mitológicos y en cuyo centro había una hendidura circular ligeramente iluminada. La mesa estaba rodeada de seis sillones bellamente tallados. En el techo de la estancia se abría un tragaluz redondo, por el que se filtraba la suave luz de las estrellas y en él se encontraba una vidriera en la que se distinguían la figura de tres soles y tres lunas formando la figura de un hexágono.

- Aquí estarás a salvo -dijo Shail poniendo su mano sobre mi hombro de forma amistosa-. Estando aquí, nadie te hará daño. Cuando quieras, búscame y hablamos sobre lo que ocurrió en el campamento, ¿sí? Buscaremos una solución.

- Gracias por todo, Shail -hice un tremendo esfuerzo por mostrarle mi mejor sonrisa, pero en realidad, estaba rota por dentro, algo me decía que no volvería a ver a mi familia.

Me fui del lugar cabizbaja, luego me odié a mí misma por ser tan débil. Mamá siempre me decía que tenían que andar con la cabeza bien alta, controlar mis sentimientos y nunca, nunca, mostrar debilidad.

<<Pero mamá no está aquí>> me recordó una vocecita odiosa en mi cabeza.

Me sentía vacía, quería estar sola, pero a la vez necesitaba un gran abrazo, unas palabras de consuelo, un poco de afecto, solo un poco... no pedía más.

Fui a mi nuevo cuarto, el lugar donde desperté. Me senté en la cama, abatida y comencé a llorar de nuevo. 

- Toc, toc. ¿Se puede? -escuché una voz al otro lado de la puerta.

- Sí -respondí.

Era Jack, había venido a verme. 

- Ey, siempre me ves en mi momento más lamentable -bromeé tratando de ocultar mi dolor-. Yo no soy una persona triste.

- Se nota a kilómetros que no eres una persona triste -respondió el chico sentándose a mi lado.

Sonreí. Ahora me encontraba un poco mejor que antes.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? -me dijo Jack.

- Adelante -respondí sin preocupación.

- ¿Estuvo divertido el campamento?

- Mmm sí. Me bañé en una poza, ¡el agua estaba helada! ¡Y había una tirolina muy larga! ¡Ah, y también vi gamos!

- ¿Gamos?

- Ajá. Son ciervos más pequeñitos.

Continuamos hablando sin parar. No sé por qué, pero parecía que nos conocíamos de toda la vida, tal vez porque teníamos la misma edad y podíamos comunicarnos sin problemas, o porque habíamos pasado una situación surrealista similar.

- Ah, ¿Victoria tardará mucho en llegar? Tengo ganas de conocerla -comenté ilusionada.

- Bueno, ahora en Madrid son las 16h, así que todavía falta un poco para que venga.

<<¿Las 16h? ¿Llevo aquí casi un día? Todos estarán muy preocupados, seguro ya llamaron a mamá para decirle que desaparecí... No puedo imaginarme su reacción>> pensé con el corazón encogido, y otra vez, me guardé mis lágrimas y dolor para otro momento.

- Eh, ¿y cómo viene aquí? No hay salida... ¿o sí?

- ¡Ja! Ahora no pienso decírtelo porque seguro que te vas y nos vuelves a dejar solos -me chinchó dramatizando la situación.

- ¡Ey! No me siento orgullosa de eso, ¿está bien? -bufé molesta-. No pensaba escapar de nuevo.

Alguien llamó a la puerta, que se encontraba entreabierta. Se trataba de Alsan, que nos miraba sonriente desde el quicio de la puerta. Yo lo saludé agitando mi mano devolviéndole una gran sonrisa, ya que no podía entablar conversación con él, tenía que demostrar que sí me caía bien, aunque no haya intercambiado ni una sola palabra con él. Me devolvió el saludo y en esa lengua que no conocía, llamó a Jack, que fue hacia él y me dedicó un breve saludo para perderse pasillo abajo junto a Alsan.

Otra vez me quedaba sola... y sabía qué iba a hacer ahora... hablar con Shail. Si pensasteis que iba a buscar la forma de escapar estabais equivocados, bueno, no del todo, porque sin querer esa opción se me pasó por la cabeza, pero no lo voy a hacer, le dije a Jack que no lo haría.

Busqué a Shail por la casa y lo encontré en su "centro de operaciones".

- ¿Shail?

- Llegas justo a tiempo Eda, tengo un regalo para ti.

- Ah, no... no hace falta. Solo vine a contarte lo que me pasó y a preguntarte un par de cosas y... y ya me iba...

Sin decir media palabra, Shail me puso un colgante hexagonal en el cuello. Sentí de pronto una especie de sacudida, como un cosquilleo que me recorría por dentro. 

- ¿Me entiendes ahora? -dijo él de repente, para mi sorpresa.

Parpadeé, perpleja, convencida de que no había oído bien. No me había hablado en inglés, ni tampoco en español, pero lo comprendí a la perfección. Si no hubiese sido porque parecía imposible, juraría que me estaba hablando en ese extraño idioma.

 - ¿Q... qué? No... no comprendo... -tartamudeé.

Acababa de hablar en una lengua que no era la mía. Shail sonrió. 

- Es un amuleto de comunicación -explicó-. Si lo llevas puesto, puedes hablar y entender nuestra lengua.

Instintivamente, llevé mi mano al amuleto. Un agradable cosquilleo recorrió mi cuerpo y se me escapó una sonrisa de satisfacción.

- ¿Crees en la magia? -me preguntó Shail sorprendido, ahora el asombrado era él.

- Mmm sí, ¿por qué no? No está mal ser un poco soñador de vez en cuando -expliqué siendo sincera-. El mundo ya es bastante cruel de por sí... Espera... ¿la magia existe de verdad? -solté bruscamente impactada.

- Sí -afirmó.

- ¡Y me llamaron esquizofrénica! -dije indignada-. Mis "amigos" me llamaron ESQUIZOFRÉNICA -me enfadé mucho al recordar cómo se comportaron conmigo ese día. Hice una pequeña pausa para tranquilizarme-. A los pocos días dejaron de llamarme así porque puse fin al asunto, pero me molestó.

- Relájate. Casi ningún habitante de la Tierra cree en la magia, por eso me sorprendió que tú sí creyeras. 

- Ah... ¡Pero igualmente se pasaron de la raya!

- Estoy de acuerdo con eso, pero ya no merece la pena enfadarse. Y... cuéntame, ¿qué pasó la otra noche?

Me estremecí al recordar cómo el hombre de la túnica me atacó sin motivo, la persecución por el bosque y del chico de negro.

- Pues... mejor toma asiento porque voy a tardar un poco -advertí sonriendo.

IdhunitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora