Jamás

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Shail seguía recuperándose en su habitación bajo las atentas miradas de Alsan y mía. Ambos nos encontrábamos sentados uno al lado del otro muy próximos a la cama del mago.

- ¿Qué... pasó?

- Llegamos tarde, Eda -respondió malhumorado-. Kirtash se estaba deshaciendo de los cuerpos de una familia de celestes cuando lo encontramos.

Los celestes eran seres parecidos a los humanos, pero más altos y estilizados, de cráneos alargados y sin pelo, enormes ojos negros y fina piel de color azul celeste. Como todos los idhunitas no humanos exiliados en la Tierra, seguramente aquella familia habría ocultado su identidad bajo un hechizo ilusorio que los habría hecho parecer humanos a los ojos de todos. Pero, cuando morían, el hechizo se desvanecía, y los magos recuperaban su verdadera apariencia. No sabía muchas cosas acerca de los celestes, pero sí conocía su rasgo más característico: eran criaturas pacíficas que jamás intervenían en una pelea. Conceptos como el asesinato, la violencia, la guerra o la traición ni siquiera existían en la variante de idhunaico que ellos hablaban. Asesinar a un celeste a sangre fría era casi peor que matar a un niño. 

El silencio inundó la habitación. Inquieta, me revolví en la silla, detalle que Alsan captó sin mucha difilcutad.

- No estás obligada a quedarte si no quieres -dijo fríamente-. Ahí está la puerta.

Lo miré algo decaída por cómo se dirigió a mí.

- Me quedaré -afirmé.

Otro silencio, pero Alsan lo volvió a romper:

- Nunca más vuelvas a escaparte. ¿Qué hubiese pasado si Kirtash te hubiera encontrado, ah? -me reprochó, elevando la voz-. ¿Y si te hubiéramos encontrado muerta? ¿Eres consciente de esos riesgos? Te salvamos. ¿Cómo te sentirías si salvases a una persona, y como agradecimiento, escapa, así, sin más? Dime, ¿te gustaría?

- No -respondí-. No lo volveré a hacer, no volveré a irme sin decíroslo -juré mirándolo a los ojos sin pestañear-. Te lo prometo, al igual que se lo prometí a Jack y Shail, yo jamás rompo mis promesas. Jamás -aseguré con ferocidad.

Alsan esbozó una media sonrisa y cerró los ojos, satisfecho por mi respuesta. Se reclinó en la silla, pero aún seguía malhumorado por la misión fallida en China.

- Sigues castigada sin lecciones de esgrima -informó todavía recostado y con su media sonrisa.

- Me lo merezco y no me quejaré -dije recostándome también con una sonrisa socarrona.


***


El entrechocar de los aceros me despertó. Con la cabeza apoyada en el borde del colchón, elevé mi mirada para ubicarme donde me encontraba. Me encontré con Shail, sumido en un sueño tranquilo y reparador. Miré a mi derecha, pero encontré la silla vacía de Alsan. Palpé su asiento, estaba frío, se había marchado hace mucho. Me levanté con dificultad porque tenía las piernas entumecidas y me dolía el cuello a causa de mi extraña postura al despertar.

Me asomé a la ventana y pegué mi cara al cristal para averiguar de dónde provenía ese entrechocar entre aceros. De pronto, el cristal se abombó y retrocedí, alerta. Con curiosidad, empuje el supuesto "cristal" de la ventana y volvió a abombarse. Por lo visto, esas ventanas estaban cerradas con una sustancia parecida al cristal, pero mucho más flexible: se abomba si se empuja con el dedo. Dicha sustancia se parecía a la goma, pero era tan ligera y transparente como el más fino cristal.

Salí en silencio de la habitación de Shail para cambiarme de ropa y así estar más cómoda, y de paso, desayunar.

Una vez acabé, miré el reloj. Las 11:15 de la mañana, hora de Madrid. Le deseé suerte a Victoria con su examen de Matemáticas, pues había comenzado hacía un cuarto de hora.

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