CAPÍTULO 21

53 2 0
                                    

GRACIE

Miro de reojo a Alec, que conduce muy serio. Ni una sola broma, ni un solo comentario. Absolutamente nada hasta que llego a casa y me cambio para ir a trabajar.

Bajo las escaleras y me encuentro con que está dando vueltas nerviosamente por todo el salón. Cuando siente mis pasos acercarse a él, levanta la vista y termina de acercarse a mí. Me recorre el rostro con los ojos y se muerde el labio inferior, buscando las palabras.

—Lo siento, Gracie —murmura—. Sé por lo que has pasado y por lo que sufres, pero creo que no estoy preparado para todo esto. No… no puedo mirarte y hacer como si nada. No puedo disfrutar de momentos de la vida cuando te estás convirtiendo en la razón de la mía. Tú has formado al Alec real después de años en la mierda, y no puedo soportar discutir contigo, rogándote amor. El amor se da cuando se siente, y si tú aún no sabes lo qué sientes, no quiero obligarte a hacerlo. Lo quiero todo o nada, Gracie, y sé que tú no estás lista para eso. Por eso mismo no puedo seguir con esta montaña rusa.

Ni siquiera hace el ademán de tocarme el rostro o la mano, y rechaza mi mano cuando intento agarrarle la mano. Da un paso hacia atrás y me mira con seriedad.

—Pero… —intento replicar, pero no hay nada que pueda decir en este momento.

Mis ojos se cristalizan y no reprimo las lágrimas cuando Alec se despide en un murmuro y se va de mi casa.

***

Cada vez que logro cerrar los ojos esa escena me atraviesa como un cuchillo y luego sale de mí con fuerza; apuñalándome.

Han pasado días desde que Alec y yo quedamos como amigos. Solo amigos.

Y no he podido resistir las lágrimas en cualquier momento de soledad o compañía en la que simplemente me disperse y piense en él y esas palabras que se me han quedado marcadas mientras su voz era tan suave como la seda, como si confesara todo su amor por mí. Pero no, porque me dejó. Y desde entonces, no he vuelto a hablar con él.

Bret me habló hace unos días, preguntándome por qué no había venido a casa en todos esos días, que todos me echaban de menos, y también me comentó que Alec estaba raro de nuevo.

¿De nuevo?

Me remuevo en la cama, sin fuerzas para salir, pero con ganas de irme de esta habitación vacía y silenciosa. 

Aún me inquieta quedarme sola en casa o en cualquier otro lugar. Soy incapaz de ir a ningún lado sola y pensar en volver a casa después de trabajar… de noche… he vomitado tres veces estos últimos días con tan solo imaginarmelo. Pero supongo que no hay nadie que esté siempre dispuesto o pueda estar por ti, al final la única persona que siempre está contigo eres tú misma. A veces, no queda más remedio que aliarte con el miedo y continuar caminando. Porque solo estás tú y ese pavor al que tienes que hacer frente si no quieres que te engulla.

De repente alguien pica a la puerta de casa y me sorprendo a mí misma saliendo de la cama corriendo y bajando las escaleras hasta casi caerme.

Que sea Alec. Que sea Alec. Que sea Alec. Que sea Alec. Que sea Alec. Que sea Alec. Que sea Alec.

Sin embargo, abro la puerta y la sonrisa emocionada cae por completo cuando veo a Jade.

—Vaya, yo también me alegro de verte, amiga —ríe ella, pasándome de largo y dirigiéndose a la cocina—. ¿Cómo estás?

—Bien. Mejor —miento con una sonrisa fingida que cada vez me salen mejor.

—¿Segura?

—Sí. ¿Cómo es que has venido?

EL ÚLTIMO CASODonde viven las historias. Descúbrelo ahora