CAPÍTULO 9

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GRACIE

A las seis en punto de la mañana Alec pica el timbre de casa. Salgo de la cocina con prisa, donde me estaba preparando el desayuno.

Anoche, cuando me ofreció llevarme y recogerme del trabajo no pude negarme demasiado porque realmente me apetecía pasar aunque fuera ese poco rato junto a él.

Es serio, pero es... tiene algo. Su apariencia imponente y misteriosa simplemente me dan ganas de saber más de él, porque estoy segura de que no es tal y como se muestra ante mí. Y necesito que se abra conmigo porque de verdad me interesa.

-Buenos días -sonrío ampliamente cuando abro la puerta.

Alec me devuelve una pequeña sonrisa vacía comparada con las que me regalaba la noche anterior. Sin embargo, continuo sonriendo; quizás no le gusta madrugar. Pero yo no tengo la culpa de eso... él quiso hacer esto.

Lleva unos pantalones negros, una camiseta de manga corta del mismo color, una chaqueta de cuero fino y unas botas negras. El hombre de negro...

-Pasa. Estaba preparando el desayuno, ¿quieres algo?

-Pensaba que los ricos desayunaban en una cafetería de esas que les cuesta un simple café lo mismo que un pulmón.

Le hago burla mientras camino de espaldas hasta la cocina abierta al comedor. Él se sienta en la isla de la cocina mientras yo saco las tostadas y hago otro zumo.

-No abras más la boca si no es para comer -ordeno, alzando las cejas con una mueca graciosa y ofreciéndole un plato de tostadas con mermelada.

-No te diré lo mismo a ti -sonríe para sí y no se me escapa como se muerde la mejilla interior, intentando no sonreír más o imaginándose alguna cosa. Entrecierro los ojos y después cojo mi desayuno.

-¿Qué tal la noche? -pregunta él de repente. Me encojo de hombros, negándome a recordar la noche anterior, sola en casa.

-Como siempre.

-¿Siempre lloras?

Levanto la mirada y dejo el zumo un momento para fruncir el ceño, molesta y confusa.

-¿No solo me vigilas cuánto bebo si no que también me acosas por las noches?

-No me hace falta tener que acosarte para verte los ojos hinchados.

Me quedo quieta por un momento y me giro para mirar mi reflejo en la pared de mármol que decora la cocina beige. Me acerco y me inclino en la encimera para verme el rostro. ¡Qué horror!

Cojo una tostada de Alec, que acaba de terminar de untar en mermelada, y después de beber un poco de zumo subo a mi cuarto de baño para taparme las ojeras.

Cada vez que cierro los ojos la imagen de ese hombre alto y robusto de cabello negro hasta los hombros y barba sutil, con esos ojos hambrientos y carentes de sentimientos, aparecen en mi mente, atormentandome cada maldito segundo de mi día y horrorizándome cada noche.

-¿Qué haces? -doy un respingo cuando la voz ronca de Alec interrumpe mis pensamientos. Está apoyado en el marco de la puerta del lavabo, devolviéndome la mirada a través del espejo mientras pega un mordisco a su nueva tostada.

-Maquillarme. Estoy horrible -informo, continuando con mi tarea en buscar el corrector en mi bolsa de maquillaje.

-Discrepo, pero es tu elección maquillarte... -murmura y luego carraspea y vuelve a mirarme-: Vamos tarde, así que maquíllate rápido, lenta.

-¡No soy lenta!

-Sí lo eres.

-¡No, no lo soy!

-Claro -el psicópata encantador rueda los ojos y da media vuelta para marcharse.

EL ÚLTIMO CASODonde viven las historias. Descúbrelo ahora