CAPÍTULO 11

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GRACIE

Me acomodo nuevamente en la cama, tapándome aún más, sintiendo el calor y la cómoda sensación de estar entre las sábanas, con los ojos cerrados y completamente descansada.

Me estirazo, bostezando y viendo como el sol intenta colarse por las rendijas de la ventana que tengo a la izquierda. Me enrollo nuevamente en las sabanas, perezosa, estirándome por toda la amplia cama, respirando un aroma varonil, un aroma fino y elegante. Huele a... ¿por qué coño huele mi cama a Alec Foster?

Pego un salto de la cama hasta quedarme sentada. Me paso la mano por el pelo despeinado y me sobo los ojos adormilados. Cuando enfoco la vista veo que estoy en la habitación de Alec.

Mierda.

¿Cómo...? ¿Qué...?

Los recuerdos de anoche me golpean la mente y con un suspiro tembloroso me tumbo de golpe en la cama, mirando el techo y planteándome la maldita existencia. ¿En serio le pedí que se quedara a dormir conmigo como si fuera una niña pequeña? ¿En serio él me hizo caso? ¿En serio dormimos juntos y medio desnudos? ¡¿En serio?!

-Joder -murmuro mientras me levanto de la cama y comienzo a palpar el suelo en busca de mi vestido. Cuando levanto la mirada me encuentro con la silla del escritorio de Alec. Mi ropa está bien colocada encima de esta y mis zapatillas están al lado de la puerta de la habitación.

Me quedo un tiempo infinito en la habitación, sentada en la cama con la habitación iluminada a duras penas. ¿Cómo demonios se supone que tengo que salir de aquí y mirar a la cara a Alec y sus amigos?

Tierra trágame, porque si no me pienso tirar por la ventana de Alec de un primer piso.

Cuando me armo de valor, hago la cama, subo la persiana, abro la ventana y respiro hondo al menos tres veces antes de abrir la puerta de la habitación.

El pasillo es silencioso. Soy incapaz de no echar un vistazo en la habitación que está al lado de la de Alec cuando me aseguro que nadie está en la planta superior, o eso creo al menos.

La habitación es de un azul tan tan oscuro que casi parece negro. Las cosas están perfectamente ordenadas por algún que otro trasto tirado en algún rincón del suelo. Y la ventana está justo delante de la puerta, encima del cabezal de la cama.

Cuando estoy satisfecha de fisgonear, decido bajar al comedor, donde, a medida que bajo las escaleras, ya se escuchan algunas voces. Abro la puerta con cuidado y asomo la cabeza. Todos están en sentados alrededor de la mesa, desayunando con la televisión de fondo mientras conversan de alguna cosa que callan cuando me ven.

-¡Gracie! -sonríe Bret. Ryan, Steven y Damion también me saludan con simpatía. Alec, en cambio, se me queda mirando con media sonrisa y asiente a modo de saludo.

-¿Qué tal has dormido? -pregunta Alec cuando me siento a su lado y me ofrece un par de tostadas con un zumo de naranja. Justo lo que le ofrecí yo en mi casa; justo mi desayuno. Lo demás son bollos y bebidas energéticas o cafés.

-Bien... gracias por dejarme dormir aquí... -carraspeo, incómoda- em... perdón por haberte obligado a dormir conmigo y... bueno, no dejarme en mi casa.

Dios, soy pésima para dar las gracias o cualquier cosa educada y coherente. Siempre he sido pésima en ese campo.

-No tienes que agradecerme nada, Gracie -sonríe él.

-¿En serio vas a desayunar eso? Con ese cacho de pan vas a estar muerta de hambre en una hora. ¿No quieres un buen desayuno de verdad? -pregunta Ryan, señalando la mesa, ofreciendo todo lo que hay sobre ella.

EL ÚLTIMO CASODonde viven las historias. Descúbrelo ahora