Capitulo 1

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CAPÍTULO 1
Amar al hombre que no nos ama
Víctima del amor,
veo un corazón destrozado. Tienes una historia que contar. Víctima del amor;
es un papel muy fácil
y tú sabes representarlo
muy bien.
... Creo que sabes
a qué me refiero.
Caminas por la cuerda floja
del dolor y el deseo,
buscando el amor.
Víctima del amor
Era la primera sesión de Jill, y se veía indecisa. Vivaz y menuda, con rizos rubios como los de la huerfanita Annie, estaba sentada, muy tiesa, al borde de la silla, frente a mí. Todo en ella parecía redondo: la forma de su cara, su figura ligeramente rolliza y, en particular, sus ojos azules, que observaban los títulos y certificados colgados en las paredes de mi consultorio. Hizo algunas preguntas sobre mis estudios universitarios y mi título de consejera y luego mencionó, con visible orgullo, que estudiaba Derecho.
Hubo un breve silencio. Miró sus manos entrelazadas.
—Creo que será mejor que empiece a hablar de por qué estoy aquí —dijo con rapidez, aprovechando el impulso de sus palabras para ganar coraje—. Estoy haciendo esto... me refiero a consultar a una terapeuta, porque soy realmente desdichada. Es por los hombres, claro. Quiero decir, yo y los hombres. Siempre hago algo que los aleja. Todo empieza bien. Realmente me persiguen y todo eso, y después, cuando llegan a conocerme... —se puso visiblemente tensa contra el dolor que se avecinaba— ...todo se arruina.
Me miró, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas, y prosiguió más lentamente.
—Quiero saber qué hago mal, qué tengo que cambiar en mí... porque lo haré. Haré todo lo que sea necesario. Realmente soy muy trabajadora. —Comenzaba a acelerarse otra vez.— No es que no esté dispuesta. Es sólo que no sé por qué siempre me pasa esto. Tengo miedo de involucrarme en otra relación. Quiero decir, cada vez que lo hago, no hay más que dolor. Comienzo a tener miedo de los hombres.
Meneó la cabeza, sus redondos rizos se balancearon, y explicó con vehemencia:
—No quiero que eso suceda, porque estoy muy sola. En la escuela de Derecho tengo muchas responsabilidades, y además trabajo para mantenerme. Esas exigencias podrían mantenerme ocupada todo el tiempo. De hecho, eso es prácticamente lo único que hice el último año: trabajar, ir a las clases, estudiar y dormir. Pero echaba de menos el hecho de tener un hombre en mi vida.
Prosiguió con rapidez.
—Entonces conocí a Randy, mientras visitaba a unos amigos en San Diego, hace dos meses. Es abogado, y nos conocimos una noche en que mis amigos me llevaron a bailar. Bueno, hicimos buenas migas de entrada. Había tanto de que hablar... Salvo que creo que fui yo quien más habló. Pero a él parecía gustarle eso. Además, era fantástico estar con un hombre que se interesaba por cosas que para mí también eran importantes.
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Robin Norwood Las mujeres que aman demasiado
Jill frunció el entrecejo.
—Parecía realmente atraído hacia mí. Por ejemplo, me preguntó si era casada (soy divorciada, desde hace dos años), si vivía sola. Ese tipo de cosas.
Yo podía imaginar cómo debió notarse el entusiasmo de Jill mientras conversaba alegremente con Randy por sobre la música estrepitosa aquella primera noche. Y el entusiasmo con que lo recibió una semana después, cuando él hizo un viaje por trabajo a Los Angeles y lo extendió 160 kilómetros más para visitarla. Durante la cena Jill le ofreció dejarlo dormir en su apartamento para que pudiera postergar el largo viaje de regreso hasta el día siguiente. Randy aceptó la invitación y el romance se inició esa noche.
—Fue fantástico. Me dejó cocinar para él y realmente disfrutaba que lo atendiera. Le planché la camisa antes de que se vistiera, por la mañana. Me encanta atender a los hombres. Nos llevábamos a las mil maravillas.
Jill sonrió con una expresión de añoranza. Pero al continuar con su historia, resultó evidente que, casi de inmediato, se había obsesionado por completo por Randy.
Cuando él llegó de regreso a su apartamento de San Diego, el teléfono estaba sonando. Jill le informó con calidez que había estado preocupada por su largo viaje y que la aliviaba saber que había llegado bien. Cuando tuvo la impresión de que él parecía un poco perplejo por su llamada, se disculpó por haberlo molestado y colgó, pero un intenso malestar comenzó a crecer en ella, atizado por la comprensión de que una vez más sus sentimientos eran mucho más profundos que los del hombre de su vida.
—Una vez Randy me dijo que no lo presionara o simplemente desaparecería. Me asusté mucho. Todo dependía de mí. Se suponía que debía amarlo y al mismo tiempo dejarlo en paz. Yo no podía hacerlo: por eso me asustaba cada vez más. Cuanto más miedo sentía, más perseguía a Randy.
Pronto, Jill comenzó a llamarlo casi todas las noches. Habían acordado turnarse para llamar, pero a menudo, cuando era el turno de Randy, se hacía tarde y Jill se inquietaba demasiado para soportar la espera. De cualquier manera, no podría dormir, de modo que lo llamaba. Esas conversaciones eran tan vagas como prolongadas.
—Me decía que había olvidado llamarme, y yo le decía: "¿Cómo puedes olvidarlo?" Después de todo, yo nunca lo olvidaba. Entonces empezábamos a hablar de la razón por la que él lo olvidaba, y parecía tener miedo de acercarse a mí y yo quería ayudarlo a superar eso. Siempre decía que no sabía qué quería en la vida, y yo trataba de ayudarlo a aclarar cuáles eran las cosas importantes para él.
Fue así como Jill adoptó el papel de psiquiatra con Randy, tratando de ayudarlo a estar más presente emocionalmente para ella.
El hecho de que Randy no la quisiera era algo que Jill no podía aceptar. Ella ya había decidido que Randy la necesitaba.
En dos oportunidades, Jill voló a San Diego para pasar el fin de semana con él; en la segunda visita, él pasó el domingo ignorándola, mirando televisión y bebiendo cerveza. Fue uno de los peores días que ella podía recordar.
—¿Bebía mucho? —le pregunté. Pareció sorprendida.
—Bueno, no, no mucho. En realidad, no lo sé. Nunca lo pensé. Claro que estaba bebiendo la noche en que lo conocí, pero es natural. Después de todo, estábamos en un bar. A veces, cuando hablábamos por teléfono, yo oía el tintineo del hielo en un vaso y bromeaba al respecto... porque bebía solo y esas cosas. En realidad, nunca estuve con él sin que bebiera, pero simplemente supuse que le gustaba beber. Eso es normal, ¿no es cierto?
Hizo una pausa, pensativa.
—¿Sabe? A veces, por teléfono, hablaba de una manera rara, especialmente para un abogado. Parecía vago e impreciso; olvidadizo, poco consistente. Pero nunca pensé que eso sucedía porque estaba bebiendo. Creo que yo misma no me permitía pensar en ello.
Me miró con tristeza.
—Tal vez sí bebía demasiado, pero debía de ser porque yo lo aburría. Creo que simplemente yo no le interesaba lo suficiente y él no deseaba estar conmigo. —Prosiguió con ansiedad.— Mi esposo nunca quería estar conmigo... ¡eso era obvio! —Se le llenaron los ojos
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