8

0 0 0
                                    

CAPÍTULO 8
Cuando una adicción alimenta a otra
Hay mucho dolor en la vida y quizá el único dolor que se puede evitar es el que proviene de intentar evitar el dolor.
R. D. Laing
En el peor de los casos, las mujeres que amamos demasiado somos adictas a las relaciones, "hombreadictas" intoxicadas de dolor, miedo y anhelo. Como si eso no fuera suficiente, es posible que los hombres no sean lo único a lo que estamos "enganchadas". A fin de bloquear nuestros sentimientos más profundos de la niñez, algunas también hemos desarrollado dependencias de sustancias adictivas. En nuestra juventud o, más tarde, en la adultez, quizás hemos comenzado a abusar del alcohol o de otras drogas o, lo que es más típico en las mujeres que amamos demasiado, de la comida. Hemos comido en exceso o escasamente, o ambas cosas, para olvidar la realidad, para distraernos, y para insensibilizamos al vasto vacío emocional que hay en lo profundo de nuestro ser.
No todas las mujeres que aman demasiado también comen demasiado o beben demasiado o abusan de las drogas, pero para aquéllas que sí lo hacemos, nuestra recuperación de la adicción a las relaciones debe ir de la mano de nuestra recuperación de la adicción a la sustancia de la que abusamos. He aquí la razón: cuanto más dependemos del alcohol, las drogas o la comida, más culpa, vergüenza, miedo y odio por nosotras mismas sentimos. Cada vez más solas y aisladas, es posible que nos desesperemos por el consuelo que parece prometer una relación con un hombre. Como nos sentimos pésimamente con nosotras mismas, queremos un hombre que nos haga sentir mejor. Como no podemos queremos, necesitamos que él nos convenza de que somos dignas de ser amadas. Incluso nos decimos que con el hombre adecuado no necesitaremos tanta comida, tanto alcohol o tantas drogas. Utilizamos las relaciones de la misma manera en que utilizamos nuestra sustancia adictiva: para alejar el dolor. Cuando una relación nos falla, recurrimos con mayor frenesí a la sustancia de la que hemos abusado, nuevamente en busca de alivio. Se crea un círculo vicioso cuando la dependencia física con respecto a una sustancia se ve exacerbada por la tensión de una relación dañina, y los sentimientos caóticos engendrados por la adicción física intensifican la dependencia emocional con respecto a una relación. Utilizamos el hecho de estar sin un hombre o de estar con un hombre inapropiado para explicar y excusar nuestra adicción física. A la inversa, nuestro uso continuo de la sustancia adictiva nos permite tolerar nuestra relación dañina insensibilizándonos al dolor y quitándonos la motivación necesaria para cambiar. Culpamos a una por la otra. Utilizamos una para enfrentar la otra y cada vez nos volvemos más dependientes de ambas.
Mientras estamos empeñadas en huir de nosotras mismas y evitar nuestro dolor, seguimos enfermas. Cuanto más tratamos y cuantas más vías de escape buscamos, más nos enfermamos al combinar adicciones con obsesiones. A la larga descubrimos que nuestras soluciones se han convertido en nuestros problemas más graves. Al necesitar mucho alivio y no encontrarlo, a veces podemos empezar a enloquecer un poco.
—Estoy aquí porque me envió mi abogado. —Brenda casi susurraba al hacer esta confesión en ocasión de nuestra primera cita.— Yo... Yo... Bueno, tomé algunas cosas y me atraparon, y a él le pareció una buena idea que consultara a un profesional... —prosiguió en tono de conspiración—, que daría una mejor impresión cuando vuelva a la corté, si ellos creen que estoy consultando a alguien para analizar mis problemas.
Apenas tuve tiempo de asentir antes de que ella prosiguiera de prisa.
—Excepto que, bueno, ya no creo tener ningún problema. Tomé un par de cosas de una pequeña farmacia y olvidé pagarlas. Es horrible que piensen que las robé, pero en realidad fue un descuido. Lo peor de todo es la vergüenza. Pero yo no tengo verdaderos problemas, no como algunas personas. Brenda me estaba presentando uno de los desafíos más difíciles del
93

Robin Norwood Las mujeres que aman demasiado
trabajo de consejera: una paciente que no tiene motivación suficiente para buscar ayuda, que incluso niega necesitar ayuda y, sin embargo, está en el consultorio, enviada por otra persona que cree que el asesoramiento la beneficiaría.
Mientras ella conversaba sin cesar, me encontré sin prestar atención a aquel torrente de palabras. En cambio, estudiaba a la mujer en sí. Era alta, de por lo menos un metro ochenta y delgada como una modelo: pesaría como máximo cincuenta y dos kilos. Llevaba un vestido elegante pero sencillo de seda color coral profundo, acentuado con joyas de marfil y oro. Con su cabello rubio color miel y sus ojos verde mar debería haber sido una belleza, pero faltaba algo. Tenía el ceño crónicamente fruncido, lo que creaba una profunda arruga vertical entre sus cejas. Contenía mucho el aliento y las aletas de su nariz se abrían constantemente. Y su cabello, si bien cuidadosamente cortado y peinado, estaba seco y quebradizo. Tenía la piel cetrina y con aspecto de papel a pesar de su atractivo bronceado. Su boca habría sido ancha y llena, pero ella apretaba los labios constantemente, lo que los hacía parecer finos y leves. Cuando sonreía, era como si corriera cuidadosamente una cortina sobre sus dientes, y cuando hablaba se mordía los labios con frecuencia. Comencé a sospechar que practicaba vómitos autoinducidos junto con un apetito insaciable (bulimia) y/o auto inanición (anorexia), debido a la calidad de su piel y de su cabello, además de su extrema delgadez.
Las mujeres que sufren desórdenes alimenticios también tienen con frecuencia episodios de robo compulsivo, de modo que ésa era otra pista. Yo tenía fuertes sospechas de que era co—alcohólica. En mi experiencia profesional, casi todas las mujeres que he visto con desórdenes alimenticios eran hijas de un alcohólico, de dos alcohólicos (especialmente las mujeres que practican la bulimia) o de un alcohólico y una persona que come por compulsión. Los que comen por compulsión a menudo se casan con alcohólicos, y viceversa, lo cual no resulta sorprendente dado que muchas mujeres que comen por compulsión son hijas de alcohólicos, y las hijas de alcohólicos tienden a casarse con alcohólicos. La persona que come por compulsión está decidida a controlar su comida, su cuerpo y a su pareja con la fuerza de su voluntad. A Brenda y a mí nos esperaba mucho trabajo.
—Háblame de ti —le pedí con la mayor suavidad posible, aunque sabía lo que sobrevendría.
Como era de esperar, la mayor parte de lo que procedió a decirme aquel primer día eran mentiras: que estaba bien, que era feliz, que no sabía qué había sucedido en la farmacia, que no podía recordarlo en absoluto, que nunca antes había robado nada. Luego dijo que su abogado era muy bueno, como yo obviamente lo era, y que no quería que nadie más se enterara de aquel incidente porque nadie más lo entendería como lo hacíamos el abogado y yo. El halago estaba calculado para que yo me confabulara con ella en que en realidad no pasaba nada malo, para que la apoyara en su mito de que el arresto era un error, una pequeña broma inconveniente del destino y nada más.
Por fortuna, había bastante tiempo entre la primera consulta y el momento en que finalmente se fallaría en su caso, y como ella sabía que yo estaba en contacto con su abogado siguió tratando de ser una "buena paciente". Asistió a todas las sesiones, y después de un tiempo, poco a poco, empezó a mostrarse más sincera, a su pesar. Cuando eso sucedió, ella experimentó el alivio que sobreviene al dejar de vivir una mentira. Pronto, estaba en terapia tanto por ella misma como por el efecto que eso podría tener sobre el juez que oyera el caso. Cuando la sentenciaron (seis: meses suspendida y restitución total, más cuarenta horas de trabajo comunitario que cumplió en el Club de Jóvenes local) estaba trabajando para ser sincera con la misma intensidad con que antes había trabajado para disimular quién era y qué hacía.
La verdadera historia de Brenda, que al principio reveló con mucha vacilación y cautela, comenzó a emerger durante nuestra tercera sesión. Parecía muy cansada y ojerosa, y cuando se lo comenté admitió que esa semana le había costado dormir. Le pregunté qué había provocado eso.
Primero culpó al juicio venidero, pero esa explicación no parecía totalmente cierta, de modo que insistí.
—¿Hay alguna otra cosa que te preocupe esta semana? Brenda esperó un momento, mordiéndose los labios con decisión, avanzando sistemáticamente desde el labio superior hasta el inferior y viceversa. Luego dijo abruptamente:
94

Las mujeres lala Where stories live. Discover now