Pensé en escribir una historia larga y entera, pero llevaba demasiado tiempo borrando y reescribiendo, así que decidí crear este libro de One Shots que he ido escribiendo conforme la inspiración llegaba a mi y no podía incluirlos todos en una misma...
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Lo que mas odiaba de asistir a eventos era la ropa. Sí, la ropa. Si se creía que las mujeres tardaban más que los hombres en arreglarse, Katsuki Bakugo rompía todos los estándares.
No sucedía por inseguridad, Katsuki reconocía y presumía su atractivo, muy seguro de él mismo. Pero tardaba horas en elegir el traje perfecto que combinara con la corbata que quería llevar y su cabello estuviera perfecto.
Me encontraba sentada en la silla del despacho, terminando de enviar correos pendientes de mi representante, cuando la puerta se abrió con un fuerte estruendo.
Su colonia inundó toda la habitación y me recorrió un escalofrío por toda la columna, Katsuki vestido de gala era mi perdición.
Ni siquiera me hacia falta verlo, con solo imaginarlo con su sonrisa arrogante y ajustándose la corbata mi corazón latía desbocado.
—Cielo —su voz ronca me hizo dar un saltito por el susto. Mi vista seguía en la pantalla del ordenador, pero él sabía que tenía mi atención —¿Cómo está la ropa?
Carraspeé nerviosa, nunca me podría acostumbrar a esas situaciones en los que él sabia que me ponía nerviosa.
—Bien —afirmé dejando de teclear —Se ve bien.
—Hum... —lo escuché reirse levemente con aires de arrogancia. No tenía nada que reflejara mis espaldas y pudiera advertirme cuando Katsuki dio la vuelta a la silla en la que estaba sentada y me miró des de su altura.
Tragué saliva.
Agarró mi mentón obligando a subir mi mirada hasta la suya, pudiendo ver su sonrisa ladina y muy orgulloso de lo que causaba en mi.
Levantó una ceja para que respondiera, esta vez de verdad, su pregunta.
—Vas muy guapo —le sonreí y sus ojos brillaron.
—Lo sé —el egocentrismo que debía desprender esa oración se difuminó con la dulzura con la que sostuvo mi cintura hasta que estuve de pie frente a él —Tu también.
—Lo sé —respondí como había hecho él.
Rió por la nariz, negando con la cabeza. Acercó su rostro al mío hasta juntar nuestras frentes y cerró los ojos.
