Capítulo Dos

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MILA

Un calor recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. Acababa de llegar y ya estaba saliendo de fiesta. Esto no es lo que acordé conmigo misma, pero no podía decirle que no a Charlotte y su emoción por presentar a su grupo de amigos y a su novio surfista, con cuerpo tallado por los dioses y cabello digno de una publicidad de Pantene.

Mi padre me miró sin entender cuando bajamos vestidas para salir.

— No puedo decirle que no. — Susurré. — Está muy emocionada.

Cuando papá asintió, saludamos a los tres y nos fuimos.

— Vamos a divertirnos, te lo prometo. — Me miró mientras subíamos a su mommy-van gris.

Condujo unos minutos hasta llegar a la playa. Obvio que la fiesta iba a ser aquí, y yo que me la imaginaba en las afueras de la ciudad donde es tierra de nadie y los edificios abandonados son el boliche. Esas eran cosas que solo pasaban en Vancouver, ahora estaba yendo a una fiesta de personas normales, haciendo cosas normales, tratando de renacer siendo una chica normal.

— Char, puedo pedirte un solo favor — Dije antes de bajar del auto. Ella asintió preocupada. — No digas nada sobre Canadá, quiero tratar de olvidarme de eso y no me gustaría dar esa impresión desde el primer momento. Vine aquí a empezar de cero.

— No diré ni una palabra. — Guiño su ojo y bajamos.

Otra vez la brisa chocaba contra mi cara revoleando mis pelos por cualquier lado. Opté por ponerme un vestido corto y ajustado al cuerpo color verde esmeralda. Hacía juego con mis ojos. Me maquillé un poco antes de salir, la cara al natural y los labios violeta oscuros.

La arena entró en mis zapatillas Vans negras. El ruido de la música se escuchaba cada vez más cerca, acompañada de bullicio.

Mi corazón se aceleró, hacía mucho tiempo no iba a una fiesta y me daba miedo reencontrarme con la Mila del pasado. Sin embargo, eso no hacía que pierda la confianza en mí, ni me muestre como una chica tímida.

Yo era lo contrario a eso; con un humor agrio, sin miedo a decir lo que pensara, impulsiva, competidora, confianzuda, a veces charlatana y otras veces seria. Bueno, casi siempre con cara seria, pero una vez que entras en confianza muy simpática. Sobreprotectora con las personas que quiero, dispuesta a morir por quien amo.

Fuimos pasando agarradas de la mano entre las miles de personas que había. Y, como imaginaba, todo el mundo saludaba a Charlotte. Yo trataba de sonreír amablemente, aunque no me destacaba por eso. Caminamos con arena entre los pies hasta llegar a un grupo de chicos altos, musculosos y bronceados. Todos tenían una lata de cerveza rubia en la mano.

Charlotte los presentó, eran todos aun más guapos que en las fotografías. Su novio se llama Beck, rubio de ojos azules y con un cuerpo tonificado. Luego sus amigos: Aaron, el pelinegro moreno con algunos tatuajes, Jackson, parecido a Aaron, pero con tez más pálida, y por último, Amber, la mejor amiga de mi prima. Pelirroja, blanca a pesar del sol de California y con pecas por todo el cuerpo. Sus ojos verdes brillaban con la luz, eran un poco más claros que los míos.

— Ella es mi prima, Mila. — Me agarró de la mano. — Acaba de mudarse a California.

Todos fueron muy simpáticos conmigo. Me integraron al grupo como si formara parte desde siempre.

Traté de no beber mucho durante la fiesta, aunque los cigarrillos de tabaco con sabor a menta nunca podían faltar. Una maldita adicción, la única que no había podido dejar. Me relajaba mucho, con cada pitada mi cuerpo bajaba mil cambios. Encontré un poco de placer en los cigarrillos, sobre todo en los que me fumaba luego de cenar y en los que acompañaba con alcohol.

De hecho, ahora mismo estaba traspasando la línea de bebida alcohólica que podía tomar durante la semana. La copa de vino tinto en el avión habría sido suficiente. Sin embargo, estoy en una fiesta... no debería ser tan dura conmigo.

Acepté el primer trago que Aaron me trajo, el chico parecía estar embobado conmigo. Todos eran adorables, pero él resaltaba entre los demás, era muy atento. No estás acostumbrada a estos tratos, me dije a mi misma, no te emociones mucho porque en dos semanas estarás fuera de esta ciudad. Y ellos volverán a su Universidad.

Me quedé platicando toda la noche con él, mientras los demás hacían payasadas de ebrios. Las carcajadas nuestras se escuchaban más altas que la música. No estaba acostumbrada a esta vida tan normal.

Charlotte y Beck estaban besándose en la piscina. Jackson hablaba con un par de chicas y Amber ya no estaba cerca nuestro.

Nos sentamos en la arena a mirar como las olas del mar rompían en la orilla, un poco más lejos de la gente. No me daba miedo estar platicando con él a solas, pero un siento nerviosismo se asomaba desde lo más profundo de mi.

— ¿Tienes tatuado a tu perro? — Le pregunté mirando tiernamente su brazo. Un perro de raza Golden estaba dibujado en su musculoso y perfecto brazo.

Una mirada nostálgica se reflejó en sus ojos.

— Se llamaba Sam, murió hace un año. — Se encogió de hombros. — Él me acompañaba a surfear siempre, fue un obsequio cuando cumplí 14 años, fuimos inseparables desde el primer momento que nos vimos.

— Lo lamento. — Apoyé mi mano en su pierna. Gracias al alcohol el frío había desaparecido. — Yo tengo un perrito, pero mi madre se lo llevó con ella a Londres, se llama Buddy. Así que creo que ya no es más mío, sino de ella.

Sonreí tristemente sabiendo lo mucho que significaba Buddy para mi, lo mucho que lo echo de menos y lo mucho que lo necesité durante mi rehabilitación. Con él a mi lado todo hubiese sido más fácil, por eso compadezco a Aaron.

— Ya podrás adoptar otro cuando te mudes a San Francisco. — Dijo con una sonrisa. — Hay muchos perros abandonados esperando un hogar, si quieres puedo presentarte con personas que trabajan en refugios.

Asentí sonriendo. ¿Quién era este chico? Surfer, cara de ángel, con personalidad de madre Teresa de Calcuta, queriendo ayudar a refugios de perritos. No podía ser tan perfecto.

— Tu personalidad no coincide mucho con tu pinta. — Dije riendo y me arrepentí al instante. Me excedí de confianza. — Perdón. — Me tapé la boca riendo.

— ¿Cual es mi pinta? — Me miró divertido.

— Ya sabes... — Dudé un poco de mi misma. — Los tatuajes, el cuerpo, ojos oscuros, como un chico rebelde.

Se parecía mucho a los chicos con los que solía juntarme. Lamentablemente no eran ni tan atentos, ni tan amables, como estaba siendo Aaron. Solo buscaban una cosa: acostarse conmigo o con cualquiera. A pesar de lo rebelde que era, no anduve con ninguno. No calmaba mi ira revolcándome con un chico, mi cerebro no funcionaba así. Estaba perdidamente enamorada de Dean, la persona más violenta de Canadá.

Aaron parecía divertirse con la situación.

— Si quieres puedo serlo.

— Ya estuve con alguien así, no sale nada bueno de eso. — Me sinceré y prendí el quinto cigarro de la noche.

— ¿Una de las razones por las que viniste aquí fue por eso, cierto? — Su pregunta me incomodó.

— Si, algo así. — Claro que fue una de las mayores razones, pero hace mucho no pensaba en Dean, casi que me había olvidado de su existencia. — Quiero empezar de cero, olvidarme de mi vida en Vancouver.

Apoye mi cabeza sobre su hombro, el alcohol me inhibe la vergüenza, aunque luego de hablar tanto creo que ya me sentía lo suficientemente cómoda.

— La pasaremos bien estas dos semanas entonces. — Apoyó su mano en mi muslo y comenzó a acariciarme con sus dedos.

En un rápido movimiento ya estábamos besándonos. Apagué el cigarrillo contra la arena. No sentía mariposas en el estómago, no sentía nada, pero me gustaba estar en esta situación.

Ni había pasado un día desde mi llegada a Los Ángeles que ya estaba besándome con un tipo. Dios santo.

Que brillante eres, Mila.

¿Charlotte estará de acuerdo con esto? Pensé.

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