Capítulo Tres

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MILA

Mi vida en Los Ángeles estaba cambiando rotundamente, no podía estar tan agradecida y feliz. Parecía un sueño, por momentos no se sentía real. No entiendo que había hecho para estar mereciendo esto, si los últimos tres años habían sido un agujero negro para mi. Tendría que haberme muerto y dejar a todo el mundo vivir en paz.

Mi piel empezó a dorarse gracias a pasar todo el día en la playa con mi prima y sus amigos. Eran buenos surfers, pero yo no entendía nada de ese mundo. El agua del océano me daba pánico, apenas podía pisar la orilla.

Aaron, siendo tan buen chico como siempre, quiso enseñarme algunas cosas básicas del surf. Apoyaba su tabla en la arena y me mostraba los movimientos que había que hacer dentro del agua. Cómo remar, cómo pararme, un poco del equilibrio y demás.

Me la estaba pasando de maravilla. Un sentimiento de nostalgia se cruzaba por mi mente cuando pensaba que en pocos días me tendría que despedir de ellos otra vez. No nos volveríamos a cruzar hasta las vacaciones.

Sacaba fotos de los chicos haciendo payasadas todo el día. Por fin recuperaba el tiempo y a la Mila de hace cinco años atrás, la que tenía buenas juntas y no muchos problemas. La que acompañaba a su padre a ver cómo estaban quedando sus hoteles y se creía experta en diseño de interiores. El hotel de Los Ángeles abriría sus puertas dentro de tres meses, faltaban los detalles finales.

Por otro lado, Aaron y yo teníamos muy en claro que nuestra relación a distancia no iba a funcionar, así que decidimos ser amigos... amigos con derechos. Él se centraría en finalizar la carrera de programación y yo en mi máster de fotografía, pero prometimos enviarnos mensajes todos los días. Al igual que con los chicos, había formado una hermosa relación. Me hubiese encantado conocerlos en el momento indicado, aunque no creo que fuesen muy distintos a mis amigos del Instituto de Vancouver, ellos tampoco iban a poder frenar mi autodestrucción.

— El fin de semana haremos una fiesta de despedida, para que nos recuerdes siempre. — dijo Jackson a punto de largarse a llorar. Era tan divertido, tan gracioso, un perfecto mejor amigo.

Largue una carcajada.

— Pero si no vamos a vernos por unos meses, cuando ustedes regresen y yo termine mi master nos volveremos a reunir.

— Es cierto, todo volverá a ser como ahora. — agregó Charlotte.

— ¿Qué puede pasar en tan solo unos meses? Nada. — Aseguró Amber.

Si supieran lo mucho que alguien puede cambiar, en que a veces las cosas no salen como te las imaginas... La vida te está poniendo a prueba en cada paso que das, tu decides que camino seguir.

Días más tarde organizamos nuestra despedida. La casa de mi tía estaba repleta de cortinas brillantes, globos de helio plateados por doquier, comida y tortas. Todo el grupo había venido, también mis tíos y mi padre... porque bueno, vivían aquí. Las risas no faltaron, recordamos algunas anécdotas que nos quedaron de estas dos semanas.

Como cuando a Amber se le metió un cangrejo bebé en la parte inferior de su bikini y tuvo que llamar al guardavidas de la playa para que la ayude. El chico parecía ser novato en el trabajo y terminó dejándola desnuda frente a toda la playa.

Cuando la barbacoa estuvo lista, me senté al lado de Aaron para disfrutar de la última cena por unos cuantos meses. Su mano se apoyó en mis muslos tiernamente. Él no quería irse, pero teníamos ciertas prioridades antes que nuestra no-relación.

Papá estaba tan contento, sonreía y se reía al apar nuestro. Estos últimos años había sido un dolor de cabeza para él, era la primera vez que lo veía tan relajado. Ya no preguntaba en dónde estaba, si había comido, si necesitaba que pasara a buscarme o simplemente si estaba bien. Porque se notaba en mi cara y en mi ánimo que estaba pasando de lo mejor, sin embargo algo dentro mío no estaba de acuerdo con todo esto. Traté de ignorar esos pensamientos intrusivos.

Cuando la cena finalizó, Aaron y yo decidimos dar un paseo por la playa mientras los chicos jugaban al marco-polo en la piscina de la casa de Charlotte.

Comenzaba a gustarme su compañía, me hacía sentir bien. Se encargaba de halagarme, preguntarme como estaba, invitarme a tomar un helado o dar una vuelta en su Sheep playero. Sin siquiera tener una idea de todo lo que me había sucedido en Canadá. No tenía mucha confianza con los hombres desde lo que pasó en Vancouver, solo con mi padre, pero Aaron había pasado una de las tantas barreras que yo había puesto, con eso era suficiente. Pero estas actitudes que salían naturalmente de él era algo que nunca había visto en nadie.

Y era hermoso.

Sin embargo, mi corazón no podía abrirse. No sentía mariposas en el estómago, ni tanta emoción al verlo, podía descansar sabiendo que él tal vez estaba de fiesta o en otro sitio que yo no sabía, no me daba ansiedad. Podía dormirme sin pensar en él y pasar días sin verlo.

Definitivamente no estaba enamorada del hombre perfecto con el que me había cruzado. Me juzgaba a mi misma por desaprovechar la oportunidad, pero al mismo tiempo quería enfocarme en sanar sola y focalizarme en mis estudios; algo que me causaba una excitación impresionante.

— Gracias por todo, A. — Le dije besando su mejilla tiernamente. — Nos veremos en unos meses. — Sonreí.

— No permito que te olvides de mí, Mila. — Dijo señalándome, divertido. A diferencia de mí, él estaba un poquito enamorado.

— Prometimos hablar todos los días, quiero saber como te va en tu último año. — Ahora yo lo señalaba mientras reía.

Levantó sus manos rendido y me besó por última vez.

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