CAPITULO 4

79 5 0
                                    

— ¿Mantenerme alejado? —me preguntó él con cuidado. —No lo creo, nena. He estado lejos demasiado tiempo. ¡Eres mía Natasha! -Gruño- y voy a demostrártelo. Toda mía. Mía de cada manera posible, y antes me condenaré que dejarte que sigas negándolo.

Al escuchar esas palabras que venían de su excitada y ronca voz me dispuse al colgar el teléfono y me dirigí a irme de una buena vez a la casa de mi padre.

Mi madre me esperaba cuando baje las escaleras con la maleta en la mano. Melanka [mi madre] era una mujer muy guapa y delgada, con cabello castaño y agudos ojos color avellana.

—Así que te vas —me reclamo al ver mi maleta, que deposite junto a la puerta principal—Pensaba que tendrías más orgullo, Natasha.

Apreté mis labios luchando por evitar una respuesta sarcástica. —Esto no tiene nada que ver con el orgullo, mamá —dije suavemente. —Él todavía es mi padre.

—El mismo padre que destruyó a tu familia. Que se aseguró que perdieses la casa en la que te habías criado. El mismo padre que se casó con la puta que significaba más para él que tú.

Mi pecho se tensó de dolor y furia. Ya no era una niña, y podía ver con claridad por qué mi padre no había sido capaz de continuar al lado de mi madre. Sólo tenía en cuenta un punto de vista, y ese era el mío.

—Se preocupó por nosotras, mamá —le indique. —Incluso después del divorcio.

—Como si tuviese otra opción —. Ella cruzó sus brazos sobre su pecho mientras su mirada llena de odio se fijaba en mí.

—Sí, mamá, tuvo otra opción cuando yo cumplí los dieciocho, Pero creo que todavía te envía dinero y te proporciona lo que puedas necesitar, tal como hace conmigo. No tiene por qué hacerlo. –exclame en defensa de mi padre

—El dinero de la conciencia —escupió mi madre, con su bonito rostro retorcido de furia y amargo odio. —Sabes que hizo mal, Natasha Nos echó...

—No, tú elegiste marcharte, si recuerdo bien —

La discusión nunca acababa. Nunca tenía fin. Me sentía como si continuamente pagase por las elecciones de mi padre porque mi madre no tenía modo de hacerle pagar a él.

—Es un depravado. Como si tú necesitases pasar una semana en su casa —.mi madre se sacudía de furia, con el desprecio impreso en cada palabra que salía de su boca. — Esas fiestas que da son excusas para las orgías, y esa esposa suya...

—No quiero oírlo, mamá.

—Crees que tu padre y su nueva familia son tan respetables y amables, crees que no sé como mirabas al hermano de ella. Que no sabía lo de las flores que te envió el año pasado. Son monstruos, Natasha — me apuntó con un dedo delgado y acusador. —Depravados y sin conciencia. Te convertirán en una zorra.

Había sentido mi rostro en llamas. Había luchado durante años para ocultar mi atracción por Dimitri. Había escuchado todos los rumores sobre sus proezas sexuales de las que tan frecuentemente se chismorreaba.

—Nadie puede convertirme en una zorra, mamá —dije entre dientes. —Tal como no hay forma de que tú puedas cambiar el hecho de que tengo un padre. No puedo ignorarle o pretender que no existe, y tampoco quiero hacerlo.

Me enfrente a mi madre, sintiendo el mismo horrible miedo que siempre me llenaba ante el pensamiento de enfurecerla o de desagradarla de alguna forma. Pero me enfrente a mi miedo y sentí su propia furia creciendo dentro de ella.

Durante muchos años había intentado compensarla por el divorcio que mi padre, de alguna manera, había forzado. Sabía que mi padre se había echado la culpa por ello. Tal como mi madre había jurado una completa inocencia. Y comenzaba a preguntarme si alguno de ellos me diría alguna vez la verdad.

—Terminarás como él —me acusó con sus ojos estrechándose de odio.

—Volveré a casa dentro de una semana, mamá —dije, recogiendo mi equipaje.

Aunque en el fondo de mi mente sabía que no volvería. Había evitado el sentimiento de culpa y el miedo de fallar en algo a los ojos de mi madre. Aunque solo ahora me daba cuenta de que nunca conseguiría su aprobación. Luchaba una batalla perdida. Una batalla que ya no deseaba ganar, para empezar.

Todavía temblaba cuando entre en la amplia avenida de entrada de la casa de mi padre. Las sombras de la tarde invadían la majestuosa mansión virginiana, derramándose sobre la casa y el arbolado patio circundante. El trayecto desde Nueva York no había sido duro, pero mi estado de nervios me había dejado exhausta. Definitivamente no estaba preparada para enfrentarme a Dimitri. Mi rostro se encendió ante el pensamiento. Intente no pensar en la llamada de esa mañana o en el núcleo de calor que había dejado palpitando en mi interior.

Casi había sido suficiente para hacerme dar la vuelta varias veces y regresar a la cómoda y segura vida en la casa de mi madre. Lo habría hecho, hasta que pensé en mi madre quien temía demasiado el mundo como para sacar la cabeza de sus libros y ver las cosas que se perdía. Había perdido a mi padre años antes de su divorcio por su aversión a las demandas sexuales de él hacía, me había contado a menudo mi madre lo asqueroso y vergonzoso que consideraba el sexo.

Yo no quería envejecer sabiendo que había dejado pasar las cosas emocionantes de la vida. No quería pasar toda mi vida suspirando por lo que más había necesitado y que había dejado escapar. Pero tampoco deseaba que me rompiesen el corazón. Y tenía la sensación de que Dimitri podría rompérmelo.

TERRIBLE TENTANCION...!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora