Rosas rojas y zafiros: I

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A veces no sabes de quién te enamoras. La razón puede ser encontrada de forma lógica si uno se esfuerza, tal vez con un poco de terapia. Para las personas que creen en el destino, saben que no se trata de estar con alguien por siempre, sino de estar con alguien en el momento adecuado de su vida. Después de eso, parece tener sentido haber estado con esa persona en aquel momento, pero sería absurdo estar con ella en el presente. O eso es lo que Seiya pensó. Enamorarse de Serena Tsukino fue el transcurso lógico de los hechos

Ella... tan linda, tan graciosa, tan gentil...

Tal vez era porque quería protegerla. Tal vez porque él necesitaba proteger a alguien. Porque extrañaba a su princesa o tal vez porque Serena, sin darse cuenta, se aferró a él y Seiya, en su necesidad de poder salvar a alguien luego de que no pudiera salvar su planeta, decidió tomar su mano y no soltarla.

Ahora tiempo después, mientras se dice que la extraña, no puede estar muy seguro de que sea cierto.

Regresar a ese planeta después de más de una década, era extraño. Las cosas habían cambiado. Tokio parecía sacado de una de las películas de ciencia ficción que Taiki se negaba en admitir que le gustaban (La ciencia no es lo mismo que la ciencia ficción, Fighter"). Pero Seiya también sabía que la ciencia ficción se acercaba mucho a la filosofía que a su hermano tanto le gustaba, al igual que lo hacía la poesía. Como dos caras de la misma moneda.

Todo tan humano.

Las preocupaciones por encontrar el significado de la vida.

La razón de las cosas.

Si bien Seiya conocía las razones de su anterior enamoramiento, no podía decir que supiera porque tuvo que regresar a la Tierra después de tantos años. No cree que tuviera que regresar para "curar sus heridas" y mucho menos para "cerrar círculos", porque, después de todo ese tiempo, él debería estar bien. Y así lo habría jurado hasta que regresó.

—¿Todo en orden?

Yaten lo miraba enfrente de él. Yaten era divertido. Desinteresado por las cosas externas, preocupado sólo por sus intereses. Yaten era diferente. Si bien no era malo, era lo que todos considerarían egoísta, porque haría todo para cuidar de lo que le importaba. Un planeta, una mujer, el recuerdo de unos ojos azules, guardado en su memoria, protegido del rencor y del olvido.

Luego estaba él, al que no le interesaban los misterios de la vida y que tampoco era egoísta. De serlo así habría regresado hace mucho tiempo, habría luchado un poco más. Pero no quería conflictuarla, no quería mover su mundo, así que se retiró con una sonrisa en el rostro, para que los dos estuvieran tranquilos.

Era claro que no había funcionado, si ahora estaba ahí.

Estaba nervioso. No sabía cuánto podría durar el amor. No sabía si todavía lo sentía. No sabía que encontraría luego de que la viera.

—¿Debería buscarla? 

Yaten se acercó a él y le apretó el hombro. Seguramente él tendría sus propias preguntas sobre ese viaje, como para, además, tener que solucionarle la crisis nerviosa por la que ahora atravesaba. Se miraron por unos segundos y Yaten regresó a su habitación.

Seiya se quedó en la sala de estar del departamento más alto de la ciudad, si hubiese mirado por la ventana habría visto que todo parecía pequeño desde ahí, pero él que había viajado entre galaxias, que era una estrella en el infinito, no podía más que sentirse pequeño. Eso por un segundo le hizo pensar que tal vez, sólo tal las cosas no eran demasiado malas.

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Mina suspiró por cuarta vez en ese minuto. Era absurdo. Tenía una vida tranquila. Cómoda. Era la líder de las scouts y era lo suficientemente lista para admitir que a veces lo odiaba. Odiaba todo. Así, sin más. Con esa crudeza que a ella misma le hacía querer gritar, salir corriendo y no esperar que sus amigas le dijeran "¿Estás bien, Mina?" Justo como en ese momento, en el que sólo se limitaba a suspirar, mientras pensaba "¿Qué estoy haciendo aquí?"

Entre joyas y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora