Rosas rojas y zafiros: II

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Mina se miró al espejo por segunda ocasión en los últimos diez minutos. Todos los vestidos eran igual de... blancos, sí, blancos, no encontraba nada en su armario que se viera colorido, a excepción del listón rojo que ahora usaba de diadema. Ni siquiera sus accesorios parecían resaltar mucho, todos eran dorados, todos combinaban muy bien con el palacio, con la persona que era ahora.

¿Y quién eres Minako?

Preguntó mirándose en el espejo. Su reflejo le regresaba la imagen que había visto siempre. La verdad es que ella no notaba ningún cambio, aunque no significaba que no los hubiese tenido o que el tiempo no hubiera pasado, porque lo había hecho sin duda. Su armario era una prueba de ello.

Si su Mina de los 16 años, le dijera como se vería más de diez años después, probablemente no lo creería. Suspiró. Otra vez pensando en su yo adolescente. Por su puesto que lo hacía, desde que se había reencontrado con los hermanos Kou hace algunas semanas la vida tenía una vaga esencia de su juguetona juventud.

Por las tardes les llevaba acomida de algún restaurante, segura de que no habían comido, demasiado ocupados por establecerse o comenzar una vida—"buscar un propósito", había dicho Taiki en voz baja—.

La primera vez que había salido del Palacio para verlos, se preguntó si era lo correcto y se dijo que eran unos viejos amigos y que, si bien venían de otro planeta, eso no significaba que ella no pudiera ser una buena anfitriona, después de todo, en ese momento estaba a cargo. Su estómago rugió cuando en su mente comenzaba a formarse la imagen de Haruka, así que se encaminó a comprar la comida para todos. Con sorpresa se dio cuenta de que recordaba cada uno de los gustos que ellos tenían, cualquier comida balanceada para Taiki, filete mingón con salsa bernesa para Yaten y una pizza con doble queso y una malteada de fresa para Seiya.

Ese día, luego de convencer al portero que la dejara pasar para sorprender a sus viejos amigos, se encontró en el elevador esperando que ellos la dejaran pasar.

—¡Minako! —la recibió Seiya en ropa deportiva y el cabello alborotado, como si hubiese pasado sus dedos por él miles de veces, su apariencia relajada contrastaba algo con los atuendos vaporosos con los que solía andar Mina—¿Cómo sabías que me estaba muriendo de hambre?

Yaten y Taiki salieron de sus habitaciones luego de escuchar lo que parecían ser unas risas. Cuando entraron al comedor, Mina, con las mejillas sonrosadas, miraba a Seiya que se dirigía a la cocina.

—Mina, nos ha traído comida—señaló el pelinegro cuándo notó a sus hermanos.

—Deberías ser más modesto al aceptar las cosas, Seiya.

—Pero ya la trajo. Si le digo que no era necesario, estaría mintiendo y a ella no le gusta que le digan mentiras ¿No es así?

Seiya la miró como quien sabe que tiene la razón y ella asintió evadiendo sus ojos. Comenzando a sacar la comida de las bolsas y a invitar a Taiki y a Yaten a que se acercaran a la mesa a comer.

—Gracias, Minako, has sido muy amable. — dijo Taiki sonriendo al ver lo que parecía ser un sándwich con un montón de vegetales.

—No debiste traerle nada a este sujeto que seguramente ni las gracias te ha dado—dijo Yaten que miraba a su hermano menor tomar una rebanada de pizza.

—Te equivocas, enano—dijo Seiya con una sonrisa inclinada y luego se giró a ver a la rubia que terminaba de colocar algunas servilletas en la mesa—en realidad ya le agradecí—Seiya y Mina se miraron sonriendo.

Yaten notó que Mina se sonrojaba y daba una mordida a la rebanada de pizza que le había quitado a Seiya. Ambos sin decir nada, parecían ajenos a lo que los rodeaba.

Entre joyas y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora