One Shot
En un pueblito escondido a la orilla del mar, yace una historia igual de perdida que el mismo pueblo. Si te detienes y preguntas en los pequeños puestecitos comerciales, te guiaran al centro de la ciudad, en un caminito que hace tiempo atrás un bello joven atravesaba para llegar al mirador principal.
Desde ahí se puede ver el oleaje, parte del pueblo, la puesta de sol escondiéndose tras su vestido azulado, las montañas verdosas que rodean el lugar, creando así, un paisaje casi encantado.
Y el amable anciano de ese maravilloso mirador, te dirá que en otros tiempos cuando su padre vivía contaba que, desde la banca de ese lugar, el joven se sentaba a recitar; Vocecitas en la orilla del mar. Que hace algún tiempo, me vinieron a acompañar.
Su nombre recordado sólo por los pueblerinos. Se llamaba Dan, contaban - según unos - el chico vivía y trabajaba en la casita más alejada junto a su abuela. Ella hacía hermosos tejidos de lino y algodón, y él recorría el pueblo entero vendiéndolos. Su premio del día - decía él - era llegar a la orilla del mar, maravillarse de todo lo que lo rodeaba y fantasear con navegar sobre las aguas.
Una mera fantasía que lo llevaría a recorrer cada vez más y más una distancia más larga.
Y un buen día de todos esos andares, se vio al muchacho llegar con muchos tesoros del mar. Inmediatamente fue rodeado por trabajadores pesqueros y señoritas interesadas en el fulgor que emitían las preciosas caracolas y los brillantes y extravagantes corales.
Pero Dan sólo sonrió, le regalo unos cuántos a los niños y niñas que miraban asombrados el reflejo de ellos, y se marchó a casa.
Hubo algunos que quisieron seguirlo, pero parecía que a cierta distancia el chico desaparecía y lo perdían de vista. A veces regresaba con uno que otro regalo, otras veces no llevaba nada, pero siempre tenía una sonrisa ligera enmarcada en su rostro.
Los niños lo empezaron a seguir cuando caminaba por el pueblo vendiendo los tejidos de su abuela. Le hacían compañía, en su mera curiosidad e inocencia de un niño, amablemente le preguntaban si había encontrado el botín de algún pirata. Dan reía, les seguía el juego y después negaba en silencio, en alguna jornada de trabajo, detuvo su andar, inclino la cabeza para mirarlos enternecido de todos esos cuentitos y finalmente respondió; Me los regalo un amigo.
Los niños lo tomaron muy bien, preguntaban si algún día se los presentaría para jugar con él o si podrían tener algún día un obsequio de su amigo especial. Los adultos, por el contrario, estaban un poco disgustados. Los hombres veían al chico ser de naturaleza amable y compartida, así que estaban un poco exasperados al no recibir respuesta del paradero de sus brillantes artefactos, las mujeres (en su mayoría madres) no encontraban un bien a sus cuentos y disparates que sólo alimentaban a sus hijos a perderse y adentrarse en el mar buscando a su "propio amigo especial" para jugar.
Y las habladurías no pararían, porque después de acompañar a la marea por el día, empezó a ir también por la noche. Se le veía bajar desde lo alto de su cabañita descalzo y ameno, hasta abajo donde sin ver, sus pies tocaban la arena, y caminaba con tal seguridad como si sus pasos estuviesen protegidos por la mismísima tierra, tal vez así era... porque siempre que creían que el chico se perdería entre la oscuridad y el sonido de las olas, llegaba antes del alba, sonriendo, tranquilo y en paz.
Se siente sólo.
Respondió simplemente cuando las personas le decían que no se arriesgara a perder su vida yéndose de noche, y tampoco entendían el por qué lo hacía. Su respuesta los dejo confundidos y perdidos...
¿Quién se sentía sólo?... ¿el mar?... ¿él?... ¿el amigo imaginario que le inventó a los niños?
Las respuestas no llegaban, y en cambio las preguntas se anidaban cada vez más y más en la mente de los habitantes. ¿Había algo en sus conversaciones cortas y en su vida de lo que se estaban perdiendo o él ya había perdido la cabeza?
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