LABIOS ROTOS [Shadonic]

[1] Androfobia: Poco a poco

Descendió lentamente hasta tocar el suelo, aún envuelta en su transformación dorada. La luz brillante emanaba de su cuerpo, iluminando cada rincón del lugar. Entre sus brazos sostenía al erizo azul, inconsciente y con un aura tenue. A pesar de su estado, Sonic aún respiraba. Imposible no perderse en los ojos del azul cobalto, ahora cerrados en un sueño profundo. Su rostro, antes luminoso, estaba apagado y magullado, con golpes, heridas y ojeras oscuras que resaltaban en su piel. La ligereza de su cuerpo era impactante, la falta de peso evidente a simple vista. Sonic estaba completamente mal.

La suerte jugó un papel crucial en el rescate de Sonic. De no haber llegado a tiempo, el héroe habría perdido la vida. El rescate había sido una operación larga y ardua, meses de búsqueda y largas horas de rastreo. Finalmente, lo encontraron en una prisión espacial, en un estado deplorable. Su cuerpo, antaño fuerte y vibrante, ahora era una sombra pálida y demacrada. Verlo tan débil e indefenso era una imagen que jamás se borraría de su mente.

Los gritos de sus amigos resonaron en el espacio cuando lo vieron llegar. Todos corrieron a recibirlo, impactados por el estado de Sonic. No cabía duda de que había sido una tortura para él sobrevivir en esa cárcel.

"¡Rápido, llévenlo dentro!", ordenó el joven zorro con voz desesperada. Knuckles tomó al erizo en sus brazos y lo llevó a toda prisa al taller de Tails.

En cuanto el ligero peso de Sonic se fue de sus manos, una extraña sensación recorrió su espalda. Algo no encajaba, pero no podía precisar qué era. Vio cómo todos se alejaban, no sin antes recibir una mirada agradecida de Amy.

Gracias a Shadow, Sonic estaba de vuelta en casa.

Habían pasado semanas desde el fatídico suceso. El regreso de Sonic era casi un milagro, pero la alegría del reencuentro se vio empañada por la dura realidad. Tras tres días inconsciente, el erizo azul despertó para comprender que por fin había escapado de las garras de sus captores.

Lloró desconsoladamente, sus ojos ardían por las lágrimas y sus gritos escalofriantes rompían el silencio. Las horas del baño se convirtieron en un tormento, pues le aterrorizaba verse en el reflejo. Y no solo eso, ahora también le temía a los hombres.