Capítulo 7- Orgullo y prejuicio (I)

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El viento susurraba con delicadeza, transportando las hojas doradas que caían en cascada desde las copas de los altos árboles hacia el suelo del apacible cementerio. Bajo la cálida luz del sol, un joven de cabello negro caminaba con serenidad por los senderos de grava que serpenteaban entre las tumbas, sosteniendo con reverencia un ramo de delicadas flores blancas. Sus ojos reflejaban una mezcla de melancolía y cariño mientras avanzaba con paso firme.

Finalmente, el joven se detuvo frente a una lápida donde descansaban los restos de alguien llamado Pimchanok Sukhumpantanasan. Con un gesto respetuoso, colocó el ramo con cuidado sobre la tumba y encendió un incienso, dejándolo en el centro como ofrenda. Alzando la mirada hacia la lápida, se sumió en un silencio profundo, permitiéndose conectar con la tranquilidad del lugar, solo interrumpida por las suaves ráfagas de viento que acariciaban los árboles cercanos.

Después de un instante, el joven dejó escapar una exhalación profunda y una cálida sonrisa curvó sus labios. —Ah... maldita anciana— susurró con voz suave. —Tienes suerte que aun después de todo este tiempo, no pueda evitar recordar tu cumpleaños. Seguro que estás siendo consentida y celebrada en algún maldito lugar en este momento. O tal vez, quién sabe, has reencarnado en un animal venenoso; eso sería lo más adecuado para alguien como tú— añadió con una leve risa.

Con la sonrisa desvaneciéndose gradualmente de su rostro, el joven que se encontraba frente a la tumba era Perth. Vestía ropas oscuras, y su semblante mostraba una profunda conmoción. Sus ojos se posaron con dolor en la lápida ante él. Era evidente que estaba reviviendo momentos que lo afectaban profundamente.

—¿Sabes?— comenzó a decir con voz entrecortada, mientras luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con escapar por sus mejillas. —Mi mente todavía retiene esos recuerdos de mi vida en los que me sentía desprotegido, abandonado y completamente solo— sus palabras fluían con sinceridad, despojadas de cualquier resentimiento, solo una necesidad de expresar lo que llevaba en su corazón.

—Fuiste una maldita, pero una maldita que me enseñó a no dejarme vencer, sin importar qué. ¡Muchísimas gracias, abuela!— exclamó en un estallido de risa, encontrando un momento de alivio en medio de la tensión. —No sabes cuántas cosas he logrado en mi vida gracias a tus consejos.— añadió con una sonrisa fingida, rememorando los momentos crudos junto a su abuela.

—Me hubiera encantado que hubieras sido más afectuosa conmigo en aquellos momentos en los que me sentí tan vulnerable, poder sentir tu afecto y aquellas palabras de aliento.— comentó, frotando suavemente su brazo. —Lástima que lo único que me queda de tu existencia sea esta maldita cicatriz.

Con un suspiro profundo, Perth reveló una cicatriz en su brazo. Aquella marca física desencadenó una avalancha de recuerdos que comenzaron a inundar su mente. Los momentos pasados se desplegaron ante sus ojos, como si el tiempo se hubiera desdoblado y lo transportara a esas experiencias una vez más.

———

Con fuerza, golpes intermitentes resonaban en la penumbra de aquella lúgubre habitación, envuelta en un desagradable olor a humedad. La figura de una mujer de edad avanzada se cernía sobre Perth, sosteniendo una vara de madera que impactaba con fuerza en su frágil cuerpo, haciéndolo sollozar de dolor.

—¿Por qué dejaste que te golpearan?— exclamó la mujer con voz ronca y enojada, mientras descargaba su furia en el trasero del chico castaño, quien permanecía inclinado y vulnerable ante la agresión.

El sonido de los golpes resonaba en la habitación, y Perth apretaba los dientes, resistiendo el dolor físico y emocional que le infringían. Cada golpe parecía reflejar años de desprecio y abandono por parte de su abuela.

Sadness (OhmNanon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora