II. Vértigo

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Entrenar en el gimnasio era algo que siempre me hacía sentir bien; pocas cosas me gustaban tanto como una buena mañana de actividad física.

Había agarrado el hábito de entrenar recién hace un año. Iba tres veces por semana al gimnasio, esperaba poder ir todos los días en cuanto renunciara a mi trabajo como docente, ya que si bien este empleo me ocupaba las noches, calificar exámenes y tareas de manera minuciosa y con un margen de error casi inexistente era algo que me llevaba algo más de tiempo, y que a veces se llevaba mis mañanas.

Mientras me encontraba trabajando en mis femorales, con mis audífonos a todo volumen reproduciendo rock alternativo, no podía dejar de pensar en esa horrible pesadilla de días atrás.

No era tanto lo ocurrido en mi sueño lo que me mortificaba, era el hecho de que pudiera recordarlo con tanta claridad incluso varios días después. Yo no era alguien que padeciera de problemas para dormir, sabía bien que era una parte importante a cuidar de mi salud, por lo que vigilaba bien descansar mis ocho horas de sueño correspondientes. En lo que respecta a tener pesadillas, la última vez que me ocurrió tenía como cinco o seis años tal vez. Así que teniendo un largo historial sin molestias al dormir, esto era toda una anomlía.

La visión de una calle oscura y llena de gatos negros, en la que de repente se presenta un monstruo a atacarme desde luego es algo perturbador, pero no es para nada extraordinario, hasta podría sonar como la pesadilla de un niño. Volvía a convencerme que lo que me impactaba era eso, el recordarlo, y el haberlo sentido tan real en su momento.

Los sueños por lo general siempre tienen algo absurdo en ellos, algo que te indica que es un sueño aunque en el preciso instante no seas consciente de ello. No sabría explicarlo bien, pero a veces ese indicativo puede ser una visión medianamente borrosa o alguna distorsión ajena a la realidad. Pero, en el caso mío, pese a la misteriosa y desconcertante situación en la que me ví envuelto, no hubo indicio alguno de que aquello fuera un sueño. Todo lo que se hallaba frente a mis ojos se veía y sentía tan real. Las sensaciones como el frío o el dolor de caminar descalzo sobre un camino empedrado las podía sentir en mi carne. También sentí el peso abrumador de la feroz bestia aplastando mi pecho cuando esta se abalanzó contra mí.

El sudor deslizándose por mi frente me mojó el rostro y me hizo volver a la realidad. Terminé mi rutina y me retiré de la máquina esperando no haber demorado demasiado en caso de que alguien más quisiera usarla.

Al terminar de realizar toda mi rutina de ejercicios me dirigí a los vestidores para ponerme ropa limpia y seca, para eso debía atravesar el vasto espacio que ocupaba el gimnasio, lo que se traducía nuevamente en otro patético desfile de vejestorios.

Si, una gran parte de la clientela del gimnasio eran mujeres, pero a diferencia mía o de cualquier hombre, ellas no estaban ahí por gusto, sino por necesidad. Cuando chocan contra el muro y notan como esos atributos que las hacen valiosas comienzan a ceder ante la gravedad, recurren desesperadas al ejercicio, el maquillaje o las cirugías para recuperar eso que el tiempo les arrebata y que por mucho que intenten jamás volverán a tener. Es la ley, es la naturaleza y así son las cosas; casi podría asegurar que no hay nada que me cause más gracia que ver una mujer post-muro intentando aferrarse con todo al poco valor social que le queda, o lo que es todavía más cómico, a los vestigios de lo que alguna vez fue.

Miraba con lástima a todas esas inmundas cuarentonas que venían al gimnasio a entrenar sus asquerosos y ya caducados cuerpos, esos cuerpos que en el pasado las hicieron merecedoras de todas las atenciones, atenciones por las cuales se creyeron diosas. Como disfrutaba ver la teoría del muro cumplirse al pie de la letra, derrumbar las ínfulas de las mujeres y demostrarles lo que realmente eran, productos con una fecha de vencimiento que era impostergable e inevitable. Las mujeres son débiles de mente, su valor reside únicamente en su belleza y juventud, cualidades obviamente fugaces, lo que les da un tiempo corto y limitado para ser consideradas como parejas, pasado ese tiempo no servirán para más que para sexo casual.

Con Aroma a FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora