V. Una y Otra Vez

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La alarma de mi teléfono sonó obligándome a recogerlo del borde de la cama donde cayó cuando fue arrojado. Eran las siete y media de la mañana, apenas había dormido poco más de una hora y me sentía fatal; la cabeza me daba vueltas y me encontraba en verdad agotado, pero no estaba dispuesto a sacrificar mi día solo por una mala noche.

Mi teléfono contaba con muy poca batería, así que lo dejé cargando mientras yo iba a tomar un baño. La tina era un lugar ideal para pensar y despejar la mente, el agua tibia cubriendo mi cuerpo me ponía en un estado de relajación muy placentero.

Luego de bañarme me vestí con un atuendo deportivo idóneo para entrenar, y me preparé algo de desayunar. Sería un día pesado en el gimnasio, por lo que un buen desayuno me era indispensable, más aún contando que me sentía débil y cansado a causa del escaso sueño que había tenido.

Avena con yogurt griego, y unos huevos revueltos con tocino y pan tostado fueron mi desayuno aquella radiante mañana en la que el sol brillaba con todo su esplendor en el cielo, entrando sus rayos por todas las ventanas de mi departamento. Cómo nunca, ese día valoré la presencia de la luz solar y la belleza del infinito manto celeste que lo rodeaba todo; era una imagen esperanzadora y cálida que me hacía sentir bien.

Ya listo y bien alimentado, salí de mi hogar rumbo al gimnasio para comenzar mi día como era debido. Dado que este quedaba a solo unas calles de dónde vivía, siempre iba a pie.

Era una mañana particularmente ajetreada en la ciudad; cientos de personas llenaban las aceras, y el tráfico era terrible a esa hora. Miré bien todo lo que ocurría a mi alrededor, y noté como esa atmósfera de cotidianidad era algo que por algún motivo me sentía agradecido de tener.

Me distraje tanto viendo el movimiento urbano y a los transeúntes, que no me dí cuenta de que ya llevaba más tiempo del habitual caminando en línea recta, y todavía no estaba en mi destino. Creí que se trataba de mi caminar, que era quizá algo más lento de lo normal, cosa ya de por sí muy extraña, pero cuando ví que volvía a pasar por la misma tintorería que ya había dejado atrás minutos antes, supe que algo raro sucedía.

De inmediato quise descartar que estuviera volviendo a pasar por el mismo sitio, asumí que debían ser imaginaciones mías debido al cansancio, pero quedé todavía más desorientado cuando por tercera vez me encontré no solo con la tintorería, sino con las mismas casas y negocios que según yo había visto hace un momento.

No podía ser posible, debía ser cosa mía, después de todo, me hallaba en un estado de agotamiento y estrés en el que era fácil confundirme. Aceleré mi paso con la esperanza de abandonar de una vez esa cuadra y llegar al gimnasio, pero estaba atrapado en un inexplicable bucle infinito.

Otra anomalía de la que me dí cuenta algo tarde, era que entre más repetía este bucle, eran menos las personas y vehículos que transitaban conmigo, al punto de quedar únicamente una pareja de ancianos en la acera del frente. Crucé para hablar con ellos, tratar de obtener alguna explicación de lo que estaba pasando, o preguntarles si ellos estaban también atrapados como yo.

Los ancianos tuvieron una actitud más que hostil hacia mí, en especial el hombre, quien amenazó con hacer uso de su bastón para golpearme. Hice un gesto de molestia y me alejé de ellos al no verlos capaces de ofrecerme ayuda. Una vez que se alejaron, no quedó nadie más en la calle.

No había personas, autos, ni animales callejeros en esa reducida zona; ni siquiera podía oír movimiento a la distancia. Fue ese absoluto silencio el que me hizo entrar en desesperación. Llevándome a correr histérico, intentado hallar la manera de salir de ahí.

Una y otra vez, tropecé con las mismas estructuras, las mismas jardineras, los mismos árboles y las mismas tiendas. No importaba cuán rápido corriera o cuánto me esforzara en intentar encontrar un camino diferente, siempre llegaba al mismo punto. Los letreros y las señales de tránsito parecían deformarse entre más los frecuentaba, convirtiéndose sus letras en torpes trazos incoherentes.

Con Aroma a FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora