IV. Retrato

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Mi corazón latía con fuerza y mis manos sudaban. Sentía como el miedo me erizaba cada vello del cuerpo al contemplar un par de gigantescos Converse de tono rosa claro con apliques de brillantes estrellas. Eran tan enormes  como casas, y se movían con gran naturalidad a cada paso, haciendo temblar el suelo debajo de mí.

Tragaba saliva desde mi posición observando con terror esos pies monstruosos que caminaban por aquel ambiente. Imaginaba cuan descomunal tendría que ser la persona que usaba esas zapatillas de diseño tan femenino y hasta infantil. La ironía era ridícula.

Por muy angustiosa que fuera la situación, confiaba en que si me mantenía escondido podría salir de ahí sin ser visto cuando aquel monstruo estuviera distraído. Sentí como esa criatura colosal se dejó caer sobre la cama, justo arriba de donde yo estaba, y dejó escapar un suspiro que denotaba cansancio. Uno de sus pies quedaba ahora colgando en el borde de la cama, dejando entrever que llevaba puestas medias de red con pedrería. Supuse que ya no se movería más en un buen rato, así que salí lento y precavido de mi escondite.

Miré hacia todos lados, y lo primero que noté con gusto fue que la puerta estaba abierta, era mi oportunidad para escapar. Caminé a prisa hasta ver hacia afuera, más allá de esa habitación. Un pasillo amplio se extendía allí. Me detuve en seco cuando una sensación extraña y familiar me advirtió que algo me acechaba desde la penumbra. Retrocedí temblando, pues de la oscuridad volvió a emerger la bestia de mi primera pesadilla, siendo ahora, todavía mucho más grande que en aquel primer encuentro.

El depredador volvió a mirarme como una presa mientras caminaba hacia mí determinado a cazarme. Corrí, desesperado de retornar a mi lugar seguro. Iba ya a lograr estar de nuevo bajo la cama, con algo de suerte el agresivo animal se despistaría, y estaría a salvo de sus afiladas garras, al menos de momento.

Mi voz interior fue interrumpida al plantarse delante de mí la enorme punta blanca de una zapatilla Converse. Estuvo tan cerca que si yo hubiera avanzado tan solo un poco más hubiera quedado aplastado bajo esa sucia suela.

Sentí la respiración del felino negro a mis espaldas, me estaba olfateando, deseoso de devorarme. La colosal figura humana que segundos atrás había estado a punto de aplastarme se inclinó para tomar con una sola mano a mi depredador, fue entonces cuando le ví el rostro y me paralicé, despavorido al reconocer esos rasgos infantiles, esos ojos color ámbar, esas constelaciones de pecas, y sobre todo, esos labios rosados y brillantes que se curvaban en una burlona sonrisa.

— No puede ser... —Murmuré atemorizado.

Era ella otra vez, siendo ahora una imponente y colosal giganta que a juzgar por su expresión, parecía disfrutar de mi miedo y confusión.

La bestia que me perseguía era apenas una cría de gato cuando ella lo levantó y colocó sobre la cama, perdiéndose este de mi vista. Sin distracciones, StrawberrySoda volvió a posar su intimidante mirada en mí, me veía con la ternura de un niño que descubre emocionado un juguete de su agrado. Apenas hizo amago de querer tomarme corrí en dirección contraria a ella, con toda la esperanza de huir, pero en ningún momento tuve en cuenta, que mi insignificante condición jamás me permitiría alejarme de ella.

Las piernas me dolían por el esfuerzo y los pulmones me ardían; mi respiración era cansada y mis pensamientos enredados. Mi buena condición física no me fue de ayuda, y sentí que tantas horas a la semana dedicadas a mi cuerpo no habían sido más que desperdicio cuando la piel blanda y fría de un par de enormes dedos me aprisionó de la nada.

Grité, pataleé y maldecí lleno de temor e ira al ser elevado entre los dedos de mi captora, con tanta ligereza y facilidad, como si mi cuerpo tuviera un peso menor al de una pluma.

Con Aroma a FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora