Puerta de Dimensiones

[Acto 1] Capítulo 8: La chica de las miradas engañosas

La convocatoria del Oberst en la hora antes del amanecer, cuando el mundo aún estaba lleno de fuego y humo, llegó lejos a los oídos de los oficiales que aún podían escuchar el estruendo de explosiones y disparos ocurriendo alrededor del meseta conquistado, muy probablemente los hombres de Helga terminando con los últimos de los nativos, una tarea cruel para los soldados alemanes si no fueron seleccionados personalmente por Helga misma.

Los oficiales del ejército de Helga encontraron difícil moverse entre los restos quemados de madera y cadáveres, los vestigios de la última "victoria" de Helga, para encontrar la improvisada mesa de mando en el centro. Era solo uno de los intentos de Helga de molestar al Oberstleutnant de la otra brigada siguiendo órdenes, pero con malicia y regocijo. Pero en su mente, así como en la de sus oficiales de confianza, simplemente está abriendo paso para más soldados alemanes para la conquista.

De todos los oficiales, Emil Maurice, una vez el chófer del antiguo Führer en persona, se destacaba como el más aterrorizado por la carnicería que lo rodeaba. A pesar de los años que pasó junto a su amigo, nunca presenció la brutalidad total de los oficiales de las SS hasta que Helga ordenó el primer ataque relámpago contra los nativos desarmados. Aun así, ajustó su abrigo de cuero negro y mantuvo la mente clara, mostrando al menos cierto sentido de lealtad hacia el Coronel, de lo contrario, sería mejor que contara sus últimos días como un "ario honorario"..

Después de minutos de trotar entre los cadáveres caídos, captaron la atención de Helga y sus oficiales más confiables. Helga estaba sentada en una posición seductora, sosteniendo una copa plateada de vino rojo agrio, y se reía de algo con sus oficiales hasta que notó al grupo de oficiales de la Wehrmacht acercándose.

A diferencia de los oficiales de la Wehrmacht vestidos de gris que se pusieron de pie, todos los oficiales de Helga tenían algo en común: cada uno había sido miembro de las Schutzstaffel en algún momento. Sus uniformes consistían en abrigos negros, ya fueran de algodón o cuero, de las casi extintas Schutzstaffel, algunos incluso llegaban al extremo de llevar el brazalete con la esvástica, no un delito capital, pero suficiente para que uno fuera enviado al campo de reeducación de Auschwitz fuera de Alemania.

Para cada soldado que custodiaba el centro de la ciudad en ruinas, había dos tipos de oficiales presentes en la mesa, y cada uno se observaba mutuamente, casi provocándose para actuar primero. Era la misma razón por la que la Wehrmacht y la Waffen-SS se odiaban incluso antes de que tuviera lugar la guerra civil, la guerra en la que el acero hizo pedazos al carbón.

"Finalmente", suspiró Helga. "Estábamos discutiendo hacia qué dirección dirigirnos a continuación, considerando que aquí no hay nada que ganar aparte de algunos recuerdos de plata. Cosas brillantes para un pueblo tan pequeño".

A pesar de haber sido miembro de las Schutzstaffel en algún momento, no podía evitar sentir una profunda repugnancia por estar asociado con personas tan despiadadas.

"Wir sind gekommen, sobald wir konnten, Oberst", dijo Maurice, dando un paso adelante. Hemos venido tan pronto como pudimos, Coronel.

Helga entonces se levantó de su asiento, mostrando una falsa sensación de miedo ante Maurice que hablaba en alemán. "¡No, no, no, habla inglés! Ya que estamos aquí en un mundo que habla el idioma de los británicos, no debemos hablar nuestra lengua materna y en su lugar aprender y hablarlo mientras estemos aquí."

La muestra de burla hacia la sugerencia de Werner dejó en claro que no había sacado a su rival de su mente. Casi era una molestia para los oficiales cuando ella encontraba cualquier cosa para hacer referencia al líder de la tercera brigada. Como si no fuera suficiente unirse a ella en sus masacres bárbaras de nativos inocentes, ahora tenían que lidiar con su absurdo egoísta.