Adiós, mi amor

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No me agradaba; no me gustaba para nada la forma en que esos dos, últimamente, se miraban todo el tiempo.

Él andaba de visita por la casa mucho más seguido que el último año, ahora, Bulma lo invitaba a sentarse en la mesa cada vez que comíamos. Le regaló algunas cosas, lo vestía y ¡vaya!, incluso ya tenía una habitación, curiosamente casi junto a la nuestra.

No me agradaba para nada.

Comencé a volverme loco. Había dejado a un lado mi entrenamiento para espiarla en secreto y a él también. Tendría especial cuidado con mi ki, aunque dudaba que él pudiera identificarlo. Finalmente los atraparía y les haría pagar su humillación.

Nadie se burlaría de mí.

¿Por qué de entre todos los hombres del planeta Tierra tenía que fijarse precisamente en ese miserable?

Bufé enfadado y me giré en la cama. Pasaba de la media noche y Bulma aún no llegaba a dormir. La habitación de al lado también estaba muy silenciosa. Temí lo peor y cerré los ojos con fuerza deseando que aquello fuese solo una mentira. Quizas aún seguía trabajando en su laboratorio. Me quedé dormido mientras tanto.

Bulma no había llegado a dormir. No la había sentido en toda la noche, bueno en la madrugada, por lo que era imposible que se hubiera levantado temprano. Tampoco veía rastro de que hubiese usado el baño o buscado ropa nueva en su closet, el pánico se apoderó de mí y pensé en esa sabandija pasando la noche con mi mujer...

Sin pensarlo un segundo más, fui casi volando hasta el laboratorio de Bulma. Ella jamás ponía la clave de acceso y ahora si que la tenia. No podía ver nada, pero si me enfocaba lo suficiente ahí estaba su ki. El desgraciado había pasado la noche con ella justo debajo de mis narices los muy descarados.

Mi sangre hervia de ira pura, quería despedazarlos a ambos. Amaba tanto a esa mujer que era capaz de llevármela lejos del país, no, del planeta si era necesario y contra su voluntad. La amaba tanto que me dolía más su traición que los golpes de cualquier batalla. Ese estúpido iba a pagarlo con su vida.

Como si ellos supieran que ya estaba ahí, la puerta se abrió con una lentitud bastante dramática para mi gusto. Los culpables estaban frente a mi. Bulma se arreglaba el cabello mientras reía juguetonamente y él... él muy bastardo tenía su mano posada en su cintura como si fuese un acto de lo más normal del mundo. Me sonrió victorioso y la jaló hacia su cuerpo en gesto posesivo, triunfante ante mi desgracia. La sangre me subió a la cabeza y sentí que me iba a explotar la vena en la frente.

—¡¿Pero que mierda crees que estás haciendo Bulma?!

—Puedo explicarlo...

—¡Claro que vas a explicarlo! —tragué saliva sintiéndome asfixiado por el nudo en mi garganta —Mierda, ¡Suéltala desgraciado! —de un movimiento rapido traté de jalarla y apartarla de su lado, pero ni siquiera lllegue a rozar un poco su piel. Él fue más rápido y tomó con demasiada fuerza mi mano en el aire. Sus ojos negros me taladraron el cráneo y me advirtieron incluso antes de que hablara.

—Ni lo sueñes —me respondió muy serio, con odio y furia en la voz rasposa. —Nunca más volverás a ponerle un dedo encima. No en mi presencia, insecto.

—Esta bien, Vegeta. Yamcha no hará nada para herirme —soltó mi mano de un movimiento brusco y volvió a colocar su brazo más protector que antes al rededor de la cintura de mi amada.

—No mereces siquiera que ella pose sus ojos en basura como tu, sabandija estúpida.

—Bulma...

—Lo siento, Yamcha. Este es el final.

Sin decir nada más, ambos pasaron a mi lado como si fuera un simple perro de la calle y no pude evitar llorar arrepentido de haberle fallado más veces de que nadie merecía. Supongo que algo había en Vegeta que lo hacía mejor que yo.

Quizás por que él si era un príncipe de verdad y no un simple ladrón. La había perdido.

—Adiós, mi amor...

—Adiós, mi amor

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⏰ Última actualización: Jan 06 ⏰

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