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Hey!!! Si te preguntas por qué hay no hay tantos diálogos al principio de la historia. Es porque nuestra querida Samantha despierta un día en un mundo que le es ajeno, donde poco a poco y con el pasar del tiempo, deberá ir aprendiendo su lengua y su extraña cultura.-Sin más, espero que os guste... Y si tenéis alguna duda o sugerencia... Solo escríbeme.
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Cuando despierto, el frío es lo primero que siento. Mi piel se eriza ante el, e intento buscar algún confort frotando mis manos sobre mi cuerpo. Descubriendo que estaba desnuda. Acostada sobre lo que parecía ser madera, a juzgar por el tacto de mis manos.
—¿Dónde diablos estoy?— me digo a mi misma mientras el miedo cunde en mi interior. No podía ver nada. La oscuridad que me envolvía era total. Tener los ojos abiertos o cerrados, no hacía ninguna diferencia. Intento no entrar en pánico, pero conforme mis sentidos se van despertando puedo sentir el olor del vómito, la orina y las heces acrecentadas por la humedad del lugar. Que más que olores eran un hedor tan agudo que provocaba arcadas. Obligándome a cubrirme la nariz y la boca con las manos.
Aquello fue más que suficiente, el temor se impuso sobre mi y rompí en gritos. Gritos que parecieron hacer eco entre paredes invisibles. Pero que nadie respondió. Las lágrimas corrieron por mis mejillas. Estaba aterrorizada y desnuda en aquel lugar. No entendía nada. ¿Cómo había llegado allí?
Lo último que recordaba era haber estado en el autobús del viaje de fin de curso. Un tedioso viaje a través de las montañas rocosas. Un viaje al que no quería ir o al menos eso le había dicho a todos. Aunque la verdad era todo lo contrario, sentía fascinación por los viajes en carretera y más ahora que era la primera vez en años que tenía nuevos amigos. Desde que tuve uso de razón las despedidas fue lo único que conocí.
Mis padres murieron cuando yo tenía 8 años, primero mi madre a causa de una enfermedad que la hizo convertirse en una sombra de lo que era. Y luego mi padre, que se quitó la vida de un disparo. Recuerdo que ese día, yo estaba arriba en la habitación que había sido de mi madre, estaba llorando, abrazada al pequeño Pon con el retrato de ella, que lucía tan diferente a la ultima vez que la vi. En la foto que tenía, mi madre sonreía, su cabello era castaño inundado por iluminaciones del color de la plata. Estaba junto a mi, abrazándome, mientras mi padre nos abrazaba a ambas. Creo que es el recuerdo más bonito que tengo y el último día de mi vida, donde fui verdaderamente feliz.
Pero en ese entonces, no pasó mucho tiempo hasta que sentí el sonido del arma, y baje corriendo las escaleras asustada por el ruido. Llamando a mi padre, solo para encontrarlo tendido en el suelo. Me acerqué a él y comencé a llamarlo: “papá, papá, papá…” ¿Por qué no despertaba?. Algunos dijeron que yo era demasiado pequeña para entender lo que sucedía. Pero lo cierto era que no quería entenderlo. Hacía solo dos días que había visto partir a mi madre y me negaba a dejar ir a mi padre.
“El debía despertar” me decía a mi misma. “Papá nunca me abandonará”.
Por lo que permanecí junto a mi padre hasta bien entrada la noche, cuando sentí ruidos afuera de la casa. Yo estaba acostada junto a él y al pequeño Pon, mi peluche favorito. Cuando una luz cegadora me iluminó a los ojos y sentí la voz de alguien. Era un oficial de policía de tez blanca y calvicie insipiente.
Al parecer algún vecino había oído el disparo pero no había llamado a la policía hasta tarde en la noche. Pensando que no se trataba de nada serio sino tan sólo de un disparo de recreación o tal vez un disparo contra algún ave o alimaña. Algo que puede sonar insólito para algunos, pero es una práctica común en Saint Jomes. Pero al ver que las luces de nuestra casa no se encendieron durante la noche, temió que se tratara de algo más.
“Vamos pequeña… Vamos…Ven conmigo, Todo… Todo estará bien”: me dijo el hombre en uniforme intentando separarme de mi padre.
Ya la sangre de la herida se había esparcido sobre el endeble piso, había manchado mis ropas y parte de mi cara. “Papá, tienes que despertar. ¡Papá despierta!“¡Papá, Papá!“ grité entre lágrimas tanto como pude, rehusándome a dejar a mi padre.“¿Por qué no me oía?”. Era la única pregunta que no escapaba de mi mente.
El oficial me sacó casi a rastras de mi casa, donde en las afueras una pequeña multitud de vecinos se había reunido. Todavía puedo recordar las miradas en sus ojos. Miradas que no entendí en ese momento pero que me acompañaron por el resto de mi niñez.
—¿Dónde diablos estoy?—vuelvo a preguntarme, como si aquello fuera hacer que lo supiera. Mi último recuerdo era al lado de Beth, mi amiga del último año con la que compartía la mayor parte de mis aficiones por la ciencia ficción, mundos imaginarios a los que aprendí a escapar desde que era pequeña. El viaje se había hecho largo, tras interminables horas de carretera. Por lo que Beth se había quedado rendida, mientras yo bostezaba soñolienta. Tal vez era eso, tal vez solo estaba dormida, y todo esto era solo un mal sueño, pero si era así ¿Por qué no podía despertar?
Tras un buen rato de gritos y lágrimas, comprendí que estaba completamente sola y que nadie vendría ayudarme sin importar que tanto lo pidiese. Nadie vendría a por mí.
Seque mis lágrimas, y busqué en mi interior por un valor que no sabía que tenía hasta ese momento. Temblando me puse en pie sobre la madera que había sido mi lecho. Decidida a salir de aquel lugar.
Tras de mí, encontré lo que parecían ser una pared pero estaba tan fría y húmeda que podría jurar que estaba hecha de hielo. Puse mi manos sobre ella y como quien camina sobre arenas movedizas fui tanteando el lugar.
Pero no llegue ni a dar ni tres pasos cuando sentí una sustancia gelatinosa bajo mis pies, si es que puedo llamarla así. Mi mente caviló entre mil ideas de lo que podría ser aquella sustancia. Cada una más repugnante que la otra. Por lo que preferí no volver a pensar de que se trataba e ignorarla por completo.
—tres, cuatro, cinco, seis —Cuento para mí mientras avanzo, intentando contener las arcadas que me provocan los malos olores— ocho, nueve, diez, once…Continúo contando hasta llegar a los 17 pasos y encontrarme con otra pared con la que hacía esquina.
—Es una habitación —murmuro para mí, ignorando cualquier otra idea. Y el solo hecho de haber llegado a esa conclusión crea en mi un apéndice de lo que podría describir como alegría. Una tonta y sana alegría que escapaba a mi pensar.
Sin más, sigo tanteando y contando los pasos mientras me aferro a la nueva pared que acababa de encontrar. Hasta llegar a una nueva esquina un tanto diferente de la otra. En esta el olor de la orina estaba más que impregnado en ella. Se volvía asfixiante, inmiscuyéndose por mis fosas nasales.
—veintiún pasos— digo entre náuseas.—Diecisiete y veintiuno —intento memorizar.Continúo por la tercera pared, hasta que mis manos dieron con algo, que no parecía piedra. Me detengo y palpo con cuidado. Me sentía como cuando introduje mis manos en una de las alcantarillas del orfanato, tenía 8 años cuando Claire Smith arrojó el collar de mi madre al asqueroso desagüe al que llamábamos las alcantarillas del monstro sin nombre. Habían pasado 9 años desde entonces, pero volvía a sentirme una vez más, como la niña que fui, temiendo a cada cosa que pudiera encontrar.
—Madera —me digo a mi misma al dar unos golpecitos sobre la recién descubierta superficie.
Pero había algo más, al pasar mis manos noto algo más en ella, algo frío y duro, mucho más frío que las mismas paredes.
—Metal —concluyo —Es una puerta… —“No… no… es una puerta reforzada. Esto no es una habitación… Es una celda. ¿Cómo he terminado aquí?".
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La Basílica del Placer
General Fiction¿Que harías si un día despiertas en el año 3000 A.C.?¿ Qué harías si el lugar donde despiertas es una basílica del placer? Donde los apetitos de los hombres más ricos son saciados hasta la plenitud. Pues esa es la historia de Samantha Vergin, una jo...